Nunca debería juzgarse a un autor, sea del pensamiento o del arte, por sus conductas aberrantes. De esto se ocupa la Justicia, pero el Derecho no legisla sobre las obras. Es cierto que la cuestión que no se puede dejar de lado es qué consideramos una "obra". Pero este es otro problema.
Lo importante es que un autor no es idéntico a sí mismo, su obra nunca se reduce a su vida fáctica.
Escuché a Borges decir en la TV española, en plena dictadura argentina, que los argentinos deberían vivir 500 años sin democracia, pero nunca pensé que la relación con la escritura de Borges fuera solo asumible desde ese ángulo.
Heidegger cometió la infamia de ser Rector en Friburgo bajo el régimen nazi, e incluso en los Cuadernos Negros, sus escritos personales, leemos algunos destellos de su antisemitismo filosófico.
Sin embargo, Arendt, Jaspers, Lacan, Derrida, hicieron todo lo posible y sin ingenuidad alguna para que su gran legado filosófico continuara.
En otro sentido, cuando se escucha que Hegel, Marx, Freud, etc, son hombres, blancos, eurocéntricos y heteronormativos con el propósito de invalidar su lectura, asistimos a una confusión intelectual gigantesca. El desafío es leer lo que en todos ellos va más allá de esas categorías y asumir que un autor difiere en su propia obra de sí mismo y no puede ser reducido a una unidad que pretenda presentarse como una totalidad entre vida y obra.
Cuando en nombre de la moral actual vemos que una obra se retira de circulación, a raíz de alguna actuación aberrante de su autor, asistimos a un triunfo de la moral sobre la Ética. A la implantación de una nueva "minoría de edad" que borra, para decirlo en términos kantianos, la "autonomía de la razón", la que permite discernir como debe ser recibida una obra.
Hoy en día parece ser muy sencillo que desaparezca la circulación de una obra por motivos relativos a las conductas morales. Profesores, directores de cine, actores, dejan de estar presentes sin que produzca ninguna atención especial esa ausencia, salvo su posible reverberación en el mundo incesante de las habladurías.
Las izquierdas deberían reflexionar en este punto ya que amplios sectores progresistas están involucrados en este problema.