¿Sabías que hay un túnel debajo de Ocean Boulevard?, pregunta Lana del Rey en el título de su nuevo (y noveno) disco desde que apareció en escena como un misterio malentendido en 2012. Y la respuesta es que la mayoría de la gente no lo sabe, pero sí hay un túnel ahí. Por supuesto hablamos del Ocean Boulevard de Los Angeles, la tierra de sueños y pesadillas que Lana eligió como su región personal. Ella no dio la locación pero para algo están los fans: sería en Long Beach y es casi un pasadizo llamado Jergins Tunnel, construido en 1927, que cruza el boulevard para dar acceso a la playa de una manera más directa y segura. Hasta 4000 personas lo cruzaban por hora. Pero, por razones de seguridad, se cerró en 1967. 

El pasillo sigue el estilo de su época: columnas, mosaicos, azulejos, una joya escondida de cuando la ciudad era puro glamour, desdicha y art-nouveau. La canción lo dice: “Techos de mosaico, azulejos pintados en las paredes/ No puedo dejar de sentir que mi cuerpo arruinó mi alma/ Belleza hecha a mano, encerrada por dos paredes construidas por hombres”. La canción es ambigua como todo lo que Lana escribe y representa, pero es fácil interpretar con su reiterada plegaria de “no me olviden” y “¿cuándo será mi turno?” que teme ser olvidada, guardada en esa cajita de cemento bajo tierra en su ciudad favorita, una muerta emparedada en un pasado de brillo fantasmal. Pero es Lana del Rey así que en su melancolía canta: “Abrime/ Decime que te gusta/ Cogeme hasta morir/ Amame hasta que pueda amarme a mí misma”.

Aunque creció y la percepción sobre su enorme talento cambió radicalmente desde su debut, esta canción recuerda a “Young & Beautiful”, de 2013, lanzada para la banda de sonido de El gran Gatsby, de Baz Luhrman. No es sólo el pop orquestal elegante y cinemático que las canciones comparten, sino la intención: “¿Me seguirás amando cuando ya no sea joven y bella? ¿Me seguirás amando cuando solo me quede mi alma dolorida?”. Todavía canta sobre la pérdida y la muerte: son sus temas como el desamor y la necesidad de compañía. Y la autodestrucción y las malas elecciones y ser una mujer salvaje y dañada. Y tantas cosas más desde que “Video Games” la ubicó como la más extraña de las chicas tristes. Incluso esa primera línea: “Hamacándome en el patio de atrás” podía ser que, en efecto, estuviese usando la hamaca o que el cuerpo colgara desde el cuello, mientras el hombre por quien lo haría todo jugaba a los video juegos. Era una canción absolutamente contemporánea que encapsulaba no sólo nuestro modo de vida sino, en el video, la nostalgia mezclada con imágenes de archivo de fiestas al lado de la piscina, gente borracha en vestidos largos, un pasillo blanco en un condominio que recordaba las arquitecturas fantasmales de David Lynch y ella muy joven y nerviosa cantando: “Escuché que te gustan las chicas malas, querido. ¿Es verdad?”.

Quién sabe qué es verdad y qué importa. Por qué importa tanto lo que es verdad si el artista apenas lo sabe, muchas veces no lo distingue o lo está buscando y por eso hace canciones. Pero pocos han pasado por el escrutinio al que fue y es sometida Lana del Rey. Muchos dirán: es porque es una mujer. Es poco probable. La experiencia femenina que encarna en canciones y en declaraciones es de lo más incorrecta posible: no le interesa el feminismo, dijo alguna vez, le interesa el deseo en su expresión carne viva (aquí no hay críticas al amor “romántico”: todo lo contrario) y más de una vez dijo que no cree que empoderar haya ayudado ni a las mujeres ni a las personas queer.

