La tensión está en los atuendos, en las posiciones que hacen del lenguaje arcaico y de los colores celeste y blanco un antagonismo eterno.
La frase de Juan Bautista Alberdi se convierte en una dramaturgia enquistada y rabiosa que discute el acto de traer hijxs al mundo. En Gobernar es poblar, unos muñecos construidos por partes disociadas se transforman en máquinas parturientas. Ante la imagen de unas piernas depositadas sobre un agujero en la mesa que escupe pelotas de rugby inflables, poblar sería algo así como construir un artefacto loco que vuelca infantes blancos y morenos. Porque para el autor de las Bases de la Constitución no se trataba de mezclar tonos de piel ni acentos. Su consigna propiciaba una política migratoria parcialmente europea, con una preferencia por el obrero inglés para insertar la industrialización desde un saber práctico que se articulara concientemente con una política económica. Si bien Alberdi alentaba un pensamiento nacional no aceptaba la singularidad de su pueblo, buscaba adaptarlo al mundo de sus ideas con toda la violencia que esa tarea implicaba.
Hay en la recreación de los lugares tradicionales y en la forma de habitarlos una caracterización siempre beligerante. Los personajes mutan a partir de un vestuario que por momentos parece igualarlos, para después revelar una trasformación, una pasión por la hibridez que aparece como el verdadero conflicto. El detrás de la escena ayuda a construir un montaje que une temporalidades.
La obra de Gustavo Friedenberg dialoga con los postulados de Alberdi desde una mirada contemporánea y encuentra su actualidad en la pregunta sobre la maternidad, sobre la decisión íntima y política de tener hijxs y también sobre el efecto automático que ese mandato talla en el cuerpo y la cabeza de las mujeres. De algún modo ese hueco en la mesada de la pulpería del que saltan hijxs como pelotas, habla de un acto que no estaría mediado por la decisión, un efecto mecánico que ocurre en el cuerpo de la mujer sin su consentimiento. Tener hijxs es algo que está por encima del deseo, es una obligación que no merece reflexión alguna pero que las intérpretes de Gobernar es poblar asumen con un movimiento que se amolda a las exigencias de la danza, mientras discrepa en cuanto edades y géneros.
También se instalan en la escena parlamentos que hablan de experiencias donde la mujer fue abandonada por no querer tener hijxs mientras una travesti manifiesta que no sueña con la maternidad. En estos caso los enunciados cuestionan tanto una idea de asimilación como una diversidad que podría reproducir formas acríticamente.
Si Alberdi dirigía sus discursos a las madres como las primeras transmisoras de conceptos políticos que fundaban una moral ciudadana, aquí las mujeres necesitan de esa disidencia que las enfrenta a la bailarina clásica con su vestido azul y blanco, rubia, reflejo de una nación imposible. Friedenberg hace de los distintos registros de danza una capa narrativa que opera dentro de esta formulación ideológica como un trazado político que habla a partir de la gestualidad y los tonos de voz.
El único intérprete varón surge desplazado porque la paternidad adquiere un lugar secundario. El acto de parir tiene una potencia visual y dramática que lleva a esa centralidad del cuerpo de la mujer y a la inquietud que siempre genera lo que allí se sintetiza y decide. La pregunta sobre los hijxs, sobre el anhelo y la decisión de tenerlxs o no tenerlxs aparece como un subrayado que no puede eludir una demanda política. Poblar es una acción definitoria que implica siempre abrir el territorio a un otro que producirá una conversión tan arraigada como la propia sangre.
Gobernar es poblar se presenta los martes a las 21.30 en el Teatro del Abasto. Humahuaca 3549. CABA.