"Cometierra, acá desaparece gente todo el tiempo, acá, tu don es oro. Ya no sé la cantidad de veces que se lo repetí. Yo no puedo quedarme callada”, dice Miseria, una adolescente de 16 años que elige escapar del conurbano hacia la ciudad, acompañada por su pareja y su cuñada, para comenzar una vida diferente. En Miseria (Alfaguara), Dolores Reyes continúa con el personaje de su debut literario, la joven que al comer tierra de los lugares que las víctimas solían frecuentar tiene visiones sobre lo que pasó con las mujeres desaparecidas. Desde la publicación de Cometierra por la editorial independiente Sigilo en 2019, la primera novela de la escritora, docente, militante feminista y madre de siete hijos ha recorrido un largo camino mundial, que la ha llevado a viajar desde Caseros, donde vive, a España, Colombia, Estados Unidos y México, entre otros países.
En Miseria, Cometierra tendrá que enfrentar una oscuridad peligrosa mientras continúa intentando encontrar a las chicas que faltan, como Melody, Yazmin y Lula, entre otras. “A los que me buscan los asfixia el dolor casi tanto como la falta de esperanza. La fueron quemando, desesperados, siguiendo a los que ya no están, mientras les iban cerrando todas las puertas”, reflexiona Cometierra, esa joven que siente que “la tierra parece gritar adentro de mi boca”.
Reyes escanea con la mirada esa precariedad del conurbano que tanto conoce por su experiencia docente en la escuela 41 de Pablo Podestá. “Me preguntan mucho si pienso a Cometierra como una heroína. La verdad es que la veo tan humana y tan frágil. Aunque tenga ese poder de ver qué pasó con las mujeres desaparecidas, es una piba del conurbano expuesta a todos los niveles de violencia. ¿Cómo no va a impactar en su forma de ser estar viendo todo el tiempo la violencia hacia las mujeres?”, se pregunta la escritora que combina en sus tatuajes dos pasiones: la literatura y la militancia feminista. En los antebrazos tiene tatuadas las dos tapas de sus novelas; por la pierna izquierda asoma el dibujo de una mujer que es apuntada con un revólver por la espalda y dice “basta ya de chic@s muertas” y en la espalda eligió probablemente el mejor comienzo de una novela argentina, El limonero real, de Juan José Saer: “Amaneció y ya está con los ojos abiertos”.
La voz de Reyes tiembla al recordar el momento en que supo que la podían matar por ser mujer. Lo descubrió cuando mataron a María Soledad Morales en Catamarca. La niña que entonces tenía once años corría las cinco cuadras desde la escuela pública en donde estudiaba hasta la casa de su abuela para poder ver en la televisión qué había pasado con María Soledad. Después empezaron a aparecer otras chicas asesinadas, “pero no tanto como ahora, que es una canilla abierta”, compara la escritora que estudió el Profesorado de Enseñanza Primaria y Griego y Culturas Clásicas en la Universidad de Buenos Aires. “Yo trato de aislarme a la hora de escribir; vivo lejos de la ciudad y eso me sirve para bajar las presiones, incluso de los lectores que me pedían la continuación y cómo seguía la historia”, cuenta Reyes (Buenos Aires, 1978) sobre el esfuerzo que tuvo que hacer para escribir Miseria. “En el momento del proceso de escritura me tengo que concentrar en el personaje, en buscar las voces, en buscar la estructura. Yo tenía muy claro que no me quería repetir, pero a la vez tenía ganas de seguir con la historia de Cometierra porque sentía, claramente, que no la había terminado”, revela la escritora en la entrevista con Página/12.
-¿Por qué preferiste escribir una novela “a dos voces”, con las voces en primera persona de Cometierra y Miseria?
-Tenía muchas ganas de escribir una novela a dos voces; no me animaba a una polifonía total como Río de las congojas (de Libertad Demitrópulos) que siempre la tengo bien arriba; es una de mis novelas preferidas, donde están todas las voces de los oprimidos. Quería introducir dos voces que me trajeran ciertas dificultades. Yo tenía claro qué iba a contar desde la perspectiva de Miseria y qué desde la perspectiva de Cometierra, pero a la vez son dos chicas muy jóvenes, cercanas en edad, con el mismo contexto social; entonces era un desafío separar las voces. Ahí aparece la magia que trae cada uno al mundo: Miseria es una piba súper despojada de todo (su sobrenombre ya lo indica) y sin embargo tiene una chispa vital, es muy expansiva y no para de hablar, no tiene demasiada reflexión interna sino que es todo acción. Y tiene un plan para el poder de su amiga, que es muy distinto al tiempo de Cometierra y a la forma de vincularse con los demás.
-¿Cometierra es más reflexiva?
-Absolutamente. Ella se fue de Podestá reclamando un nombre y en ese reclamo quiere tener una vida como las chicas de su edad; pero la realidad se le presenta en esos ojos fotocopiados que se reproducen hasta el hartazgo y que ella siente que la están mirando también. La novela plantea el tema de la elección: ¿hasta dónde elegimos? ¿qué es lo que podemos elegir? Ahora que se habla tanto de la libertad pienso mucho en mis personajes ¿hasta dónde eligen libremente? ¿Alguien elige nacer en un lugar donde ni siquiera tiene agua potable, como el lugar donde nació Miseria, en una casillita? ¿Alguien elige eso?
-Cometierra no elige el don que tiene...
