El 17 de julio de 1975 los cuerpos de Stewart y Cyril Marcus, hermanos gemelos de cuarenta y cinco años, ambos ginecólogos de profesión, empleados en el Hospital de Nueva York y la Universidad Cornell, fueron hallados sin vida en su departamento de Manhattan, rodeados de pilas de basura acumulada durante varias semanas. Las pericias no fueron concluyentes en cuanto a la causa de las muertes, probablemente debida a sobredosis de barbitúricos, pero la idea del pacto suicida fue tomada como un origen plausible. La escueta noticia policial fue la piedra basal de una novela publicada dos años más tarde. En esas páginas, los autores Jack Geasland y Bari Wood imaginaron la vida de dos médicos exitosos cuyo vínculo privado los llevaba a un camino de codependencia, perversiones, adicción, dolor y, eventualmente, muerte. En la contratapa de la edición original de tapa blanda puede leerse la siguiente y colorida sinopsis: “Los chicos se casaron en el útero. De jóvenes, se vestían igual. Cuando entraban en una habitación todas las miradas estaban puestas en ellos. Atención, elogios, el placer más sutil: todo debía ser compartido entre ambos. Sin embargo, detrás de esos rostros perfectos una fuerza grotesca había encontrado su lugar para vivir. Apuestos, encantadores y con un don para tranquilizar a las mujeres, se convertirían en los médicos más prósperos de la ciudad. Siempre tenían citas dobles y buscaban a chicas a las que les gustara que las compartieran. Por lo general, a ellas no les importaba: los gemelos eran tan hermosos, tan perfectamente parecidos, tan destinados al éxito”.
La novela hubiera permanecido en un relativo olvido de no ser por la adaptación al cine (muy libre en varios sentidos, diferente en otros, como el deslumbrante final) que el canadiense David Cronenberg dirigió en 1988. Dead Ringers –Pacto de amor en la Argentina– empujó la republicación del texto y disparó las ventas a niveles insospechados. El director de Crash, placeres extraños y Videodrome tomó el concepto central de Geasland y Wood para construir otro monumento a la Nueva Carne, logrando una de las mejores interpretaciones duales de la historia del cine con la ayuda de Jeremy Irons en el doble papel de los hermanos Mantle, fascinados ante la aparición de una paciente con triple bifurcación uterina, una actriz famosa interpretada por Geneviève Bujold. La novela y el film son la base de una nueva miniserie creada por la guionista Alice Birch y producida y protagonizada por Rachel Weisz, que la plataforma Prime Video acaba de estrenar hace un par de días. Se trata no tanto de una remake del célebre largometraje como una nueva encarnación de la historia, que imagina a la pareja central como un dúo de ginecólogas embarcadas en el proyecto de su vida: un centro de partos y maternidad que funciona, al mismo tiempo, como laboratorio de investigación en el cual la fertilización y gestación de futuros seres humanos es llevada a un nuevo, desconocido y peligroso nivel.
LAS REINAS DEL ESPÉCULO
El primer episodio, de un total de seis, de Juntas hasta la muerte - Dead Ringers comienza con una conversación en un típico comedero de Nueva York. Las hermanas Beverly y Elliot Mantle (británicas como Weisz, buena ocasión para mantener el acento) charlan animadamente, siempre al borde del reproche y la reconciliación inmediata, como es la costumbre en ellas. Como lo hacen, es de suponer, desde siempre, desde que comenzaron a hablarse a temprana edad. Un hombre mayor, sentado en una mesa cercana, las escucha e intenta meterse en la conversación. Todo deriva en un cruce sobre un clásico fetiche sexual, que Elliot, la más asertiva y agresiva, reconoce de inmediato. El diálogo es franco, por momentos grosero, y el rechazo sarcástico de las hermanas a la propuesta del incauto lo deja en un lugar sumamente incómodo. Pero las hermanas conocen del tema y mucho: hace años que comparten compañeros sexuales. Generalmente es Elliot quien da el primer paso y Beverly continúa la relación una vez que se ha roto el hielo. Lo mismo ocurría en la película de Cronenberg, con el mismo apellido y los mismos nombres de pila. Aunque allí uno de esos nombres era de mujer, a pesar del cuerpo masculino, y aquí sucede exactamente lo opuesto. “Si no fuera por mí, aún serías virgen”, le decía Irons, en la piel de Elliot, a Irons como Beverly. Rachel Weisz está a la altura del desafío –del doble papel, del impacto indeleble del actor británico– y se sube a una montaña rusa interpretativa cercana a la esquizofrenia. A diferencia de los Mantle originales, que resultaban particularmente difíciles de reconocer en pantalla, la serie opta por señalarle al espectador una divergencia esencial: Beverly usa el pelo suelto, mientras que su gemela Elliot tensa su cabellera en una cola de caballo rigurosa. Por supuesto, los roles suelen invertirse, con lo cual la confusión está a la orden del día. Entrevistada recientemente por el medio online Screen Rant, Alice Birch, la joven pero experimentada guionista de series como Succession y Normal People y el largometraje Lady Macbeth, confesó que nunca había visto la película antes de embarcarse en el proyecto. “La vi justo antes de comenzar a escribir el guion y me pareció increíble. Un film que realmente te vuela la cabeza. Nunca había visto algo así. Algo tan raro, tan salvaje, tan específico como objeto cinematográfico. La amé y me estimuló mucho, aunque al mismo tiempo me daba miedo el desafío de encontrar una nueva historia que contar”. Teniendo en cuenta que ahora el cuerpo de las Mantle es capaz de gestar un nuevo ser en su interior, la posibilidad de un embarazo estaba muy a mano para crear toda una nueva serie de posibilidades narrativas. Pero esa es otra historia que no conviene adelantar.
