El comienzo de una nueva edición del Bafici, vuelve a presentarse como una oportunidad casi única en tiempos de una crisis ya muy larga, que de forma inevitable ha golpeado al sector cinematográfico. Existen muchos caminos que permitirían evaluar el estado de dicha “industria”, palabra no del todo exacta, pero útil para englobar la labor individual y fragmentaria de muchas voluntades reunidas por la misma actividad.
El inicio de la Competencia Argentina del tradicional festival porteño ofrece el ámbito perfecto para el trabajo de campo, para evaluar el estado de cosas a través de las obras producidas y sacar conclusiones a partir de los efectos. ¿Se notarán las secuelas de la crisis en los trece largometrajes que la integran? ¿Habrá afectado ese declive la calidad estética de las películas? ¿Qué clase de espejo será el cine respecto de esa realidad que también afecta a sus autores y actores? ¿Estarán tematizados en sus relatos los miedos y conflictos que atraviesan a todo el cuerpo social? Tal vez las primeras tres películas proyectadas pueden aportar respuestas.
Cineasta prolífico, Martín Farina estrenó diez largos en apenas nueve años, proponiendo diálogos ocasionales entre ellos. Esto ocurre con Los convencidos, documental narrado en cinco episodios, dos de los cuales comparten protagonistas con sendos trabajos previos: Los niños de Dios (2021) y Náufrago (2022). El segmento inicial retrata a Sol, una joven obsesionada con alcanzar el éxito lo más rápido posible, aunque su visión del mismo se limita a lo económico. Como aquel estribillo de los Auténticos Decadentes que dice “el dinero no es todo, pero como ayuda”, ese anhelo la riqueza aparece tanto como un vehículo para resolver necesidades familiares o mejorar la vida de sus padres, signada por algunas carencias, como para cumplir deseos y fantasías de orden más banal.
Sol era la protagonista del documental Los niños de Dios, en el que Farina retrataba a dos hermanos criados en el seno de una secta siniestra, experiencia que aún los afecta en la adultez. Resulta curiosa la forma en que la joven se abraza ahora a la idea del éxito como si profesara un nuevo culto. En el devenir ha cambiado la estructura religiosa por lo que parece ser un negocio de organización piramidal, en el que el discurso evangelizador ha mutado en una dialéctica pseudo financiera, destinada a sumar nuevos convencidos a la legión del dinero. El trayecto modificó también la idea del paraíso deseado, antes espiritual y ahora material. Lo que se mantiene firme es la fe como motor, por encima de la razón.
Los segmentos siguientes mantienen las premisas formales: uso del blanco y negro, registro observacional, montaje mínimo, a lo que Farina le suma largos planos fijos. Así retrata a miembros de su familia y amigos en conversaciones cotidianas que siempre avanzan pisando la banquina de lo ético y lo moral, del abuso de las instituciones a la forma en que se percibe la realidad. En el episodio final, Willy Villalobos y el humorista gráfico Sergio Langer, protagonistas de Náufrago, discuten sobre uso y ética del lenguaje cinematográfico en una charla sobre Roma, de Alfonso Cuarón. Ahí surgen ideas útiles para pensar el trabajo de Farina, quien sobre los títulos finales se permite revelar ciertos trucos que refutan la idea del documental como registro aséptico de lo real. Una declaración de principios.
El reencuentro de dos mujeres distanciadas hace tiempo es el eje sobre el cual Vera Fogwill y Diego Martínez construyen Conversaciones sobre el odio. Con los protagónicos de Cecilia Roth y Maricel Álvarez, la película propone la inmersión en un vínculo roto que ambas no intentan recomponer. Sólo buscan resolver cuentas pendientes y, si fuera posible, sanar viejas heridas. La mayor es Débora y la joven, Déborah. La primera fue representante de la segunda, una actriz y cineasta cuya carrera nunca despegó. Ella alega cuestiones de principios en una industria decadente; la otra se burla de su ética y la llama idiota. Si a priori parecen incompatibles, pronto queda claro que se trata de eso a lo que hoy se llama relación tóxica, en cuya dinámica patológica y patética ambas funcionan muy bien.
Conversaciones sobre el odio utiliza todas las herramientas a su alcance para construir una atmósfera agobiante. Desde la acción, a partir de la naturaleza insana del vínculo, que enseguida vuelve a funcionar como si los años transcurridos no representaran un corte, sino sólo una pausa. El escenario le aporta encierro a la ecuación, limitando el campo dramático al departamento de Débora, repleto de gatos, objetos y mugre. En cuanto a lo formal, los directores usan la cámara en mano para acentuar la sensación de inestabilidad e inducir en el público la idea de un derrumbe inminente. A veces el recurso funciona, pero otras distrae, generando fugas de tensión. Al contrario, la banda sonora, ominosa y minimalista, ataca en los lugares correctos, generando efectos que nutren al clima sombrío del relato.
La ética vuelve a ser uno de los temas que se desarrolla en Los médicos de Nietzsche, de Jorge Leandro Colás, esta vez aplicada al territorio de la medicina. El punto de partida es el trabajo de un médico que utiliza la obra y el pensamiento del filósofo alemán del título para cuestionar su propio oficio. Una labor de deconstrucción (en la acepción más derridiana del término) que busca reelaborar los términos de las relaciones que los profesionales establecen no sólo con sus pacientes. También con su propio conocimiento y, sobre todo, con el imperativo de verdad con el que carga la medicina en tanto disciplina científica.
Lejos de construir un trabajo meramente conceptual, Colás registra escenas que resultan dinámicas aunque los personajes permanecen sentados la mayor parte del tiempo y no hacen más que hablar. Charlas de consultorio que, lejos de las clásicas visitas donde uno monologa y el otro asiente, devienen en discusiones basadas en el desarrollo de diferentes vínculos. En primer lugar, el que une a médico y paciente, pero también el que estos últimos establecen con su propia enfermedad. Con una puesta y un modelo de narración clásicos, Colás logra una película tan simple como excéntrica, socrática a su modo por el valor que el diálogo tiene en ella. Pero también sorprendente por el modo en el que el conocimiento no se da por sentado, sino que se lo reelabora a partir de la duda y de la humildad de los que no se sienten dueños de la verdad.
- Los convencidos se puede ver el sábado a las 22 14:05 en El Cultural San Martín Sala 1 y el lunes 24 a las 16:00 en el Multiplex Monumental Lavalle Sala 4.
- Conversaciones sobre el odio va el sábado 22 a las 11:50 en El Cultural San Martín Sala 1 y el martes 25 a las 15:10 en el Multiplex Monumental Lavalle Sala 4.
- Los médicos de Nietzsche va el domingo 23 a las 16:55 y el lunes 24 a las 12:00, ambas funciones en El Cultural San Martín Sala 1.