Todo esto fue y es criticado, por supuesto, pero hay más ángulos de ataque. Ella es un misterio inteligente y eso a veces resulta insoportable. De muchas de esas miradas habla en “A&W”, la canción más potente de Did You Know There’s a Tunnel Under Ocean Boulevard: las letras representan las siglas de “American Whore”, es decir, “puta americana”. Y dice así en sus siete hipnóticos minutos: “Quiero decir, mírenme/ Miren el largo de mi pelo, y mi cara y la forma de mi cuerpo/ ¿Creen que me importa un carajo lo que hago después de años de escucharlos hablar?…/Soy una princesa/ Soy controvertida/..." “Si dijera que me violaron, ¿de verdad creen que alguien pensaría que no me lo busqué? No me lo busqué. No voy a testificar, ya arruiné mi historia”. Y a los cuatro minutos, el beat se convierte en hip hop –que no usaba hace bastante tiempo– e invita a bailar en este festival confesional diciendo: “Jimi solo me ama cuando se quiere drogar/ Tu mamá llamó, le dije que la estás cagando/ Pero no me importa porque ya perdí la cabeza”.

Una voz angelical, música de desintegración emocional pero belleza certera, puteadora serial, loca por el sexo, sucia, hermosa. La más improbable de las estrellas pop y no sólo por esto. Lana del Rey es una estrella global. Pero al mismo tiempo es la más estadounidense de todas, incluso más que Beyoncé, Billie Eilish o Taylor Swift, cuyas referencias son fáciles de decodificar. Como en ese túnel abandonado y todavía hermoso hay algo que no encontraremos nunca de Lana del Rey. Su universo está atravesado por lo nacional pero no de forma incidental. Por ejemplo, la hermosa “Arcadia” de Blue Banisters (2021) dice, sobre una melodía estremecedora por su belleza (y con una voz exenta de ironía, entera, sin un solo de sus típicos susurros): “Mi cuerpo es un mapa de Los Angeles/ Estoy parada derecha como un ángel, con un halo/ Colgando de la ventana del Hotel Hilton/ Gritando ‘vamos baby, vamos’/ Mi pecho, la Sierra Madre, mis caderas cada calle y cada autopista/ Que recorrés con tus dedos como un Toyota/ Por las que pasás las manos como un Land Rover/ En Arcadia, Arcadia/ Todas los caminos que llevan a vos son tan integrales para mí como arterias/ que bombean el agua que fluye hacia el corazón de Estados Unidos”. 

No harían falta muchos más ejemplos, pero solo para probar el punto: “Mariner’s Apartment Complex” del tour de force que fue el disco Norman Fucking Rockwell (2019) ya es desde el título un lugar poco conocido, un complejo de departamentos que hay que googlear en Los Angeles (en Marina del Rey –un guiño de Lana) y una letra que juega con otra canción, “Venice Bitch”, que se refiere a otra playa de Los Angeles, pero más conocida. El propio Norman Rockwell es una referencia icónica pero no célebre mundialmente: fue un ilustrador y pintor que retrató la vida diaria y la cultura de Estados Unidos y murió en 1978. Lana lo pone en el título de su disco, pero ese “fucking” actualiza la cultura a la de hoy --y, siendo ella la artista compleja que es, la problematiza--. En “White Mustang” de Lust For Life, una canción vaporosa, con un piano nocturno, fetichiza a uno de los autos americanos por excelencia, que marca el deseo moribundo en una relación que se termina. El primer Mustang salió a la venta en 1964 y es, claro, un Ford. Es un auto elegante y fuerte, que compite con el Chevrolet Camaro. Y es puro Estados Unidos. Y pura ruta, pura ciudad para manejar. La experiencia de la ruta está desde siempre en Lana del Rey. La huida. Lana como la chica que se escapa, incluso de su identidad, que va hacia adelante aunque retroceda, sola.

Foto: Neil Krug

 

La experiencia beatnik americana

En el camino, entonces. El mito de estar on the road en Estados Unidos, desde Kerouac hasta Busco mi destino hasta las road movies de hoy es una búsqueda de libertad que no sólo se demuestra finalmente fútil sino con frecuencia decepcionante y a veces fatal. Easy Rider termina con los rebeldes muertos, pero también Thelma y Louise; Bonnie & Clyde de Arthur Penn acompaña a dos forajidos que sabemos condenados desde el principio, casi igual que Corazón salvaje, de David Lynch (gran influencia de Lana) aunque esta película termina bien, y mejor así después de todo lo que tienen que pasar Sailor y Lula. 

