Uno de los temas que ha requerido la mirada permanente del pensamiento social es el de la ciudad. En tanto emblema espacial de la modernidad su centralidad y protagonismo encarna un conjunto de transformaciones antropológicas, económicas y políticas que se despliegan con fuerza a partir del Renacimiento. El fenómeno de la urbanidad es de larga data, pero su instalación como vertebrador primordial de la vida en comunidad se incrementa a partir del siglo XIX.

Si trazásemos una sumaria sinopsis sobre las visiones de la ciudad, uno podría establecer dos criterios. El que la ve como sinónimo de asociatividad y realización, y el que la define como un territorio de la alienación y la inautenticidad. Vale recordar aquí que la ciudad se estructura en torno a dos categorías claves: la de cercanía y la de concentración.

Puesto de otra manera, allí las personas se conectan y se agrupan todo el tiempo, y partir de esa trama se ponen en marcha un conjunto de infraestructuras e instituciones cuyo uso es requerido por sus habitantes (transporte, escuelas, industrias). Vínculos interpersonales constantes y proliferación de bienes y servicios. Si en la ruralidad prevalece la dispersión y la distancia, en la urbanidad se impone el imbricamiento y la aglomeración.

Siguiendo con la sinopsis, si durante el siglo XIX a la ciudad se la exhibe como un progreso civilizatorio (Sarmiento la imagina como un antídoto contra el caudillismo), más de un autor del siglo XX la ve como una forma sofisticada de barbarie (pienso en Kusch o Martínez Estrada rebatiendo al propio Sarmiento).

Sin embargo, y aun aceptando estos dilemas, la ciudad es un escenario insoslayable a la hora de pensar la organización social contemporánea, lo que supone ingresar analíticamente a la serie de virtudes y problemas que su funcionamiento acarrea. Nuestro país, por otra parte, no deja de ser un caso emblemático, por la altísima tasa de urbanización que presenta en comparación con otros. Es obvio, además, que hay cuestiones que llamaríamos de escala. Sabemos bien que nuestra provincia en la categoría “ciudad” incorpora toda aquella con una población con un piso superior a los diez mil habitantes (lo que incluye por ejemplo a San Jorge, Vera o Rufino), cuyas características son claramente diferentes a la de los grandes aglomerados urbanos.

A esa escala nos avocaremos en estas líneas, a sabiendas que en ellas esta combinación de cercanía y concentración se manifiesta en plenitud. Propondremos aquí algunas ideas acerca de un modelo posible de ciudad (en este caso la nuestra) transitando sobre esa difícil zona de equilibrio entre potenciar lo que vida urbana tiene de enriquecedor y limitar aquello como opera como degradación.

Por cierto que este debate no se desarrolla en abstracto, sino que coincide con un proceso electoral en marcha y parte de señalar las dos principales falencias de Pablo Javkin. La primera, la de un equipo de gobierno al que le ha faltado vuelo, resultado como sabemos de que el intendente se sostiene sobre un partido muy pequeño, apartó de los cargos más relevantes al Partido Socialista y apeló por tanto a un listado de funcionarios (salvo contadas excepciones) sin experiencia política e insuficiente envergadura de gestión. Una gestión personalista, tecnocrática y poco eficiente.

El drama de la pandemia nos exige ser más indulgentes que lo habitual con nuestros gobernantes y entender el durísimo tiempo que les ha tocado, pero la lenta normalización ha puesto en evidencia el segundo punto cuestionable de la actual administración. La ausencia efectivamente de un modelo de ciudad, de un horizonte regulador en el cual inscribir acciones que corren el riesgo de brotar erráticas y desarticuladas.

Es obvio que nuestros vecinos reclaman inicialmente lo básico (que se pavimenten las calles, que haya buena frecuencia en el Transporte Urbano de Pasajeros), pero cada una de esas medidas requiere una planificación que le brinde sustentabilidad y proyección. Establezcamos entonces algunas de las características de una estrategia urbana para el futuro.

En primer lugar, una ciudad baja. Es evidente que con una población de un millón de habitantes, creciendo y sobre un perímetro territorial relativamente rígido las construcciones en altura son inevitables, pero aquí se ha producido un desmadre y un desatino completo aglutinando esas edificaciones en el macrocentro. Esa hiperconcentración ocasiona un efecto invernadero en aumento, satura la circulación vehicular y tensa al extremo la prestación de servicios básicos.

Estas distorsiones son consecuencia indudable del boom constructivo ocurrido a principios del 2000 al calor de la reactivación económica impulsada por el kirchnerismo; pero con gran descuido en aquel momento el gobierno local no reguló las alturas permitidas y se produjo un desquicio hoy difícil de enmendar. Eso fue de la mano de la proliferación de los llamados convenios público-privados, vehículo a través del cual se facilitó la inversión de grandes emprendedores inmobiliarios a cambio de obra pública que el municipio hace tiempo dejó de realizar.

