Ha hecho frío. Aún hace frío. La helada ha cristalizado la tierra y hasta el fierro se vuelve más duro. Allí estaba esta mañana él, abajo del cielo casi blanco y haciendo cloquear las cañas de sus botas de goma que, como se sabe, le pasan la rodilla. Parecían lo único móvil dentro del aire de mármol que iba a tardar en movilizarse.

Allí estaba, esta mañana, puteando. Se lo oía, más que verlo, y la mirada, al yugo de las riendas del oído, lo terminó encontrando, allá, cerca del molino, siempre en la tierra plana, sin valla ni pared, aunque de eso no ha de ser consciente. No ha de saber lo que sabe, apenas habrá visto tierra abrupta en la imagen nevada de su televisor torpe y percudido, o la habrá imaginado de las referencias de los que viajan. No debe haber subido al camión de ninguno para acompañarlo, ¿quién seguiría viaje con él después de divertirse sólo unos minutos? Además, el campo ensucia por fuera y, despacio, va ensuciando por dentro, primero de la ropa y después el cuerpo. Se ve en las uñas.

Allí estaba, esta mañana, puteando a Dios Padre y Señor Nuestro, la maza golpeando el fierro de la rastra de discos agregando el tonante sonido al de sus botas, grito y zureo. ¿Qué no podía acomodar, ni siquiera a garrotazos que resonaban con su tos aguda y reconcentrándose en el corazón del metal?

Por qué, la reputa madre que lo recontra parió. Bajate hijo de puta, bajate que te recago a trompadas, se lo escucha repetir mirando el cielo, como tres veces, y después resuena el roznido seco y brutal del martillazo sobre el fierro. ¿Por qué me hacés esto? ¿Qué mierda te hice yo?

¿Importa cómo es? Es petiso, grueso, de tobillos y muñecas gruesas hechas para el golpe: dar y recibir se guardan en la misma caja. Tiene el pelo entrecano, grueso, y lacio como el indio, dos dientes grandes y filosos abajo, buenos para cortar el pedazo de asado, arriba uno solo y partido, la cara grande, blanca, un poco gorda como las de las abuelas que vinieron trayendo el hambre y el miedo para abandonarse como hembras.

¿Importa cómo se llama? Bencegués. Puede ser amargo y cómico.

Da pasos ampulosos por vocación, tiene las piernas torpes y cortas para aguantar el anillo de la paspadura que le hace la caña donde comienza el muslo, arriba de la rodilla. Se ve cuando anda con pantalón corto, en las casas y el verano.

Dice al hombre que no se baja del caballo enseguida, después sí, que no puede hacer entrar un disco, que el eje está deformado. Casi llora cuando lo dice, o llora quedo, sin vergüenza, y la respiración se le aquieta un poco.

¿Importa cómo se ve el hombre? No.

El hombre ha bajado del caballo esta mañana y ha hablado un poco después de estudiar el fierro. Mejor llevarlo al herrero, se pierde medio día y se ahorra un día, le ha dicho.

Él hace silencio por respeto, pero el brazo grueso y corto le pide martillo y muela. No se mueve.

El hombre le dice que se vuelva a las casas, que se tome la mañana, que, mejor, se vaya a tomar unos mates con la mujer.

No hay mate esta mañana, dice él y la sonrisa dura exhibe los largos dientes de abajo, y el roto de arriba.

Sonrisa de los ojos con rabia o desprecio o elocuencia.

-No está desde anoche, se fue nomás.

El hombre ve que se sigue riendo y que, detrás de esa risa -ahora- hay de qué reírse. No está triste. Está escindido, dividido en dos, tal vez piense el hombre. Es eso.

Le explica que se fue de noche y que la pasaron a buscar por la tranquera de la entrada, él vio la luz de la chata del viejo. Se fue caminando por el bulevar hasta la tranquera de entrada, sola con la valija.

Ahora acentúa el arco de los labios y los dientes salen a relucir, así como son, sin timidez, esmaltados y contrahechos, como se sabe. Los ojos se le ablandan y, de veras, es cómico.

-Como una gallinita hervida, le dice y, todavía se ríe más, ahora mirándolo de frente, pero sin ánimo de faltar el respeto, suelto.

-Como una gallinita hervida, la encontré a la Rosana, abajo del viejo tientudo. Y la risa se afirma sin sonido.

El hombre debería decir algo, una interjección con la letra u y agregar algún comentario acerca de las ventajas del suceso. Le hace una pregunta, después.

 

-No, no la eché. No le dije nada, nos reíamos, se fue por su cuenta.