En 1993, Tim Burton estrenó la película The Nightmare Before Christmas, conocida popularmente como El extraño mundo de Jack. En esa producción, el villano es Mr. Oogie Boogie, un ser cuyo cuerpo es un saco de tela viejo, mal cocido y relleno de gusanos y otros tipos de insectos. A pesar de que no tiene ni más de diez minutos en escena, este personaje se convirtió en uno de los villanos más icónicos de Disney. Además, representa a un arquetipo que existe desde hace siglos en la cultura popular: el Bogeyman, el hombre de la bolsa o el “cuco”, según la localidad del mito de origen. Desde Goya, que lo pintó en 1797, y hasta los creadores del videojuego Silent Hill: Homecoming, lanzado en 2008, todos incluyeron en sus trabajos a este personaje. Ahora, el artista Nicolás Said creó su propia versión para su muestra La otra casa, en la galería Constitución.
La obra de Said es una ventana hacia un vórtice onírico y denso: cada uno de sus dibujos son como pequeñas pesadillas, imágenes en blanco y negro que exhiben un mundo pertubador. Sin embargo, este artista recubre esas pesadillas con un brillo sutil que atrapan a quien mire esas imágenes. Más allá de las deformaciones, de los platos con ojos o los gusanos que salen de su versión de Oogie Boogie, sus obras son lo suficientemente cautivadoras para retener a cualquier persona que se pare enfrente de ellas.
La otra casa está compuesta por una serie de retratos que ofrecen un universo en sí mismo, ya que los rostros de estos seres que aparecen en las obras, sentados alrededor de una mesa, son escenarios de una situación específica, de una puesta en escena. En una de las obras se ve a una mujer con una mano de espejo y otra de cuchara. Su rostro es tapado por una gran cortina negra, como si se tratara de un telón de teatro. Sobre su plato tiene delante hay dos ojos, uno encima de una cuchara, ambos con agujas clavadas. En la mano-espejo se ve otro rostro, como de un niño un poco deforme o un poco endiablado.
Otra de las obras podría funcionar como el retrato de la tía chismosa de la familia. Con una mano se tapa la boca, como si se sorprendiera de lo que le dicen los pájaros que vuelan sobre sus orejas: el gesto de la excitación que genera un nuevo chisme. Y en el plato que tiene delante más pájaros, pero descuartizando otra oreja. En una tercera obra una sombra se desliza sobre una mesa, como si se tratara de una presencia fantasmal, de alguien que está y no está al mismo tiempo. Los habitantes de esta casa, que se sientan todos juntos a comer, tienen un rol específico, cumplen una función dentro de este sistema familiar que en apariencia es perverso y fantasmal, dos características que –a pesar de su connotación negativa– representan a la perfección cualquier reunión de parientes.
En estos retratos hay un posible padre, una supuesta abuela, un tipo de madre. Lo que hace Said es deformar los arquetipos de estas personalidades para devolverlos con un poco de surrealismo y otro poco de fantasía. Estas deformaciones muestran capas y capas y capas de sentido de una manera excesiva. Sobre esto escribe el investigador y curador Nicolás Cuello en un texto que acompaña la muestra: “Hay una imaginación exagerada, demandante, verborragica, desde la cual Said presenta lo espectral y lo fantasmático, como formas de expresión excesiva. Un exceso de líneas, de artefactos, de sentidos, de tiempos y espacios que, una vez desorientados del deber de lo real, reflejan la naturaleza incontrolable de lo que puede ser una vez que aceptamos despedirnos, voluntaria o involuntariamente de la rectitud del origen, de la seguridad del futuro, de lo común sentido”.
Al mismo tiempo, las obras presentadas por Said tienen algo oculto. Lo interesante de estas imágenes son todos esos símbolos que muestran y también todo lo que se esconde en ellos. En este sentido hay un guiño a la idea de culto pagano, es decir, a esas prácticas que sostienen una creencia en tanto que la esconden. Estos retratos podrían funcionar como cartas de tarot: en el medio la figura y alrededor de ella una serie de símbolos e imágenes que ocultan mensajes que sólo puede desencriptar aquel que conozco el lenguaje específico. La obra de Said es una obra ocultista.
Son dibujos que parecen de un “surrealismo dark”, por llamarlo de alguna manera, que ha aparecido en otros momentos de la historia del arte argentino, como en pinturas de Mildred Burton y Mariette Lydis. La particularidad de la producción de estas artistas, e incluso de otras contemporáneas como Laura Códega, es justamente la forma en la que aparece lo macabro y lo oscuro, envuelto en la figuración. A la imagen cotidiana, como puede ser una persona sentada en una mesa familiar, se le suma un velo de perversión que convierte esa cosa de todos los días en un mal viaje.
La acción de transformar arquetipos en personas deformes y siniestras habilita la pregunta por la pertinencia que tienen hoy estos arquetipos, es decir, hasta qué punto tiene sentido sostener los lugares preestablecidos que aparecen alrededor de una mesa familiar. Lo que propone Said con estos dibujos es, tal vez, señalar el agotamiento de ciertos lugares de pertenencia o al menos de la manera tradicional de habitarlos. Este artista va a recurrir a este “surrealismo dark” para devolver un interrogante sobre los modos de estar en el mundo y particularmente en un entramado familiar. ¿Cuál de todos esos lugares podridos va a habitar cada quien? ¿Quién va a ser el hombre de la bolsa? ¿Y la mujer chismosa?
A pesar de lo denso y lo excesivo de estos dibujos, hay ciertas características pop en estas obras de Said, ya que podrían funcionar a la perfección como viñetas de un cómic. No todo es un universo desolador, ni la versión malvada de Alicia en el país de las maravillas. En una de las obras el rostro de la persona retratada es una mano. De la punta de los dedos salen pequeñas personitas con un aspecto tan perverso como el resto de las imágenes que hay en La otra casa. Quizás Nicolás Said sea el único artista que en una misma imagen puede sintetizar algo de la estética de Sandman, de Neil Gaiman, y el nail art de Rosalía.
La otra casa se puede visitar en Constitución Galería, Del Valle Iberlucea 1140. Viernes de 16 a 19, y sábados de 15 a 20. Hasta el 20 de mayo. Gratis.