No fue un recital, tampoco un DJ set. La denominación que mejor le sienta a lo que presentó Bizarrap en la noche del jueves, en el Hipódromo de Palermo, es la de show. ¿Performance quizá? ¿Live set? En la previa del evento, mientras el público ingresaba, alguien destacó el perfil marketinero del músico y productor. Digamos que hay que tener mucha pasta de entrepreneur para salir en la revista Forbes, la biblia de los negocios. Y el de Ramos Mejía apareció ahí en 2022, convirtiéndose en el primer artista latinoamericano de su generación en hacerlo. No le sucedió ni a Bad Bunny ni a Rosalía: le pasó a él. El año anterior, el conductor estadounidense James Corden lo entrevistó. Pero no lo hizo para su late night, sino para el encuentro empresarial Converge, organizado por la empresa Globant. De la tertulia, destacó una afirmación del álter ego de Gonzalo Conde: “Me reinventé”.
Una vez adentro del predio, lo primero que se percibía era la sensación de kermese y también de novedad. Detrás de la luminosa cadena de puestos de fast food, se erigía una especie de domo. A medida que se recorría, bien fuera por un extremo u otro, la estructura tomaba forma de plaza de toros. Al menos en las últimas décadas, no se vio nada así en Buenos Aires. En tanto el público se ubicaba en el campo, bajo el cielo abierto, detrás de ellos se alzaban varios módulos con un poco más de gente. Y enfrente de todos se encontraba el escenario. Cuando la luz brillaba, se distinguía el lugar que iba a ocupar el artista en la inmensa estructura. Parecía esas torres puntiagudas de la última planta de los rascacielos arte decó, como la del Edificio Chrysler. Sostenida en los costados por dos pantallas en las que se proyectaba merchandising relacionado a Biza.
En el medio de la tanda publicitaria, y justo cuando el viento gélido arreciaba desde la Costanera, llamó la atención una advertencia que sugería tener cuidado con los efectos que podía provocar la iluminación del show. De pronto, Bizarrap se subió a su nave, y el cohete 360 se encendió en su totalidad. Entonces deslumbraron las pantallas verticales apostadas a lo largo y ancho de ese coliseo cuya preparación, según contó la producción del show, llevó ocho meses. Es curioso: a pesar de su popularidad, que tuvo un alcance mundial a comienzos de este año con la sesión que protagonizó con Shakira, Bizarrap nunca había tenido una actuación propia ante el público local. Siempre lo hizo en el marco de algún festival. Por ejemplo, ya se había presentado ahí, en el Hipódromo de Palermo. Aunque como parte de la grilla del Buenos Aires Trap.
La última vez que Bizarrap se presentó en Buenos Aires o sus alrededores fue el año pasado, cuando cerró una de las noches del festival Lollapalooza. Para quien nunca vio su accionar en vivo, se trató de un justo muestreo de la manera como encara su performance. Si bien comenzó siendo un referente de la música urbana, a partir de sus BZRP Music Sessions, sus sets empezaron a empujar al trap y al rap hacia la música electrónica orientada a la pista de baile. Al mejor estilo de la escena EDM. Por eso su aparición en el set de Skrillex en el último LollaAR, fue más que significativa. Y es que era una suerte de bendición de uno de los tótems de ese movimiento, amén de gran influencia del nacido en 1998. Días antes de que Holanda se convirtiera en verdugo de la Argentina en el Mundial de Francia. Toda una paradoja de la ecuación, si se piensa en Qatar en términos de álgebra.
Luego de que un haz de luz verde girara en torno a todas las pantallas, como traccionada por una moto moviéndose de forma centrífuga, Bizarrap disparó la sesión que hizo junto a Nathy Peluso. Si hay un rasgo que atraviesa a su joven obra es que instaló el hecho artístico por sobre la tradicional manera de comprender la música. Entonces, en vez de títulos de canciones, hay número de sesiones. La de Peluso fue la 36, secundada por la 38, a cargo de L-Gante. La del boricua Eladio Carrión es la 40, mientras que la dl dominicano Chucky 73 es la 43 y la del chileno Polimá Westcoast es la 12. Así avanzó la hora y media de show, pero sin respetar el orden en que salieron a circular las sesiones en redes sociales. También fueron surgiendo en forma de mash up (mechando un pedazo de cada tema con otro), sin aferrarse necesariamente a la estética sonora original.
Pasada la media hora de presentación, la dinámica que el artista y su equipo de trabajo propusieron no se parecía ni siquiera a la de los festivales de música electrónica que se hacían acá. Puede que haya estado más cerca de una Tomorrowland, festival belga de música electrónica que se distingue por una decoración y puesta que simula mundos de magia y fantasía. En este caso, en el universo de Bizarrap hay robots bailando, castillos que se transforman en algo parecido a un iglú, humo que toma forma humana y seres nocturnos. Al momento de desenvainar la sesión junto a Residente, saltan imágenes circenses frikis al calor del flow: “Esto lo hago pa' divertirme
Pa' divertirme, pa' divertirme”, versa el otrora Calle 13. Cada escena fue creada en torno al imaginario o la letra de los temas. O al menos están inspiradas en ellas.
En medio de toda esa catarata de números, sesiones, luces e imaginarios en los que también cabe Lionel Messi (hubo un tramo dedicado a él) en versión 3D, irrumpió el convidado de la jornada: Duki. Juntos hicieron el tema parido en la sesión 50, y sumaron uno más, pero esta vez del artista invitado: “Givenchy”, lo que decantó en una declaración pública de admiración. Fue uno de los pocos pasajes en los que habló Bizarrap. Y cuando lo hacía, no tenía el mismo poder de su música. No es un arengador nato, y él lo sabe. De hecho, lo confesó en la última parte del evento: “No sé si saben que éste es mi primer show propio. No me salen las palabras, no soy expresivo”. Y le agradeció a esa masa de gente que agotó no sólo esa función, sino también la del viernes y la del sábado. Ahí soltó su hit con Shakira, y más tarde el del rapero Quevedo, con el que logró la consagración. La primera de tantas.