Para una generación de gays y de lesbianas, Jeanne Moreau será por siempre Lysiane, la madame y cantante fracasada devenida en regente del burdel de la ciudad portuaria de Brest. La escena más erótica -para ser recatados- es cuando el marinero Querelle -interpretado por Brad Davis en la cúspide de la concupiscencia- expresa su deseo de acostarse con ella. Mientras Moreau se relame de deseo por comer a Davis/Querelle, su desagradable marido Nono impone las condiciones: todos los que quieran gozar del cuerpo de su mujer deben jugar antes una partida de dados con él. Si ganan, se convierten en amantes de Lysiane. Si pierden, deben ser sodomizados por Nono. Querelle hace trampa y en la escena siguiente el contraste entre el recio cuerpo de Nono montando a la belleza musculada de Querelle hace el mismo efecto que debió ser para los griegos imaginarse al horrible Hefestos haciéndole el amor a Afrodita. Lysiane contempla a los futuros amantes varones marchando a la cama nupcial con desaliento pero también con clarividente ironía: ella sabía desde el primer momento que se hallaba entre maricas. Sensual, reventada, espléndida en su decadencia, Lysiane se convierte en la cara de la actriz y en un personaje que solo en sus manos podía resultar inolvidable en la película Querelle (Fassbinder, 1982).
Pero Moureau también es la despiadada Florence, que no duda en mandar a matar a su nuevamente desagradable marido -parece un sino de sus películas-, el industrial y millonario Simón Caralla, para intentar huir con su amante, el bombón de Julien Tavernier (Maurice Ronet). Tavernier, otrora héroe de Indochina, ahora debe conquistar definitivamente a Florence matando a su esposo. Sin embargo, en Ascensor hacia el cadalso (Malle,1958) más que la imagen de zorra pervive la imagen de Moreau como una mujer apasionada que vaga ensimismada por las calles de París, entre luces mortecinas de bares y vidrieras, esperando a su amante tras la consumación del crimen (“Te he buscado toda la noche, pero no te he encontrado”). Una sonámbula que marcha hacia Tavernier como quien marcha ya hacia el cadalso. Una manera de vivir el amor con la que sin duda podían identificarse los amores disidentes y prohibidos por la sociedad de la década del cincuenta.
Y finalmente para otra generación de gays y lesbianas será para siempre su amiga Marguerite Duras a quien interpretó en Ese amor, la película que recrea los amores de la escritora francesa con Yann Andréa, un joven treinta y ocho años más joven que ella y homosexual declarado. En Ese amor (Dayan, 2001), Moreau septuagenaria consuma en la piel de Duras el deseo de Lysiane de acostarse con un bello homosexual con el placer, la desesperación y la sensación de vacío y soledad consecuentes.
Moreau entrando a un cielo de crespúsculos surrealistas, árboles emporongados y marineros musculosos y erectos. Moreau deambulando eternamente por una París decadente con sus amigos decadentes: Cocteau, Genet, Duras. O con la alegría sensual de Catherine (“Cuando me muera quiero que escriban en mi tumba que fui amante de Jules y Jim”, dijo en una ocasión). Son solo imágenes que intentan conjurar el dolor por la pérdida. Porque lo único cierto es que como pensara la Florence de Ascensor hacia el cadalso: “Más tarde hablarán de nosotros. Nos citarán como ejemplo. La música seguirá… y ya estaremos muertos”.