Desde Madrid
Como suele decirse en el fútbol: los partidos hay que jugarlos, pero hay buenas expectativas. Este sábado a las 21, las 16 de la Argentina, el Palacio Municipal Ifema de Madrid será escenario de la décima entrega de los Premios Platino, una gala que podría ser recordable no solo por el aniversario redondo sino también por ser motivo de alegría para el cine argentino. Argentina, 1985 arranca con la base de 14 nominaciones y la alta estima que en el medio español se tiene por las producciones de las pampas, ni hablar del peso específico que tienen figuras como Ricardo Darín, que juega tan de local como para provocar un revuelo en la rueda de prensa dedicada al Premio de Honor para Benicio del Toro y el anuncio de las elecciones del público.
Entonces, ¿está todo cantado? Por supuesto que no, los premios son todo un género aparte, pero ya hay suficiente orgullo por tantas películas y series argentinas con presencia en unos galardones que ganan más peso cada año. Y el rebote mediático que tuvo y tiene la película de Santiago Mitre resulta necesario en tiempos de avance de la ultraderecha, relativización de hechos históricos o puro y duro negacionismo. "Lo que pasó con la película es extraordinario, que ya deje de ser tuya, y sea de los otros, o que sea para quien la quiera... Para polemizar, para discutir, para pensar, para decir por qué", plantea a Página/12 Alejandra Flechner, responsable de encarnar a Silvia Strassera, esposa y en algún punto refuerzo de conciencia del fiscal. "Es mucho más de lo que puede aspirar un objeto cinematográfico, cuando se transforma en un pequeño acontecimiento social. Llega en un momento necesario, ¿no? Presentar este tema, para lo que sea, para atacarlo, para defenderlo, pero que sea un 'Che, acuérdense de esto', en un momento en el que el mundo se ultraderechiza y en la Argentina tenés candidatos políticos con discursos de odio, de exterminio, de pérdida de derechos."
Pero más allá de su evidente protagonismo, Argentina, 1985 no es el único título con esperanzas de alzar la estilizada estatuilla. El suplente, notable película de Diego Lerman, aparece en el apartado "Premio al cine y educación en valores", por demás adecuado frente a su sensible retrato del ambiente de una escuela conurbana, sin caer en trazos gruesos o lugares comunes. "Tiene mucho que ver con el tiempo de investigación que hizo Diego, y que yo después me sumé, muy a fondo, con muchas entrevistas a docentes, muchas visitas a escuelas", señala Juan Minujín, cuyo Lucio hubiera merecido una nominación en el rubro actoral. "Pudo mantener un punto de vista sin hacerse como el que es de adentro, pero tampoco con una distancia tan grande como para no entender lo que estaba pasando. La película está contada desde un lugar muy honesto."
El actor argentino, tan versátil como para encarnar a ese profesor o al endurecido Pastor de El marginal, señala que le atrajo del proyecto "lo que busco siempre, un personaje que cuenta una historia donde yo me puedo ver reflejado de alguna manera, que me interpele y que hable de alguna cosa de la condición humana, cómo maneja el dolor y la angustia." Y en tiempos de debate sobre la penetración de las plataformas y su posible influencia en los contenidos, ve una arista diferente a la globalización: "Las últimas veces que hablé con gente de plataformas percibí que se entiende cada vez más que cuanto más local sea una producción más va a viajar, al revés de lo que se creía hace unos años. Yo llegué a hacer series en neutro... y en mi experiencia, a partir de El Marginal, que en muchos países de América Latina tienen que verla con subtítulos porque no entienden la jerga, es lo opuesto. Cuanto más local es la historia, de lo que habla y de qué manera, viaja mucho más."
Dolorosamente local es la historia que cuenta Iosi, el espía arrepentido, con nominaciones como mejor serie, a su creador Daniel Burman y a Alejandro Awada como actor de reparto. La producción que sigue el oscuro rastro de los atentados a la Embajada de Israel y la AMIA, que este año tendrá su segunda temporada, le permitió al experimentado actor de cine, teatro y TV asumir un personaje tan complejo como Saúl Menajem. "Fue un trabajo al que le dediqué mucho tiempo, me fui preparando a medida que iba teniendo información de este señor y su familia. Y puse todo, no había espacio para no ponerlo todo. Es algo en lo que me da mucho orgullo haber participado, porque estamos hablando de cosas importantes, cosas no resueltas. Estuvimos muy atentos a contar una historia muy argentina, fue un gran trabajo de Burman y Sebastián Borenzstein para estar a la altura."
