Abril es el mes en que se festeja el día del arquero. El 12 en la Argentina, por el natalicio del recordado Amadeo Carrizo, y el 14 en el resto del mundo, en honor al colombiano Miguel Calero Rodríguez, que integró la selección de su país y murió de un infarto cerebral. En el amplio universo del fútbol, ser reaccionario no es una condición inherente al puesto. Pero tampoco es habitual que dos cavernícolas con pasado bajo los tres palos se candidateen hoy para presidentes de sus países: Javier Milei y José Luis Chilavert. El primero quedó casi virgen en el puesto –nunca llegó a debutar en Primera– y el segundo tuvo un nivel destacado en el plano internacional que ahora en el nacional no le alcanzará para ganar las elecciones del Paraguay el próximo domingo 30. Con la fama, está visto, no basta. Ni siquiera para superar a otro ultraderechista con mayor intención de voto en las encuestas que marcha tercero y lejos de los dos primeros: el estadounidense paraguayo Payo Cubas, nacido en Washington, ex senador e hijo de un militar que como el “uno” quiere llegar al Palacio López.

Esta dupla de neofascistas que defendían el arco, ve la vida apoyándose siempre en el poste derecho. En el caso de Milei, el fútbol fue apenas una muestra gratis en su breve trayectoria deportiva. Llegó hasta la reserva de Chacarita y abandonó el puesto para dedicarse a estudiar Economía. Hoy no sería un candidato de temer si hubiese perseverado un poco más en el cuidado de los tres palos. Pero en política, el monstruo alimentado a cientos de horas de pantalla televisiva, llegó a las grandes ligas surfeando la ola neofascista que lo empuja hacia la costa. ¿Hasta dónde llegará? Es un misterio.

Arqueros de derechas –como dicen en España– hubo y habrá en todas las épocas. Pero una cosa es que sean conservadores en el campo de juego, donde se requiere cierto instinto protector para cuidar el cero en el arco propio o para reforzar un esquema amarrete haciendo tiempo, y otra es en la política, proponiendo remedios de un vademécum lleno de prejuicios raciales, machismos, insensibilidades varias para analizar el mundo y vomitivos discursos a los gritos.

En el libro Ser o no ser arquero, del periodista Lucio Fernández Moores, publicado por El Ateneo en 1992, se desarrollan cinco historias de personajes consagrados en el puesto: Musimessi, Carrizo, Fillol, Gatti y Goycochea. El autor pudo entrevistar a cuatro de ellos, menos al Loco, un partidario de los candidatos de “mano dura” que el texto refleja en un extracto de sus declaraciones a lo largo del tiempo. Decía de los militares: “Ahora todo el mundo quiere hacer reventar a los militares y creo que lo mejor es dejar las cosas como están. Tenemos que olvidar y empezar de nuevo. Aquí siempre se hicieron cagadas y ocupándose de las cagadas que hicieron otros nunca vamos a salir adelante. Hay que pisar. Ya pasó. Es la vida”.

Acaso sin proponérselo, Gatti sugería un olvido piadoso para colegas del arco como Edgardo Gato Andrada, número uno de la Selección nacional, Rosario Central y Colón, pero además agente de inteligencia de la última dictadura. Fallecido el 3 de septiembre de 2019 a los 80 años, es recordado como ex futbolista, pero además por su condición de personal civil al servicio del régimen que arrasó el país entre 1976 y 1983. Tenía un alías en el aparato represivo del Estado: Eduardo Néstor Antelo.

La galería de arqueros, como en todos los deportes, también incluye víctimas del terrorismo de Estado. Antonio Piovoso continúa desaparecido desde el 6 de diciembre de 1977. Jugó en Primera División para Gimnasia y Esgrima La Plata tres partidos en el torneo Metropolitano de 1973. Estudiaba arquitectura y si militaba en alguna agrupación política, ni su familia ni sus compañeros de la Facultad pudieron precisar en dónde. Humberto Bernardo Moirano, amigo y testigo de su secuestro, declaró en los Juicios por la Verdad en 2002: “Lo único que hicimos alguna vez fue volantear”.

Claudio Tamburrini atajaba en Almagro cuando debutó el 19 de abril de 1975 por el torneo de Primera B. Detenido y desaparecido por una patota de la Fuerza Aérea terminó en el centro clandestino de torturas Mansión Seré, recuperado en democracia como un espacio de memoria ubicado en Castelar. El exarquero y filósofo radicado en Suecia desde la época de su exilio, se fugó el 24 de marzo de 1978 de aquel lugar, de inmediato desmantelado por los militares. En 2011 conoció la historia de Piovoso y recordó que en su época de jugador “el deportista que hacía política la hacía desde un desdoblamiento casi esquizofrénico de su personalidad. Una parte de sí, por decirlo de algún modo, hacia deporte y la otra se dedicaba a la militancia política o social sin que en un lado se conocieran las actividades que esa persona realizaba en el otro”.

La contracara de esas historias de vida, militantes y comprometidas, es la de Chilavert, el candidato a presidente paraguayo que no mueve el amperímetro electoral en territorio guaraní. Tal vez por eso Patricia Bullrich lo tentó para ser candidato a intendente de La Matanza, un bastión histórico del peronismo donde la derecha hace agua y busca políticos intercambiables que salten entre distritos o, como en este caso, de un país al otro.

Lanzado a su aventura, Chilavert renunció al Partido Colorado y se presenta hoy como aspirante a la presidencia por el Partido de la Juventud (PJ). Ya en 2017 había proclamado su interés en la política paraguaya con el propósito de “hacerle frente al socialismo y a la izquierda”. Un año más tarde apoyó al candidato del Partido Colorado en las elecciones, Mario Abdo Benítez, el actual presidente.

Su zigzagueante trayectoria incluye respaldos a candidatos de distintas formaciones políticas. Pero nunca se apartó de su estilo confrontador, grandilocuente y gritón, ése que comparte con el economista que reivindica a Domingo Cavallo. Después de Bolsonaro, Milei y Chilavert son los emergentes más conocidos en la región de un frente ultraderechista que cabalga por el mundo desparramando el odio.

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