José Belizán se fue al exilio con su familia en noviembre de 1976, justo a tiempo. Pocos días después, en la Jefatura de policía de Rosario, a otro médico le dijeron: “Se nos escapó el doctorcito ése, Belizán”. Aquél viaje forzado con su esposa y sus tres hijos tuvo una primera escala en México y luego, llegó a Guatemala. Recuerda el sol de aquel país cuando llegó a trabajar en el Instituto de Nutrición de Centroamérica y Panamá, de la Organización Mundial de la Salud y se enfocaba en los grandes problemas de nutrición en Centroamérica. Muchos años después, el 30 de marzo de 2023, aquél "doctorcito" se convirtió en una celebridad: recibió el premio de la Fundación Gairdner, de Canadá. Le hicieron notas en medios de todos lados pero a él le gustó cuando las mozas del bar donde va a desayunar, en Rosario, no le cobraron el café. “Es lindo recibir el afecto de la gente”, expresa con una humildad que no abandona al reconstruir buena parte de sus logros científicos: su investigación a partir de la dieta alta en calcio de las mujeres mayas cambió los parámetros sobre las necesidades nutricionales de las embarazadas en todo el mundo. Otra de sus investigaciones, esta vez en su ciudad, llevó a concluir que la episiotomía no debía ser una práctica de rutina en los partos. Y eso se convirtió en una recomendación de la Organización Mundial de la Salud. Este médico obstetra fue capaz, también, de imponerse a los grupos de tareas que llevaban embarazadas, en 1976, a parir en la Maternidad Martin. Les imponía que las mujeres debían estar solas con enfermeras y médico en la sala de parto, sin esposas. También anotaba sus hijes, y los nombres de las madres, en el libro de partos. En 2013, ex detenidas políticas participaron de un homenaje al grupo de profesionales que formaban parte del servicio a cargo de Belizán. Alejandra Manzur, la hija de Marta Bertolino, nacida en cautiverio el 5 de septiembre de 1976, cantó una canción. Cuando lo recuerda, el médico premiado de 77 años llora. Y emociona a quienes lo escuchan.
A Belizán le gusta contar que hace unos años, estaba en el hospital cantonal de Ginebra cuando un médico amigo le pidió que pregunte a una mujer por la episiotomía. “No se hace más”, le contestó ella indignada. Con cara de asco, se lo dijo. Su colega le sonreía, la paciente no podía adivinar cuánto tenía que ver Belizán con el desuso de esa práctica.
“Cuando uno atendía a las chicas, al parto no les tenían miedo, pero me decían ‘no quiero los puntos, son terribles’ y yo les decía: 'Está demostrado, hay que hacerlos'. Porque a nosotros nos habían dicho que había que hacer el corte de episiotomía a todas. Yo las escuchaba. Un día me pregunté por qué lo hago, y empecé a revisar la literatura. No había nada, había un profesor, de estos popes de Estados Unidos, que a principios del siglo 20 dijo ‘hay que hacerles las episiotomía a todas las mujeres porque eso mejora el parto’. Decía que las condiciones 'virginales' se vuelven a reproducir, unos disparates tremendos. Eso originó que todas las mujeres del mundo lo hicieran”, relata Belizán el origen de su estudio, realizado en la Maternidad Martin de la Municipalidad de Rosario hace ya unos cuantos años. “Nosotros teníamos estadísticas en América Latina, a toda primeriza se lo hacían. Y el médico que las había impuesto, decía que esto evita los desgarros. Pero era ridículo, porque si uno tiene una tela y está dura; si la corta, la estira más fácil y la rompe. Entonces hicimos estudios”, plantea. Varias veces reconoce la labor de las enfermeras universitarias que fueron las ejecutoras de estos estudios científicos.
Para ello, contaron con la participación de residentes de obstetricia. “El resultado fue que había menos desgarros en aquellas mujeres a las que no le hacían episiotomía, como era de esperar y se desgarraban más las que sí le hacían”, sigue este hombre que se define como “un investigador clínico”. Midieron también la satisfacción materna y la salud de les recién nacides. “La episiotomía producía daños, dolores, hematomas, muchas veces teníamos que volver a suturarla, porque se rompían”, sigue el relato. Cuando demostró que no era una práctica necesaria, el estudio salió en The Lancet, con repercusión mundial. Así fue que la OMS decidió que no se debía hacer más las episiotomías rutinarias.