-Para nada y ella descubre ese don en el peor momento de su vida. Si su madre no hubiese sido víctima de femicidio, ella no hubiese comido tierra para guardarse a esa mamá dentro de su cuerpo; entonces quizá nunca hubiese descubierto que tenía ese don. Pero una vez que lo descubre le llega la hora de decidir qué es lo que va a hacer con ese poder. Si va a continuar o no, de qué manera, dónde… Hay un ojo amenazante que la está rondando a Cometierra sin que ella sepa. No todas las mujeres que tienen un poder lo utilizan para ayudar a las otras; hay personas oscurísimas en el mundo.
-¿Por qué las mujeres son las que desaparecen?
-Vivimos en una sociedad donde hay organizaciones de hombres que secuestran mujeres, que las dañan, las lastiman; hay parejas que matan a sus mujeres casi a diario. Entonces las faltantes somos siempre las mujeres. No alcanza con matar a una mujer; hay que eliminar sus restos como una forma de borrarla del mundo. El cuerpo de una chica que fue tirada a la basura (Ángeles Rawson) genera una herida abierta. En Miseria trato de poner el ojo en los buscadores y pensaba mucho en el padre de María Cash, que murió en la ruta, en un accidente, buscando a su hija hasta el último segundo de su vida. Siempre hay alguien en una familia donde hubo un femicidio o una desaparecida que continúa buscando el cuerpo o justicia. O las dos cosas, como parte de un mismo proceso. Con Cometierra me preguntaban todo el tiempo dónde estaba la vidente; que por favor les pasara el contacto con la vidente porque había una hermana que faltaba, una mamá que faltaba, una hija que faltaba.
-¿Cómo explicás ese “descarte” de los cuerpos de las mujeres?
-Por la deshumanización total a la que nos someten a las mujeres; una vez que el placer está consumado el cuerpo de la mujer es basura. La vida entera de una mujer va con los desechos. En la dictadura nacían bebés en cautiverio y a las madres siempre las mataban y las descartaban. Esto tan terrible y doloroso nos ha marcado.
-El hecho de pedir los servicios de una vidente demuestra que las instituciones que deberían buscar a las mujeres y prevenir la violencia no lo están haciendo, ¿no?
-Si, desafortunadamente. Yo creo que avanzamos en un montón de cosas; conseguimos el aborto legal, conseguimos una ley de ESI (Educación Sexual Integral), conseguimos el matrimonio igualitario; pero no veo eso en cuanto a los femicidios. Todas las medidas que se tomaron no sirvieron para que las muertes bajen. Todo el tiempo vemos cómo matan a mujeres que habían denunciado a sus parejas y que tenían el botón antipánico. Tuvimos tantas intervenciones en el espacio de la calle y en las agendas políticas de los partidos, donde no puede dejar de estar el tema de la seguridad de las mujeres, y sin embargo esto no se está revirtiendo. Hay ciertas zonas de la ciudad como Flores o Liniers, donde se sabe que hay prostitución y también hay trata de personas. Y nadie hace nada. ¿Qué hace la policía? Pasa y cobra una coima y después ¿hay que ir a reclamarle a esa gente sobre una mujer “perdida”? En Flores hay organizaciones de docentes que salen a buscar a chicas de 15, 16 años que están faltando. A veces, con la presión social, logran recuperarlas vivas después del primer momento de captación. Las mujeres nos cuidamos entre nosotras porque el Estado no responde por la vida de sus ciudadanas. Seguimos buscando a Tehuel y seguimos viendo chicas travestis asesinadas, muchas veces por las fuerzas policiales.
-Hasta la publicación de la novela “Cometierra”, ¿había una especie de déficit de la perspectiva feminista sobre la vida de las chicas en el conurbano?
-Eso me lo pregunté mucho, incluso por el tema del lenguaje. Por qué elijo contar una historia desde este lugar y ahora con estas chicas. Las chicas son violentadas todo el tiempo. Ahora en el cementerio de Podestá están los cuerpos de Melina Romero, Araceli Ramos e infinidad de chicas que fueron asesinadas. Siempre estoy muy preocupada por quiénes van a contar la historia. Tantas veces hemos leído libros sobre las guerras escritos por hombres y qué poco leemos cómo se afronta esa situación desde la perspectiva de una mujer, incluso comunitariamente. Pensaba en Lisístrata y la asamblea de las mujeres y cómo las mujeres se ponen de acuerdo para hacer una huelga de piernas cerradas para parar la guerra porque saben el daño que genera la guerra para su vida y para la vida de sus hijos. La última vez que estuve en México me enteré de que el 65 por ciento de las mujeres desaparecidas son pibas de 14 a 24 años. ¿Quién va a contar esto, desde la ficción o desde donde sea? Yo trabajo con la ficción... La ficción es una herramienta que me permite construir voces y experiencias.
-¿Cuánto de las experiencias que aparecen en tus novelas se alimenta de tu trabajo como docente?
-Mi experiencia como docente es fundamental; ahí están las historias que quiero contar, ahí están los personajes, los cuerpos; ahí está eso tan fresco que traen los pibes y que me nutre. Aunque ahora estoy con una licencia sin goce de sueldo como docente, estuve muchos años en la escuela 41 de Podestá como maestra de grado.
-La precariedad de la vida de tus personajes, ¿tienen algo de la precariedad de tu propia vida como chica del conurbano?
-Hay un montón de cosas de las que prefiero no hablar...yo trato de no escribir autobiográfico porque intento alejarme de lo que viví. Pero mis cuatro hermanos que leen me han hecho infinidad de observaciones. Hay personajes que contestan como contestaba un familiar… Lo que me gusta de la ficción es que me permite incorporar cosas que duelen y nos exponen. El resultado es mucho más carnal, sensorial y emotivo. La ficción muestra la realidad de una manera más contundente. La literatura me sirve para no quedarme con la tristeza, generar algo vivo y ponerlo a funcionar en el mundo.