Allí está como muestra Puerto Norte, un ghetto para pudientes, un enclave de opulencia que profundiza la dualidad social, no resuelve problemas de vivienda y favorece la especulación inmobiliaria (con fondos de dudoso origen). Hace pocos días la Intendencia y el Concejo, en esa línea, autorizaron un edificio frente al río de 200 metros, un verdadero mamarracho urbanístico inexplicable desde cualquier punto de vista.

En segundo lugar, y siguiendo con esta línea, una ciudad descentralizada, retomando una de los orientaciones rescatables de Hermes Binner. Una gestión moderna requiere la promoción de nuevas centralidades, porque favorece las idiosincrasias barriales y evita la concentración indebida de la actividad administrativa, comercial y recreativa. Eso implica además equidad en el destino presupuestario del gasto público prestando especial atención a la situación de la periferia (donde cerca de 200.000 personas aún viven en asentamiento irregulares). Recuperar la Peatonal Córdoba de San Martín a Laprida o la calle San Juan de Maipú a Corrientes pueden ser iniciativas atendibles, pero no tiene que estar allí el énfasis de las acciones públicas.

En tercer lugar, una ciudad integrada. En tres sentidos. Uno ya fue mencionado (la articulación armónica entre distintas centralidades), y agreguemos una integración regional y otra productiva. Respecto de lo primero, es habitual escuchar reclamos de mayor autonomía para Rosario (lo que es lógico en algún aspecto) pero eso parece soslayar la tanta veces pregonada y poco concretada (y siempre necesaria) “Area Metropolitana”.

Como así también el dato histórico irrefutable de que nuestra ciudad es sintomática y procíclica de los vientos nacionales. Nació como ciudad portuaria, ferroviaria y agroexportadora con la Generación del 80, se industrializó modélicamente con el peronismo, sufrió como nadie la crisis del 2001 y despegó notablemente durante el kirchnerismo. Por lo demás, inversiones claves en infraestructura o en subsidios para el transporte requieren de apoyatura provincial y nacional.

Y finalmente, una integración productiva que termine con la falsa antinomia entre ciudad industrial o ciudad de servicios. La fórmula sería una ciudad que al justipreciar su trayectoria industrial requiera por tanto más y mejores servicios.

En cuarto lugar, una ciudad segura. Tema que hoy gana notoriedad en la agenda pública y en donde la ciudad debe tener un rol que no puede delegar. Que el intendente reclame drásticas reformas que no son de su competencia (una policía sin vínculos con el delito, un servicio de Justicia eficiente) es entendible, pero no es aceptable la ausencia de acciones que hacen al municipio como democracia de cercanía. Una política intensa de urbanizaciones (con propio presupuesto), un mapa del delito científicamente organizado o un trabajo social sistemático con jóvenes que eligen el narcomenudeo como forma de vida son apenas algunos ejemplos.

En quinto lugar, una ciudad ecológicamente sustentable, lo que por otra parte va en sintonía con uno de los desafíos que hoy debate la humanidad para los próximos años. Aquí se han cometido improvisaciones ya mencionadas, pero hay transformaciones que se pueden emprender. Menciono solo tres: fomentar recuperadores urbanos de residuos, promover la energías renovables en las nuevas construcciones y aumentar la oferta de metros cuadrados de espacio verde por habitante.

Un capítulo especial es el tema del desplazamiento vehicular. El tránsito es un tema clave en las ciudades de más de 500.000 habitantes, con sus consiguientes efectos ambientales y de hacinamiento. Rosario debe marchar hacia un desaliento del automóvil particular, auspiciando la circulación multimodal (ciclovías y transporte público). Ideas como instalar cocheras subterráneas o permitir el ingreso de autos al microcentro deben ser desechadas.

En sexto lugar, una ciudad participativa que incentive todos los institutos de involucramiento ciudadano en la cosa pública. El presupuesto participativo (hoy languideciendo) va en esa dirección, pero hay que sumarle los Consejos Consultivos de Organizaciones Populares, la consulta popular vinculante o las Audiencias Públicas. El municipio es el espacio de gobierno ideal para acercar el control ciudadano al desempeño de funcionarios y gobernantes.

En séptimo lugar, un estado amigable, eficaz. Es patente que en los últimos años prestaciones básicas pero sustantivas (arbolado público, bacheo y veredas) han ido perdido capacidad de ejecución y sufren una menguada atención presupuestaria, lo cual exige una rejerarquización de esas áreas.

Y finalmente, un uso pleno del espacio público (fundamental para una sociedad en paz y sin miedo). La Noche de las Peatonales ha sino una buena iniciativa en ese sentido, pero hay que extender experiencias de este tipo a escala de toda la ciudad, mejorando por otra parte la iluminación y el estado de las plazas, hoy en buena medida descuidadas.

 

El gobierno del Frente Progresista ha cumplido un ciclo, que incluyó logros que cabe reconocer, deudas nunca saldadas y fracasos que se han venido acumulando. Desde el peronismo estamos construyendo una alternativa nacional, popular y progresista, junto a compañeros y compañeras de Ciudad Futura y otras organizaciones políticas. Una coalición seria, confiable, consistente, con un programa y voluntad de transformación. A eso convocamos a todos los rosarinos y rosarinas. 

[email protected]