Lana casi que inició su carrera con una declaración de principios sobre la ruta como forma de vida en la enorme canción “Ride” de Born to Die. Antes del la letra hay un monólogo que ella afirma semi autobiográfico en el sentido sentimental: es decir, es una biografía de lo que siente y desea, no de lo que hace. “Estaba en el invierno de mi vida y los hombres que conocí en el camino fueron mi único verano/ Era una cantante, no muy popular/ Tuve sueños de convertirme en una hermosa poeta/ Cuando la gente que solía conocer me preguntaba acerca de lo que estuve haciendo querían saber por qué, pero no tiene sentido hablar con personas que tienen hogar/ No tienen idea de lo que es buscar la seguridad en otra gente/ Siempre fui una chica inusual/ Mi madre me decía que tenía un alma de camaleón/ Ninguna brújula moral/ Ninguna personalidad determinada/ Porque nací para ser la otra mujer/ La que no le pertenecía a nadie/ La que le pertenecía a todos/ Que tenía nada/ Que lo quería todo”. 

En el video se la ve con muchos hombres, fumando, muy hermosa: todos ellos enormes, tatuados, motoqueros, mayores que ella, llenos de porro y sudor. Está envuelta en una bandera de Estados Unidos y canta en el desierto, con un tocado indígena en la cabeza, imagen por la que fue acusada de apropiación cultural. Con un arma en la mano, se señala la cabeza con el cañón y canta: “Tengo una guerra en mi cabeza”.

Es inolvidable.

Los cuatro primeros discos de Lana del Rey tienen un auto en la tapa: Born to Die (2012), Ultraviolence (2014), Honeymoon (2015) y Lust for Life (2017). En todos aparece la experiencia de vivir en el camino o de experimentar la falta de raíces. En “Get Free”, pop y alegre, como mucho de Lust for Life vuelve a la idea de la guerra en su cabeza y admite que se quiere bajar, pero no es el momento. Recién en Norman Fucking Rockwell (2019) llega la transición: hay un bote en la tapa, ella está con un chico y el deseo, parece, es del volver a casa. “No hay nada ahí afuera” dice en “The Greatest”, con su anticuado solo de guitarra, sus susurros, una melodía de nostalgia infinita. Extraña a la California de los Beach Boys, Long Beach, las noches drogada y en llamas, dice que está agotada, que necesita una llamada para despertarse, y que básicamente se perdió todo. No encontró la libertad del Sueño Americano. La cultura ya no está. Mis amigos y yo extrañamos el rocanrol canta, triste. 

En Chemtrails Over the Country Club (2021), con sus amigas en la tapa, el espacio ahora es interior y queda claro aún más que la vida es adentro con el cover the “For Free” de Joni Mitchell, junto a Weyes Blood. Laurel Canyon, esas voces perdidas en las colinas, los años '70. También la acústica “Not all that wander are lost” es nostalgia del vagabundeo. La guitarra folk y la voz quebrada, la negativa a pedir disculpas: “No todos los que vagan están perdidos: es solo pasión por andar/ Lo que pasa con la ruta es que da demasiado tiempo para pensar”. En Blue Banisters (2021) ya está instalada en casa con sus amigas: “Hay una foto en la pared conmigo sobre un John Deere”. Y después dice: “Oklahoma”. Es probable que se refiera a su último novio, el policía crossfitter de ese estado, Sean Larkin, con quien salió unos meses. Una de las amigas le dice que no puede ser feliz si va a seguir leyendo rusos oscuros. En Did You Know... esas ganas de partir irrefrenables están en “Paris, Texas”, una referencia a la película de Wim Wenders y a la partida de Jane.

En 2020 Lana del Rey completó su experiencia beatnik con el libro de poesía y fotos Violet Bent Backwards over the Grass. La presentación tuvo que ser suspendida porque en medio de la pandemia apareció con una máscara en tela de red (!) y se sacó fotos con los fans, ignorando al virus. Durante un día Internet la odió. El libro es muy bueno.