En cuanto a las dificultades inherentes al proceso de escritura y el traspaso a la pantalla del papel dual esencial a la trama, la guionista afirma que no fue realmente tan complejo. “Beverly y Elliot son muy diferentes, algo que sabíamos al hablar sobre ellas, al pensar en su interacción. Algunas cosas fueron más difíciles de escribir que otras, desde luego, pero ellas son tan diferentes que no resultó tan arduo que la gemela correcta apareciera en el guion en el momento correcto”. Elliot consume cocaína de manera regular, casi al borde de la adicción, y es la más agresiva en cuanto sus deseos profesionales, a lo que quiere obtener en su laboratorio: la gestación de un embrión extrauterino, mucho más allá de lo logrado hasta el momento, sobrepasando los límites éticos y legales. Elliot, más concentrada en el dolor de las mujeres que pierden un embarazo o en hacer más sencillo el parto y sus corolarios, no está de acuerdo con el cariz que está tomando el futuro del centro médico. Sobre todo cuando una empresaria que ha hecho fortuna con la crisis de los opioides, una mecenas expansivamente cínica interpretada por Jennifer Ehle, parece dispuesta a apoyar el proyecto con una millonada de billetes. El segundo capítulo, dirigido como el primero por el cineasta canadiense Sean Durkin (Martha Marcy May Marlene), encuentra a las Mantle durante una intensa jornada de descanso en la mansión de la magnate, acompañadas de un grupo de personalidades ligadas a la industria farmacéutica o al desarrollo de tratamientos médicos que parecen haber abandonado hace tiempo los bozales morales. ¿Cuál es el futuro de la inseminación artificial y la creación de seres humanos fuera del útero? ¿Acaso es posible retardar o incluso evitar por completo la aparición de la menopausia? ¿Por qué pensar en el confort y la estabilidad de las futuras madres si lo más relevante es complacer a las pacientes/clientas ricas? Elliot está fascinada, Beverly un poco asqueada. Pero el dinero gana la partida y la apertura del nuevo centro llega rápido, antes de lo pensado. En paralelo, desde luego, como ocurría en 1988, la aparición de un primer amor en la vida de Beverly, que aquí se llama Geneviève, como Bujold, y que también es una actriz, en este caso en pleno ascenso de su carrera, encarnada por la también canadiense Britne Oldford.
PARTO DE SANGRE
A lo largo de las décadas, la historia del cine ha ofrecido muchos relatos de hermanos gemelos y, en el terreno del fantástico y el horror, se ha abordado muchas veces de manera intrafamiliar la figura del doble, el opuesto complementario, el doppelgänger. Esa era una cuestión central en Pacto de amor, donde el consumo de drogas legales y el dolor sentimental traspasaba las barreras físicas (biológicas, celulares) entre uno y otro hermano. El tono seco, bellamente “clínico” de Cronenberg –una marca de la casa– es reemplazado en Juntas hasta la muerte por un clima crecientemente enrarecido, en el cual conviven la vigilia y las pesadillas. Una atmósfera recargada, atravesada a su vez por un humor retorcido y un estilo visual que coquetea con el camp (el diseño de interiores del centro Mantle es un prodigio de escaleras de caracol, paredes rojas y ornamentación rococó). A diferencia del film, la serie recupera a un personaje presente en el libro, un anciano (aquí una anciana) misterioso que aparece y desaparece aconsejando con sorna a Elliot, como si se tratara de un antiguo oráculo. La ironía sacude la pantalla como un relámpago, como cuando los padres de las protagonistas viajan desde el Reino Unido para visitar a sus hijas, a quienes no ven desde hace casi cinco años. La música acompaña y el amor contaminado de Soft Cell o los dulces sueños de Eurythmics coronan desde la banda de sonido alguna apertura o cierre de episodio. Pero el viaje es gradual y al comienzo, cuando el espectador aún no conoce el destino ni las paradas intermedias, la serie regala un montaje de imágenes de parto y cesáreas, algunas de ellas reales. Birch afirmó en la entrevista mencionada que “queríamos comenzar en un terreno familiar y conocido porque sabíamos que, desde allí, iríamos a un lugar mucho más intenso, operístico. No he visto en la pantalla muchas imágenes de nacimientos que no fueran, de alguna manera, sanitizadas. Así que era importante arrancar desde un lugar que fuera realmente familiar”. Por otro lado, ya en un nivel enraizado en la realidad, la guionista admite que también era su deseo “reflejar el horror del sistema médico en el cual muchas mujeres embarazadas se ven inmersas”. Desde luego, en Dead Ringers –más allá de la aparición de un poco de sangre en la entrepierna o el uso constante de la sonda transvaginal– el concepto de violencia obstétrica adquiere un significado nuevo y definitivamente perturbador.