En esa serie, además, Natalia Oreiro se da el lujo de interpretar un rol de mujer tan fuerte como la Eva Perón que ya se llevó el reconocimiento del público y competirá el sábado por el protagónico femenino de Santa Evita, pero de perfil radicalmente diferente. "El de Claudia es un personaje que me costó mucho desde lo ideológico. Una villana, pero además con convicción, la tipa lo tiene clarito", dice la actriz y cantante, con el Platino recién obtenido sobre la mesa. "Yo siempre lucho con los personajes, no juzgarlos, entenderlos y darles humanidad y verdad. Y en la primera temporada me costaba mucho... hay un punto que me da pena porque me parece una pobre mujer, pero en la segunda temporada le pasan muchas más cosas, se abre mucho más y deja ver algo que en la primera temporada, por desarrollo, porque la historia no iba por ahí, no se veía tanto para entenderla. Pero hubo escenas, sobre todo de improvisación, donde terminaba llorando. Una es actriz pero primero es persona, y si acepto hacer este personaje es justamente porque se separa mucho de mí y porque me requiere un gran desafío. Al mismo tiempo, mi emocionalidad está al servicio de lo que yo interpreto."
No es que el personaje de Evita le haya demandado menos. "Hay una fetichización, una cosificación del cadáver de Eva que lamentablemente tiene resonancias hoy. Es el cuerpo de una mujer desnuda, sin vida, al servicio y en poder de hombres poderosos, de esa fascinación morbosa que se tiene sobre ella, porque no puede defenderse. Y yo creo que básicamente lo que se le tenía y se le sigue teniendo es mucho miedo. Hay una frase de Galeano que me encanta y que justamente habla de eso, el miedo del hombre a la mujer sin miedo, y es terrible. Como intérprete lo que más me costaba era poder atravesar esa situación, como mujer, como persona."
De modo curioso para una actriz cuyo curriculum parecería permitirle obviar ese paso, Oreiro se presta gustosa a los procesos de casting. "Yo quiero salir de mi zona de confort y resignificar mi vocación. Empecé a trabajar muy chica, algo que tiene cosas buenas y cosas malas. Obviamente una se queda con lo bueno, por lo que se sigue, pero te podés llegar a aburrir de vos misma, y en consecuencia aburrir con tu trabajo. Y para mí tomar riesgos es una forma de vivir la profesión, y soy muy crítica conmigo", dice. "Es un poco pretencioso creer que OK, esto no me sale, pero voy a trabajar y me va a salir. Son pocos los que pueden hacer todo, y yo no estoy en ese grupo. Pero el casting me permite eso, tirarme a la pileta, prepararme para un personaje y ver si lo logro. Y después, cuando quedás, y ahora qué hago con esto. Porque yo para Santa Evita preparé tres escenas, pero cuando tuve que hacer el proceso me encontré con un cuerpo completamente distinto al mío, una edad distinta a la mía y una voz, sobre todo en el proceso de su enfermedad, muy distinta a la mía. Y me dio pánico porque yo nunca quise imitarla a ella, ni a ella, ni a Gilda, ni a ningún personaje que haya existido."
En ese "salir de la zona de confort", la uruguaya se prepara -entre otras cosas, siempre hay proyectos en la mira de Natalia- para el estreno en julio de Casi muerta, film "de humor muy ácido" dirigido por Fernán Mirás. Y un reencuentro con Benjamín Avila, con quien trabajó en 2012 en Infancia clandestina, para La mujer de la fila, película centrada en las mujeres que esperan para ver a familiares privados de su libertad, basada en una historia real. Siempre, tarde o temprano, el anclaje con lo real aparece en sus elecciones. "Me considero una persona comprometida socialmente, y mis personajes muchas veces tienen que ver con lo que a mí me pasa en relación a lo social", señala y sonríe como sabe sonreír Oreiro, diluyendo la dureza fascista de Claudia o la máscara de dolor de Eva. Como por arte de magia. O de las actrices que saben de lo suyo, con Platino en la mano o no.