Corría el año 1997 y la situación social y económica en gran parte del país era apremiante. Con niveles de desocupación que superaban el 50%, el entramado social se desmoronaba y la posibilidad de un sueldo digno parecía una quimera. El sueño privatista y desregulador comenzaba a mostrar en carne viva sus consecuencias, y la segunda presidencia de Carlos Saúl Menem, elegido dos años antes con el 49.94%, comenzaba lenta pero constantemente a tambalear.
En el norte del país las huellas del desguace del Estado se visualizaban desde los albores de la presidencia del riojano. La pronta privatización de YPF, del sistema ferroviario y la completitud del modelo al interior de la provincia con la venta y privatización de empresas provinciales y despidos masivos en el Estado, generaban un combo explosivo.
Por eso, cuando la noticia de la instalación de la Carpa Blanca docente, en abril de 1997, llegó a oídos de la docencia salteña, no les resultó extraño, ya que desde tiempo atrás venían resistiendo los embates del modelo. Sin ir más lejos, las puebladas en la localidades salteñas de Mosconi y Tartagal se darían apenas un mes después de la instalación de la carpa.
La carpa de la dignidad
El 2 de abril de 1997 la Carpa Blanca docente se instalaría en Entre Ríos 50, justo frente al Congreso de la Nación, en la Ciudad de Buenos Aires. Nadie sabía a ciencia cierta cuanto duraría la protesta, aunque de seguro fueron pocos los que imaginaron que permanecería durante 1003 días, con 1500 maestras y maestros de todo el país participando del ayuno, como mecanismo de protesta, y con más de 3 millones de personas que la visitaron durante su tiempo transcurrido.
Esta lucha rebasaría a las y los docentes, y se convertiría en un emblema de resistencia frente a las políticas de ajuste y desregulación. Aquella gesta de guardapolvo blanco recibió el apoyo de personalidades de la cultura y la sociedad civil: Mercedes Sosa, Eduardo Galeano, Alfredo Alcón, Joan Manuel Serrat, Luis Alberto Spinetta, León Gieco, Jorge Guinzburg, son solo algunos de los cientos que compartieron y funcionaron como caja de resonancia de los reclamos.
Uno de los tantos docentes que transitó por aquella Carpa Blanca fue José Salomón, quien para aquel entonces trabajaba como maestro de educación primaria en la localidad de Embarcación, ubicada a poco más de 250 kilómetros al norte de la capital provincial. En aquel momento, sin celular, redes sociales y con apenas alguna llamada de un teléfono público, la distancia se agudizaba aún más para los ayunantes que llegaban desde el interior profundo del país, dejando lejos su terruño.
“Mi primer ayuno, porque estuve dos veces, fue con los compañeros de SUTEBA. El primer día que llegamos fue todo un proceso de conocernos, porque teníamos que convivir durante largos días con otra gente que no conocíamos. Luego, en mi segundo ayuno, es cuando CTERA convoca a participar a las provincias. En esa oportunidad, fuimos diez personas de Salta. Realmente era muy fuerte con lo que te encontrabas al ver al grupo que salía, estaban todos muy conmocionados”, relata Salomón.
Mas allá de los primeros momentos y las vicisitudes de la convivencia, el desconocimiento del otro, las marcas idiosincráticas y los modismos, el guardapolvo blanco transversalizaba la lucha. “Todos sabíamos claramente que íbamos a defender a ultranza la educación pública, que era defender nuestro laburo, nuestra fuente laboral, porque era un proceso de descentralización en la educación. Eso nos daba fuerza”.
El día a día
José Salomón fue ayunante en dos oportunidades, la primera, de manera individual, experiencia que compartió con los docentes de Buenos Aires (SUTEBA), y la segunda, enteramente con docentes de Salta. “Teníamos una dieta líquida, cada dos horas ingeríamos un vasito de agua. El cuerpo sufre mucho, después del sexto día es muy fuerte porque te mareás; además, la presión y todos los gérmenes que se te vienen a la boca... Nosotros no podíamos tomar ni una aspirineta, o sea, sufrimos muchísimo, pero sin duda se justificaba porque estábamos defendiendo nuestros derechos laborales”.
“Después del quinto día te empiezan a invadir muchas emociones, empezás a darte cuenta por qué lloraban los compañeros que se iban en el turno anterior, pero cada día que pasaba me sentía con mayor fuerza, ya no me importaba lo corporal, me importaba que había que ganar esa lucha”, remarca una y otra vez el docente salteño.
El día a día se convertía en una rutina puntillosa, observada y controlada. “Teníamos horario para levantarnos, y siempre a las 18 horas nos trasladaban, con vigilancia policial, hasta un hospedaje de CTERA porque no teníamos donde bañarnos, y lo teníamos que hacer con presencia de gente de la fuerza… ellos nos llevaban y nos traían, todo era para evitar que ingiriéramos algo sólido. Además, teníamos tres cámaras fijas hacia la carpa. Era todo muy fuerte psicológicamente”.