Foto: Neil Krug

 

La chica salvaje y los chicos malos

Sería inútil enumerar las canciones de Lana del Rey sobre amor: son todos trágicos, todos tóxicos, todos románticos, todos hiper sexuales y eso no cambió nunca. Desde Ultraviolence (2014), el más brutal de todos, con hombres que “no puede arreglar” (“Shades of Blue’), con canciones sobre cojerse ejecutivos para llegar a la cima hasta temas nunca lanzados como la folk-intensa “Velvet Crowbar” (“Era adicta a vos pero no lo sabía/ Eras alcohólico/ No se te notaba/ la vida es una palanca de terciopelo que te da en la cabeza/ Sangrás, pero querés más/ Sos como crack para mí, no me quiero ir/ te miro dormir, con miedo a que dejes de respirar/ Mi bebé está en su octava vida/ Y me voy a quedar con él hasta la mañana”), Lana va de amor en amor desastroso. En la vida real tuvo sus escándalos, pocos sin embargo: hace nada Internet enloqueció porque posó con su nuevo novio, que además es bisexual, frente a una cárcel. Aparentemente estaban visitando a un amigo de él.

En sus canciones es una chica que se mete en problemas, en la vida real no tanto, pero hubo varias pataletas. Quizá la más importante haya sido en 2020 cuando criticó el doble estándar de la prensa diciendo que otras cantantes mujeres como Doja Cat, Ariana Grande, Camila Cabello, Cardi B, Kehlani, Nicki Minaj y Beyoncé tuvieron canciones en el número 1 sobre “ser sexies, estar desnudas, coger y meter los cuernos” y que si ya no era tiempo de dejar de criticarla a ella por hacer lo mismo. Agregó: “Que quede claro, no soy feminista pero tiene que haber un lugar en el feminismo para mujeres que se ven y actúan como yo: el tipo de mujeres que dicen no pero el hombre escucha , el tipo de mujer que es castigada sin piedad por ser auténtica, delicada, el tipo de mujer a la que le quitan su voz y su historia mujeres más fuertes u hombres que odian a las mujeres”. La primera crítica fue que todas las artistas que nombraba eran de color (en el caso de Ariana Grande es discutible pero en fin, Estados Unidos se metió en un laberinto de identidad racial inescrutable). Ella salió a decir que no era cuestión de raza y que ni siquiera le importaba si esas artistas se molestaban con ella y que era ridículo salir a decir que no era racista o que era una blanca “problemática”. “Creo que abrí camino para mujeres que ya no quieren poner buena cara y quieren decir lo que carajo se les cante en la música, a diferencia de mí que cuando expresé tristeza en mis primeros discos me trataron de histérica como si fuesen los años ’20."

Hay que decir que Lana del Rey puede superar a cada hombre adicto que la vuelve loca, pero no puede superar las críticas a ese primer disco que sí, tiene razón, fue malentendido y era fantástico. La principal crítica giraba en torno a la autenticidad, lo que sea que tal cosa signifique para un artista. Su verdadero nombre es Elizabeth Grant, tiene 37 años, y es la hija de un empresario que vendía dominios de Internet. Es neoyorquina, fue a colegio pupila en Connecticut. Estudió metafísica, cuando empezó a tocar en 2006 era una cantante folk y a los 15 la mandaron a hacer una primera desintoxicación por alcohol. 

Ni de pueblo chico que va a Hollywood ni hija de las colinas: más cerca de las dos Edies, la Sedgwick, modelo y estrella de Warhol, y la Bouvier-Beale, rica en decadencia, protagonista del documental de los Maysles Grey Gardens. En aquellos años grabó un disco y era rubia platinada. Se inclinó al hip-hop, sacó un EP, no le fue bien. Entonces mutó en Veronica Lake morena y con un nuevo mánager y abogado compró los derechos de ese disco así podía llamarse Lana del Rey. Cuando la prensa supo esto se volvió loca y también empezó otro ataque sobre una diferente falta de autenticidad: la de su aspecto. Si tenía los labios operados. Si era anoréxica. Ahora mismo, que ganó peso, el escrutinio es tan brutal que, de verdad, resulta doloroso. Incluso unas fotos de antes y después, Lana delgada y Lana más rellena, fue tuiteada como “esto es peor que las Torres Gemelas” y “qué mal le quedan los 40”. Hay cientos de notas sobre su peso y su supuesta “mala alimentación” por todos lados.