A Belizán, el bajo perfil a veces le juega una mala pasada. Una vez estaba en Quebec, y los funcionarios del Ministerio de Salud de esa provincia pidieron conocerlo. “Vino un señor de saco y corbata, que me dice que me quería mostrar la cifra de episiotomía en la provincia Quebec y cómo ha ido descendiendo, queen esos años estaban casi en cero”, prácticamente le dieron examen. Belizán le preguntó por qué se lo decían a él, y su interlocutor no lo podía creer. La respuesta le pareció obvia. Porque era consecuencia del estudio que él había encabezado.
El mismo descreimiento aparece ahora. El premio de esta Fundación internacional fue “una gran sorpresa”. “La verdad es que no la esperaba para nada, porque los premiados son gente muy importante y gente que yo admiraba. No solamente César Milstein o Federico Leloir, sino personas actuales que están muy activas en la investigación. Fue una sorpresa muy grande, verme ahí entre todos ellos, todavía no me veo”, asegura.
“El Dr. Belizán sin duda ha mejorado los resultados maternos y de parto y ha marcado la diferencia en la vida de las personas embarazadas y sus hijos. Su descubrimiento de la importancia de la ingesta de calcio por sí solo tiene un potencial significativo ya que tres mil millones de personas carecen de acceso a una ingesta adecuada de calcio en todo el mundo”, dice la fundamentación del premio, y destaca el alcance “a la comunidad científica, los tomadores de decisiones de los sistemas de salud, las organizaciones internacionales, los profesionales, los proveedores de atención médica y las comunidades locales, anuló prácticas, introdujo prácticas más efectivas y equitativas y encabezó políticas globales que contribuirán a sociedades más equitativas”. La Fundación Gardner recuerda que esos trabajos llegaron a ser recomendaciones de “la Organización Mundial de la Salud, que han sido adoptadas por muchos países de todo el mundo. El Dr. Belizán va más allá, asegurando que estas mejores prácticas sean conocidas y utilizadas a nivel comunitario”.
Las fundamentaciones del premio lo enorgullecen. “Su investigación también ha llevado a la disminución de episiotomías de rutina innecesarias en todo el mundo, incluso en Canadá y EE. UU”, dicen quienes decidieron reconocerlo este año. “Como experto internacional, la innovación y la investigación rigurosa de Belizán, desde la ciencia básica hasta la implementación, ha tenido un profundo impacto en la salud mundial”, es otro párrafo de la distinción.
Sin embargo, Belizán llega a decir que la distinción de las sobrevivientes que realizaron aquel acto modesto en octubre de 2013 "es mejor que cualquier premio". “Venían estas chicas, escoltadas por guardias con armas largas, caían ahí, esposadas. Esta gente era muy prepotente. Nos decía cosas y nosotros decíamos que no”, cuenta mientras recuerda las discusiones. “Las esposas se las sacan, no puede parir con esposas. No, usted no puede, es el pudor de la mujer, no puede estar en el parto. Ellos se quedaban en la puerta, farfullando afuera. Y las chicas parían ahí, con nosotros solos. Fue muy triste. Y vino la anotación, ellos amenazaban, de acá no se sale nada. Pero nosotros, en los libros de parto, que son unos mamotretos enormes, anotábamos nombre, dirección, nombre de la hija, sexo”, sigue el relato. También recuerda a una mucama que le pidió el teléfono a una de esas detenidas. "Era una chica que adorábamos todos, esa gente que te da alegría, y le tomó el teléfono a una, llamó a los padres. Nosotros los veíamos desde las ventanas de la Martin, día y noche, para tener a su nieto. Pero esa chica, la mucama, desapareció. Eso fue un dolor tremendo, porque no vino más, nunca más supimos de ella”.
Tampoco fue gratis para Belizán. Le avisaron que tenía que irse porque corría riesgo su vida. Así fue que en noviembre de 1976 dejó su casa, sus afectos, el citroen y se fue hacia México, con toda su familia: su esposa y sus tres hijos.
