Un cortado para él y agua caliente a secas -así, sin más nada- en una taza para ella. Esas infusiones son las que Alejandro Awada y Melina Petriella eligen para acompañar la entrevista con PáginaI12. Sentados en el bar del teatro El Picadero, entre el cansancio y la relajación que cargan en sus cuerpos tras haber realizado dos pasadas enteras de la obra que están a punto de estrenar, los intérpretes se disponen a contar detalles de El pequeño Poni. La pieza dramática, que podrá verse en la sala teatral del Pasaje Enrique Santos Discépolo 1857 los sábados (a las 22.15) y domingos (18), está inspirada en hechos reales, y su trama expone un tema vigente y presente de la sociedad actual: el bullying. Que no es otra cosa que el concepto con el que en el mundo se denomina al acoso escolar. “La obra reflexiona sobre la dolorosa realidad de la que son víctima los chicos, pero poniendo el foco en cómo los adultos abordan una problemática que desnuda sus propias carencias”, subrayan los protagonista de la obra dirigida por Nelson Valente (El loco y la camisa, La importancia de llamarse Ernesto, El declive).
El pequeño Poni no es un título antojadizo. En realidad, obedece a dos casos de bullying ocurridos en una escuela de Estados Unidos en 2014, que por entonces alcanzaron una fuerte repercusión pública por la crueldad a la que fueron objetos dos niños y –fundamentalmente– por la incapacidad de las autoridades del establecimiento para resolver el conflicto. A un niño de 9 años, que era objeto de ataques físicos y verbales de parte de sus compañeros, las autoridades le prohibieron la entrada a la escuela donde estudiaba por llevar una mochila de la serie animada Mi pequeño pony, ya que consideraron que ese dibujo era un “detonante de acoso”. Un mes antes, otro alumno del mismo colegio –también seguidor de la serie animada que enarbola los valores de la amistad y el compañerismo– había tenido un problema similar. Estos hechos expusieron la complicidad institucional y adulta sobre el bullying, convirtiendo a Mi pequeño Pony en un símbolo de la lucha contra el acoso escolar.
Esos acontecimientos sirven de inspiración para la obra escrita por Paco Bezerra, en la que Petriella y Awada componen a un matrimonio que debe lidiar con sus propios prejuicios y temores ante el acoso escolar que sufre su hijo. “El bullying se ha instalado en el debate público en el último tiempo, lo cual es bueno, siempre y cuando entendamos que se trata de un problema que no sólo atañe a los chicos sino también a los adultos”, puntualiza Petriella. “La violencia infantil nunca puede aislarse del contexto social e institucional en la que se expresa. Pensar, ser o parecer diferente a lo que dicta la gran mayoría se convirtió en un problema en la sociedad actual”, agrega Awada.
–¿Cómo se predispone un actor cuando le toca interpretar personajes de una obra basada en una problemática vigente en la sociedad?
Alejandro Awada: –Las obras que abordan problemáticas sociales vigentes tienen una mayor carga emocional para quienes las interpretamos. En piezas como ésta, uno no puede dejar de pensarse no solo al servicio del arte sino de esas mismas causas que expone. El pequeño Poni tiene la intención de que las sociedades tomen conciencia de cómo funcionan esas mismas sociedades. El arte expone con ciertas distancia las pasiones y miserias humanas, permitiendo reflexionar sobre esas conductas. Ojalá se pueda aportar el mínimo grano de arena a la problemática del bullying. El arte puede servir para brindar herramientas que permitan modificar malas conductas sociales o, en lo posible, de erradicarlas incluso.
–¿Creen que el teatro tiene tanta capacidad?
Melina Petriella: –El teatro tiene un valor social ineludible. Algunas obras están direccionadas sobre los momentos históricos sociales, donde se vuelve evidente ese papel. El teatro nunca es sólo un hecho artístico. La primera vez que leí la obra, me afectó mucho, con la necesidad de querer hablar de estas cuestiones que durante mucho tiempo no recibieron el tratamiento adecuado. Es hora de interpelarnos a nosotros mismos, como sujetos sociales, sobre las consecuencias que tiene ser “distinto” en el mundo actual. Las minorías están cada vez más discriminadas. Y a los niños les cuesta un poco más, porque afectivamente necesitan de la comprensión de los adultos para protegerlos, educarlos y darles herramientas para que se puedan defender. No se debe temer a ser distintos, a expresar lo que sentimos.
A.A.: –La obra no busca reflexionar sobre el rol de los niños, sino sobre el rol del adulto y las instituciones que constituyen la sociedad. Los niños son consecuencia o reflejo de las conductas de los adultos. La obra no juzga a los padres del chico objeto de bullying, más bien expone sus reacciones como disparador para reflexionar sobre el rol del adulto en la formación del niño.
M.P.: –¿Qué escuchamos los adultos de lo que los niños nos dicen? ¿Qué interpretamos sobre lo que ellos nos muestran o nos dicen a diario? Los niños tienen una voz propia que muchas veces es interpretada por los padres de acuerdo a sus necesidades y no a las del chico. Incluso, las interpretaciones sobre una misma situación varía dentro de la pareja. En la obra, Jaime (Awada) tiene una mirada sobre ese hecho e Irene (mi personaje) otra muy diferente.
–En un punto, el caldo de cultivo para que el bullying emerja en los colegios no es otro que la educación y los valores que los niños reciben en su hogar. ¿O también tiene que ver con parámetros culturales de cada época?
A. A.: –La educación es la herramienta que tenemos para mejorarnos como sociedad. Y no es una frase hecha. En el caso del bullying, el rol de la familia es fundamental con respecto a la educación de los niños, a conocer qué hijos estamos criando, a comprenderlos y a acompañarlos en su desarrollo. Muchas veces, los padres creemos que educar es de vez en cuando decirles con determinación cómo se debe actuar, qué está bien y qué no. A veces nos olvidamos que educar es acompañarlo, no querer modificarlo a la fuerza. Tenemos que ofrecerle a nuestros niños herramientas para que transiten su propio camino.
–¿Y qué pasa con esa educación hoy en día, cuando la niñez está más tiempo “educada” por las “pantallas” que por los padres o los docentes?
M. P.: –En nuestra niñez y adolescencia no teníamos esta porquería (toma su teléfono móvil)... Para mí, el celular es veneno. Entiendo que el avance de la tecnología, cuando está al servicio de un buen uso, es bienvenido. Pero suele suceder que se utiliza al celular como el nuevo chupete electrónico. Antes lo era la tele, pero uno solo veía dos horas en todo el día de dibujos animados. Era un uso limitado y controlado. Hoy, los celulares son incontrolables. En mi niñez, no podía ver las novelas de la tarde, tenía que agarrar un libro o ver qué hacía con mi aburrimiento. Hoy por hoy, el tiempo del aburrimiento no existe para los chicos. Ese tiempo fue ocupado por las tablets y el celular. Siempre tenemos alguna excusa para estar conectados a una pantalla. Los padres tienen que trabajar y tal vez están menos tiempo en su casa. De acuerdo al gobierno de turno y cuales sean las políticas que nos atraviesan, tenemos mayor o menor tiempo para estar en casa. Es una realidad más compleja. La dificultad de encontrarse con ese niño, en tanto sujeto escolarizado, obviamente viene con lo que tiene en su casa. Se le pide cosas al colegio que en su casa no se les da. Y los adultos, ¿qué hacemos? ¿Nos hacemos cargo de nuestra responsabilidad o preferimos mirar para otro lado?