En Pitchfork, por ejemplo, dijeron que el disco debut era como “un orgasmo falso”. Esa reseña la escribió una mujer. Lana salía en la revista Fader diciendo que el feminismo no le parecía “un concepto interesante, que le interesaba más Tesla". En Did you know... lo más escandaloso es el monólogo del pastor homófobo y conservador Judah Smith, tratado como “Interlude”, donde se escucha a Lana reír y burlarse, pero es pura provocación, es una mujer atrevida y es normal que algunos de sus fans no quieran entender el gesto y se enojen ante sus desafíos si pone cinco minutos de un tipo que es casi el líder de un culto y hace terapias de conversión. Pero el disco también tiene su mejor canción de amor. “Let The Light In” con Father John Misty, un pop-folk con guitarras y orquesta leve, donde pasa a buscar a su chico a cualquier hora para hacer “en general nada, aunque a lo mejor deberíamos grabar algunas de esas canciones/ No te comportes como si yo fuese una chica que puede dormir/ Poné la tele, flores en el jarrón, y apoyá la cabeza/ Dejá entrar la luz”.

Portada del nuevo disco de Lana del Rey

 

Fantasmagoria

Una compositora interesada en el sexo y la tristeza también, está interesada en la muerte. Y los fantasmas. Hollywood está superpoblado de ellos, sobre todo de chicas: Betty de Mulholland Drive, de DavId Lynch, Norma Desmond de Sunset Boulevard, la fantasía barroca de la novela Coldheart Canyon de Clive Barker con su estrella de cine mudo que nunca muere, la Dalia Negra. Nada hay más dramático que un fantasma y Lana lo sabe. Muchas de estas canciones de devastación y desesperanza envueltas en glamour y melancolía, el reverso del sueño americano, se basan en que ya no hay futuro y la narradora está triste, deprimida o quizá muerta, como el hit “Summertime Sadness”: en el video se la ve a ella, Lana, suicidándose varias veces, y también a una amiga-compañera que maneja un auto, y a quien conoció en vida, arrojándose desde un puente. En “Born To Die” también aparece muerta al final del video, ensangrentada: antes se la vio de blanco, perfecta, en un trono con dos leones y en un hall que podría ser una iglesia o un templo angelino como el Hotel Biltmore. Su paraíso personal. Hay violencia en estas canciones pero no hacia afuera, no es una música de guitarras pesadas o beats opresivos, es una violencia que implosiona, está en la desafiante angustia de su voz, en las emociones fuertes que son terroríficas, en su negación de plano a ocultar el lado oscuro, el lado de verdad negro de la experiencia del deseo y la entrega.

En su nuevo disco, la muerte aparece mucho pero de otro modo, ya no es la desaparición ni la autodestrucción: “Cuando ves a alguien morir ves a tus días pasando frente a vos” canta en “Kintsugi”. La canción se trata de la muerte de seres queridos: es al piano, con delicados arreglos. El título se refiere a un arte japonés de arreglar cerámica rota. También cita aquello de que por las grietas entra la luz de Leonard Cohen, uno de sus artistas favoritos (hizo un cover de “Chelsea Hotel No 1”). También aparece la muerte en “The Grants”, la canción que abre el disco con un coro gospel y por primera vez nombra a su familia por su verdadero apellido y se pregunta por su propia muerte desde otro lugar. “¿Piensas en el cielo? ¿Piensas en mí? Mi pastor me dijo que cuando uno se va, se lleva sus recuerdos. Y me llevaré algo de ustedes conmigo, algo de los míos. La primera hija de mi hermana. Me llevaré eso conmigo. La última sonrisa de mi abuela. Me llevaré eso. Es una vida hermosa. Recuerden eso por mi”.

Y se escucha el gospel, el deseo de trascendencia, que atraviesa sus nuevas canciones, que son otro camino abierto, ya veremos hacia dónde.