Pianista, compositor, actor y director de teatro; Facundo Ramírez de quien es casi imposible enumerar la cantidad de artistas con los que ha colaborado. Además de Mercedes, Lolita, Susana, Marikena, Nacha, cuyos apellidos son casi intrínsecos u obvios en el panorama de nuestra música popular. 

Se ha presentado en grandes salas de concierto en Argentina, Brasil, EEUU, Inglaterra y otra vez lo mismo: son tantos los países atravesados por su arte nómada que es mejor aprovechar ahora, en su faceta de director e intérprete, discípulo del gran Miguel Gerberof, y encaminarse cualquiera de estos domingos para disfrutarlo como actor y puestista al frente de un deslumbrante elenco en Amarillo, del siempre vigente texto de Carlos Somigliana. 

¿Cómo nace tu fervor por el teatro?

-Paralelamente a los estudios de piano. Miguel Guerberoff se transformó en mi mejor maestro. Dos corrientes que a veces tienen órbita propia. Otras veces abordo el teatro como intérprete o lo que fuera.

Como ahora, con la dirección y actuación de Amarillo, ¿cómo elegiste esta obra?

-Me invitaron a leer el texto para la Fundación Carlos Somigliana en el Teatro del Pueblo y ahí comencé a imaginar la puesta sobre todo por su alta vigencia en la actualidad.  Siempre fui muy político, orientado hacia el campo popular.

¿En qué elementos ves la vigencia de Amarillo?

-La obra refleja esta extraña manera de moverse de nuestra historia desde siglos. Toma la saga de los Gracos dentro de Roma Antigua. Hoy en pleno siglo XXI, continuamos con la misma pesadilla interminable. La llamada grieta es milenaria. Para nada es un invento actual. Una parte ínfima de la humanidad tiene que vivir mejor a costa del resto. Kafka escribió que la humanidad posee cierta admiración por el propio verdugo. Con los clásicos uno tiene que apropiarse. Sacarlos de ese espacio donde muchas veces es imposible el reencuentro. Hay que deconstruirlo para al fin abordarlos y poder transmitir con los propios fantasmas del artista, si no, sería meramente repetir y nada más. Amarillo se liga también con la paradoja de Prometeo Encadenado, que por dar fuego a los hombres, o sea luz, es condenado a que le devoren el hígado eternamente.  

También incursionaste en el cabaret lgbti…

-Sí y seguiré haciéndolo. Al principio montamos Las Cuatro Gemelas de Copi en Ave Porco con el grupo Caviar. Fue la primera vez que Jean Francois Casanovas habló. Hasta entonces recurría al playback. Los periodistas remarcaban esto diciendo cosas como “Al fin la Garbo habló”. Casanovas al comienzo casi se niega porque insistía en que no era actor y quizás no pudiera hacerlo. Fue para sí mismo una revelación.

En Amarillo, también hay algo donde aterriza ese espíritu de expresionismo alemán…

-Especialmente con los tres senadores poderosísimos de los cuales represento a uno. Tienen un tratamiento andrógino, con medias de red y maquillaje excesivo además de un libertinaje compartido. Pero el contacto de ellos no es con lo gay sino con la afectación, que es otra cosa. Es una mirada sobre la clase social poderosa. Con esa necesidad de acumular. Necesitan sentirse los dueños de todo. La locura del poder por que sí. Una sordidez que les da la impunidad con que logran apropiarse hasta de nuestros cuerpos como si fueran objetos. Los tres senadores tienen un mismo amante al que tratan como si fuera un juguete sexual. En ese trazo grueso, en ese vampirismo, en esa cosa voraz… 

¿Cuándo uniste al pianista con el intérprete?

-En Dímelo al Oído junto al increíble Marito Filgueras, originario de las huestes de Caviar pero con brillo propio. Allí cantábamos un repertorio de tangos tradicionales que tenían como tema común la soledad, nada menos. Pero los conciertos y discos corren por otra vía. 

¿Qué estás por presentar en tu faceta musical?

-Sigo produciendo mi nuevo disco Nosotros nosotras, ahora suspendido por esta crisis feroz, junto a los músicos con que comparto el escenario en diversas giras. Ya grabaron muchos invitados, desde Lucecita Benítez, que ofrece una increíble versión de “Alfonsina y el mar”, Yamila Cafrune, que canta una melodía de mi viejo “Cantiga de los rosales”, a la maravillosa Suna Rocha en “Angelito Arcabucero”. Sólo por mencionar tres invitadas especiales, claro. Porque la lista por suerte es interminable y ya la escucharán.

¿Cómo elegís tus repertorios?

-En el fondo soy un rescatador. Me gusta grabar a Carlos Guastavino, Astor Piazzolla, Aníbal Sampayo. Hay muchísimos referentes muy importantes que las nuevas generaciones desconocen por completo. Me gusta sacarlos del cajón, del baúl de los recuerdos. La resistencia necesita aportes. No hay nada más terrible que la frase “Los pueblos tristes están condenados al fracaso”. l 

Amarillo se puede ver los domingos a las 16 en el Celcit, Moreno 431.