A pesar de ello, Salomón rescata fuertemente la lucha colectiva y el aprendizaje del que cada uno se fue nutriendo. “En lo personal fue una experiencia muy enriquecedora, la enriqueció dentro de las políticas gremiales, como así también en lo difícil que es tratar con diputados, senadores y personas que hasta el día de hoy veo en televisión y digo ‘la pucha, como va cambiando la gente’.
El grupo salteño
En momentos en que la carpa docente sufría un desgaste para los y las docentes, así como peligraba convertirse en una estructura más del paisaje porteño, se decidió cambiar la estrategia de convocatoria a lucha: “La carpa se revitaliza cuando llega el grupo de Salta, porque CTERA se da cuenta que había que convocar sí o sí a los compañeros y a las compañeras del interior. Entonces nuestra llegada, con la figura del cacique wichí Indalecio Calermo, que participaba en condición de maestro bilingüe, y por la lucha que se venía dando en el norte con YPF, con los piquetes, generó mucho ruido”.
“Nosotros sentimos que Salta reflotó la carpa, que ya venía con desgaste. Fue un momento en donde era lo mismo que esté o que no esté, el gobierno seguía avanzando con todo el proceso. Entonces ya se venía desgastando y cuando llegamos nosotros, sin querer, sin darnos cuenta, porque todo fue así, se avivó el fuego”, resalta con orgullo el docente norteño recientemente jubilado.
Al mismo tiempo, fueron tantos los personajes de la cultura, el deporte y los derechos humanos que transitaron por Entre Ríos 50, que las anécdotas se cuentan de a cientos. “Una de las veces que estuve ayunando fue Serrat con Ana Gabriel, y después periodistas, actores, músicos teníamos todos los días... para mí esto era algo lindo, novedoso, pero mi objetivo era otro. Nosotros nos enfocábamos en nuestros problemas”.
Concentrados en la resistencia, inmersos en el ayuno y con la lejanía de sus seres queridos, los y las docentes no dejaban de estar en constante pie de lucha y organización. “Estábamos muy informados. En aquel momento Mary Sánchez era diputada nacional y nos compartía todas las novedades en materia educativa. Cuando venían con una propuesta determinada desde la comisión de CTERA, pedíamos siempre tiempo para poder hablar con nuestras entidades de base y ver qué postura íbamos a tomar, y recién ahí, definíamos si acompañábamos o no”.
El entrecruzamiento idiosincrático y quizás el desconocimiento de algunas realidades regionales, generaban debates que enriquecieron y forjaron aún más la lucha. Salomón lo grafica de esta manera: “Parece una crítica destructiva, pero no tiene ese espíritu, es que muchas veces en las asambleas, en los intercambios, el pensamiento del porteño es que se las sabe todas, que el porteño maneja todo, y esto no era tan así, el porteño tuvo que entender que Salta también sabía, que también estábamos informados y estábamos padeciendo igual o peor que ellos”.
La docencia norteña tenía experiencia en ausencia estatal e intentaba graficar aquello que ya padecían. “Desde el gobierno nos querían convencer fr que el proceso de descentralización no era tan malo porque el Estado siempre iba a estar presente, y esto era una mentira. Lo que muchos no entendían, y los salteños sí sabíamos, es que Argentina tiene una geografía diversa con comunidades netamente de pueblos originarios, entonces por la experiencia propia, sabíamos claramente que el Estado no iba a llegar”.
El 24 de octubre de 1999 se llevan adelante elecciones nacionales, en las que Fernando de la Rúa triunfó con el 48.37% de los votos. El 10 de diciembre del mismo año, De la Rúa asumirá la presidencia, con la Carpa Blanca en pleno funcionamiento.
Días después, y ante la presión ejercida por las y los docentes, más el gran apoyo de la sociedad, el Congreso Nacional sanciona la Ley que crea el fondo para el Financiamiento Educativo, que garantizaba alrededor de $660 millones de dólares. A raíz de este hecho, los gremios docentes analizan finalizar la extensa e histórica protesta.
“Para sacar la carpa se seleccionaron exayunantes con la intención de votar cual sería el destino de ella. Estuve presente en ese momento, y cuando la decisión se aprueba por congreso, porque ya no se podía más, sentíamos que la lucha no había sido en vano. Nuestra posición era que se levante la carpa, y ganó en el congreso de la CTERA”.
El 30 de diciembre de 1999 comienza el desarme de la estructura que marcó un antes y un después en las luchas docentes y de los trabajadores en su conjunto. Aquel día, José Salomón estaba allí. “Sentí una fuerte emoción... lloré pensando ‘no es todo esto por lo que me vine a sacrificar de tan lejos, vine por mucho más', pero ya había caducado, ya era mucho lo que habíamos luchado”.
Lejos de haber finalizado la protesta con el desmontaje de la carpa, los y las docentes quitaron la estructura pero no abandonaron sus reclamos ante la constante y latente posibilidad de que las políticas acordadas volvieran sobre sus pasos.
Poco tiempo después, el 19 y 20 de diciembre de 2001, el país estallaría en un grito de rebelión: “Que se vayan todos”, se escuchaba en cada esquina. Y si bien la Carpa Blanca ya no estaba, su enseñanza indeleble marcada con tizas blancas, brotaba a cada paso, en cada esquina, como una lección aprendida en una enorme aula llamada Argentina.