Llevamos unos años en que lo impensable se ha vuelto cotidiano. La filosofía clásica asociaba el progreso y el bienestar a la razón, los darwinistas del mercado lo vinculan al progreso económico. No hace falta decir cual de las dos corrientes domina la actualidad. El fútbol tumoral no es una excepción. Esta ahí, omnipresente.
En ocasiones nos jugamos la vida en los deseos. A Lucas Pérez no lo llamaban el “Loco”. Lo llaman ahora. “¿Cómo vas a renunciar a dos millones de euros, Lucas? ¡Son dos millones de euros, joder!", le gritó paranoico su representante. “No te das cuenta. Además, ¿cómo vas a irte de Primera? Todavía te quedan unos buenos años aquí. Ya tendrás tiempo de ir al Dépor”. No hubo forma. El agente recibió su respuesta: “Vuelvo a casa, Loren. Se acabó”.
El fútbol de hoy no esta preparado para estos sustos. Una decisión de esta naturaleza se la interpreta como un síntoma de delirio. De que este hombre no está bien. Que necesita tratamiento. De que debe volver a tomar la pastilla. Es el fútbol de hoy, tan dolarizado. Tan empecinado en deshumanizar los aspectos sociales, y dispuesto ha formatear un proceso de normalización que reproduzca el modelo de cosificasión de un fútbol cautivo por el mercado. Hace tiempo que el jugador se transformó en un “producto” de consumo, con compromisos endebles y pasajeros, de poco roce de piel con los clubes y las aficiones, encadenados a una política de mercado por agentes futbolísticos que no negocian jugadores, negocian productos financieros. Un modelo “fordista” de cadenas de producción de talentos asociados a la especulación. Jugadores de usar y tirar, dispuestos a rotar a la velocidad que el mercado exija.
“No podía imaginar que una decisión así iba a tener tanta repercusión”, reconoce Lucas Pérez a un medio francés. La noticia desató una tormenta sin precedentes de atención futbolística europea y global. Al delantero le aguarda una larga lista de espera de medios europeos e internacionales interesados en conocer su historia. Nacido en Monelos (Galicia) en un escenario prototípico de la época: bloques simétricos, enjambres de pibes jugando al fútbol en los portales y descampados, y una animada vida social con una plaza central que tenía “efectos especiales”. La heroína hacía estragos por aquella época.
Criado por sus abuelos, su madre drogodependiente lo abandonó desde muy niño. Nunca más supo de ella. Enseguida deslumbró futbolísticamente y del Deportivo de la Coruña (hoy en tercera división) pasó al Arsenal donde destacó en la Champions y ganó varios títulos británicos. Antes de regresar a España recaló en el West Ham. Luego Alavés y Elche. Hace dos meses, su equipo, el Cádiz, le ofreció la ampliación de contrato por dos millones de euros. Pero el jugador lo rechazó y se reunió con el presidente del club gaditano, Manuel Vizcaíno, para hacerle un inusual ruego: “Deja que me vaya al Deportivo”. La petición llevaba implícito renunciar a los dos millones de euros, bajar dos categorías y, encima, poner medio millón de euros de su bolsillo para ayudar a costear un fichaje inalcanzable para un equipo de Tercera División.
Pérez recuerda cómo el presidente del Cádiz lo picó en su orgullo hasta el último minuto. “Vuelve si tienes huevos’, me dijo. Volvió. “Yo no vengo a la tercera división, vengo al Deportivo”, dijo en su presentación en Riazor ante 7.000 personas. Sabemos que el dinero no escucha, sabemos que por lo general razona desde los genitales. Su redención es inútil, pero a veces amanece un cisne negro. Vivimos atrapados por los deseos de los otros, por su mirada, y lo que es aún peor por la demanda que creemos adivinar en los demás. El “Loco” Pérez lo sabe. Sin embargo se ha dado capricho caro: detener un poco, solo un poco, este fútbol neoliberal tan salvaje, que te zarandea, te disuelve y te devora.
(*) Periodista. Ex jugador de Vélez, clubes de España, y campeón Mundial Tokio