La última sesión de Freud le permite a Luis Machín revisitar una misma obra y resituarse en escena; es decir, allí donde interpretaba a Clive Staples Lewis ahora lo hace con Sigmund Freud. De acuerdo con la propuesta del autor –el norteamericano Mark St. Germain–, Freud y Lewis habrían coincidido en un diálogo –algo no probado pero posible–, cuando Inglaterra ingresaba en la Segunda Guerra Mundial. Dios, la vida y sus misterios, son parte de la justa verbal que Luis Machín (Freud) y Javier Lorenzo (Lewis) proponen en La última sesión de Freud, con funciones el sábado 29 (a las 20) y el domingo 30 (a las 19) en Teatro Astengo (Mitre 754).
“La reposición tuvo que ver con un deseo mío, muy fuerte, y la estamos haciendo con el mismo equipo con el que la hicimos hace doce años, cuando yo hacía de Lewis y Jorge Suárez de Freud. El teatro se llenaba y siempre tuve la sensación de que había mucha gente que se había quedado sin verla. Quise volver a hacerla, y por distintas cuestiones eso no sucedió. Pero a medida que pasaron los años y al ponerme más grande, ya me dieron ganas de hacer de Freud, a quien siento que tengo que agradecerle mucho (risas)”, señala Luis Machín a Rosario/12.
El pleito entre el hombre de razón y el hombre de fe encuentra ecos propios en el actor. Como él refiere: “Durante muchos años y hasta mi primera juventud fui parte de la Acción Católica, era muy católico y por convicción. Después el teatro fue ganando terreno, y dejé de ir a misa de 9 porque me quedaba con el grupo teatral jugando a las cartas, ensayando o tomando cerveza. La religión fue desplazada y la creencia religiosa quedó en un terreno medio curioso. Luego tuve varios años de mucha dificultad de salud, vinculado a un proceso psicológico complejo, del cual fui saliendo gracias al psicoanálisis. A excepción de la pandemia y los años de encierro, hice terapia durante muchos años y retomé ahora. Si bien en pandemia tuve que priorizar otras cuestiones, fue un grave error haber abandonado el psicoanálisis y pagué las consecuencias. Así que ahora estoy contento con haber retomado”, continúa.
-¿Cómo te resulta este nuevo acercamiento a la obra?
-No me equivoqué en esta tozudez de volver a reponerla, porque sigue interpelando, más allá del tiempo que pasó. La obra habla del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, cuando ahora estamos a las puertas de la que no sabemos si será la Tercera; y nos interpela desde un montón de lugares, sobre todo desde la disidencia del pensamiento: la religión y la ciencia son de las disidencias más grandes que tenemos. ¿Hay vida después de la muerte, o nos morimos y desintegramos y termina todo, como dice Freud? Son dudas que arrastramos toda nuestra vida, y la obra te lleva a una especie de ping pong de ideas que te hacen preguntar cuestiones esenciales, así como repensar cosas de una manera muy distinta. En un momento donde Inglaterra declara la guerra a la Alemania nazi, estos tipos se tomaron el tiempo de ponerse a discutir; desde ya, no se sabe exactamente con quién fue el encuentro de Freud. Está documentado que se entrevistaba con gente que pensaba totalmente distinto a él, y que hubo un encuentro con un catedrático en la Universidad de Oxford, periodista y escritor. No está el nombre, pero Mark St. Germain, que es el autor, toma por buena la idea de que se trató de C.S. Lewis, el creador de Las crónicas de Narnia e integrante junto con J.R.R. Tolkien del grupo de los Inklings, escritores vinculados a la religión.
-Freud es un personaje irresistible para interpretar, y diría, para fabular.
-¡Y con una personalidad! Me he documentado, por curiosidad y no por composición, sobre cosas que me han llamado mucho la atención, y parece que era bastante cascarrabias. No puede ser de otra manera alguien que escribió las cosas que escribió y que descubrió lo que descubrió. Tenía una pluma espectacular y era alguien a quien te imaginás con mucho humor. En la obra eso está muy bien planteado, él es muy ácido en las réplicas a Lewis; además, es cierto que Lewis era un seguidor de Freud que se convirtió al catolicismo. Freud no lo puede soportar y se lo dice: “¡Alguien con su inteligencia! No puedo creer que abandone la verdad y se abrace a una mentira insidiosa”. La obra es muy ácida, los diálogos son muy punzantes, de un cinismo atronador de parte de Freud. Y a Lewis lo ves haciendo malabarismos para tratar de convencerlo de que Dios existe. La gente queda conmovida, hay quienes se quedan llorando y no pueden hablar. Van grupos enteros de psicoanalistas. Por otro lado, nuestra tarea, la del actor, debe ser analizada y desmenuzada, porque hay mucho para decir de la composición, de los elementos que se tienen en cuenta, de las variables, de lo que significa hacer función tras función, de lo que se modifica, de estar respirando el mismo aire de quien te está viendo.
-Interpretar a Lewis y años después a Freud, como formas de habitar un mundo alterno para luego volver a ser quien sos. ¿Es así?
-Con los años me he dado cuenta de que no sé si vuelvo a ser exactamente el mismo después de hacer ciertos personajes. Si me lo preguntabas hace 10 o 15 años te hubiese dicho que sí, que después la realidad te vuelve a abducir. Ahora, con los años, no estoy tan seguro y agradezco esa sensación, sobre todo de asumir con responsabilidad la creación y conformación de determinados personajes, porque te terminan interpelando y ubicando en distintos territorios, y eso es algo bastante psicótico que tiene nuestra actividad. Yo me crié teatralmente en una forma que estaba cercana a la idea de que actuar es poner en juego una mentira con verdad, sin embargo, la experiencia propia y la convivencia con mi entorno me hicieron dar cuenta que lo que se genera es una realidad distinta, y eso es muy claro cuando al terminar la obra te vienen a saludar y opinan. En su columna, Víctor Hugo Morales dijo que no iba a poder ver otra interpretación de Freud sin pensar en Machín; fue muy simpático pero le creo y me pone contento. Es un gran elogio, porque estás generando una realidad diferente, no estás mintiendo con verdad, estás llevando a la gente a otro territorio. En el Teatro Picadero yo veo a la gente cuando actúo, veo cómo ingresan, cómo lloran y ríen, y luego se quedan a decirte estas cosas. Digo, hay algo que estamos haciendo que está bien, porque lograr esa identificación en algún lugar es sanador, tanto para el que especta como para nosotros. Esas cosas me hacen pensar todo el tiempo en lo que yo hago y me fascina. El gran motivo de mi existencia es actuar, si dejo de actuar me hace mal; cuando estoy actuando me considero mejor pareja, mejor padre, más amplio, me abre el espectro asociativo, y me hace comprender más. Agradezco mucho a la vida haber encontrado este espacio; de lo contrario, creo que habría sido muy infeliz.