A Guatemala llegó por Roberto Caldeyro Barcia, director del Centro Latinoamericano de Perinatología, de Montevideo. Pocos años antes, Belizán había sido becario en ese lugar, al que admiraba. "Pepe, hay un puesto en el Instituto de Guatemala y tenés que estar ahí", le dijo su antiguo director. El médico rosarino fue aceptado. Además del sol y el calor, encontró otras alegrías. “Soy obstetra y conocía bastante América Latina. Dentro de la obstetricia, la preclampsia es un problema muy serio. Estábamos acostumbrados a ver muchas mujeres jóvenes con esas crisis convulsivas y sabíamos que en las peores condiciones económicas era más frecuente, así que me llamó la atención que la frecuencia en Guatemala era muy baja, sorprendentemente muy baja y máxime en los hospitales públicos. Porque en Guatemala hay muchísima pobreza, una gran inequidad social y económica”, cuenta cómo llegó al estudio que implicó la recomendación de ingerir calcio para todas las embarazadas con dietas bajas en ese mineral.
“Yo estaba trabajando en las fincas de café, los pobladores de la finca de café y ahí veíamos presiones arteriales bajas de las mujeres, no veíamos embarazadas con hipertensión. Como era un Instituto de Nutrición, ellos tenían muy bien estudiada la dieta de las mujeres descendientes de los mayas, que vivían en una pobreza extrema, dolorosa. En esa pobreza extrema no ven ni leche”. Así fue que descubrieron que estas mujeres, a las tortillas de maíz, las lavaban antes con agua de cal. “Uno veía la dieta baja en proteína, baja en calorías, pero qué pasa que el calcio está tan alto. Entonces, empecé a buscar”, cuenta Belizán.
Esa larga investigación básica permitió ver por primera vez una relación directa entre ingesta de calcio y presión arterial. “Salió en una revista muy importante que es el Journal of the American Medical Association”, cuenta.
Poco antes de la recuperación democrática, Belizán volvió a la Argentina. No retomó sus tareas en la Maternidad Martin ni en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Rosario, pero un grupo de amigos médicos lo impulsó a investigar, en un escritorio del subsuelo del Hospital italiano. Recuerda la humedad de ese ambiente y la máquina de escribir. “Ahí empecé a hacer medicina privada”, recuerda este obstetra. “El estudio grande lo hicimos en la Martin y en el sanatorio de la mujer. Acá hubo heroínas, que eran las enfermeras universitarias. Ellas convencían a las embarazadas. Lo hicimos en embarazadas primerizas, recolectamos 1.200 mujeres, por los requerimiento de investigación”, sigue su relato. Consiguieron las pastillas de calcio gratis, gracias a una farmacia de Rosario. “Eso es lo que tenemos los argentinos, que no todo es plata para investigar”, refuerza hoy.
Cuando tuvieron los resultados, mandaron el estudio a The New England Journal of Medicine. “Yo dije, nos tiramos acá, que es la revista de mayor impacto del mundo. Nos dijeron que estábamos locos, porque éramos unos rosarinos piojosos”, dice con gracia. “Fue a revisión, nos pidieron miles de revisiones”, es lo que recuerda. Y lo publicaron.
Le decían "el plan calcio" y las que participaron entonces, hoy están orgullosas.
Recién después de todo eso pudieron conseguir otra oficina, fundaron el Centro Rosarino de Estudios Perinatales, compraron la primera computadora y el gran avance de entonces, el fax.
Muchos años más tarde, Belizán fue director del mismo Centro Latinoamericano de Perinatología (CLAP) que tanto admiraba. Y allí, tuvo otra satisfacción: su trabajo por las prácticas basadas en evidencia científica lo llevó a promover el acompañamiento en el parto por la persona elegida por las mujeres. Cuando las legisladoras de la Comisión de la Mujer de la Cámara de Senadores de Uruguay lo escucharon le dijeron “pero eso es un derecho”. Belizán se puso feliz. Fue consultado para la confección de los borradores del primer proyecto de ley de parto respetado de Uruguay, y después de la Argentina.
Desde hace años que no practica la obstetricia, pero sigue investigando, en Buenos Aires y en Rosario. Este médico rosarino de voz baja considera que “el buen investigador tiene que escuchar, no oír sino escuchar, no mirar sino observar”, y manifiesta cuál es la fuente de su trabajo. “Creo mucho en la sabiduría popular, es quizás lo que más nos nutre al observar, primero, qué piensan las mujeres, cómo ven las cosas, cuáles son sus inquietudes y tratar de enfocar hacia sus inquietudes. Y después no solamente eso, ellas saben cómo implementar las cosas”.