Está en lo más alto de la loma, a cincuenta metros de La Cantera, como se conoce a la antigua cancha de Aldosivi, ahora cubierta de pastizales. Es una carpa improvisada con pallets y plásticos en la puerta de Ostramar, y cuatro fileteros mitigan el frío con el sol de la mañana. Hace casi dos meses que están en conflicto porque los despidieron por reclamar la registración laboral junto a otros 23 compañeros y compañeras. Es un acampe que arrancó el 28 de febrero contra una de las empresas del Grupo Caputo.

El trabajo por fuera del marco legal no es nada raro en el puerto de Mar del Plata, al decir de Cristina Ledesma, la secretaria general del Sindicato de Obreros de la Industria del Pescado (SOIP), “es el más precarizado del país”. Ledesma aseguró que “el 60 por ciento de los trabajadores que procesan pescado está en negro”.

En la carpa, una salamandra casera de fierros y ladrillos conserva el calor con algo de rescoldo. De los almuerzos se encarga Ezequiel Gauna, “salen guisos, tallarines y de vez en cuando torta fritas hechas con la mercadería que nos trae el sindicato”. Ingresó de la mano de su padre a Owencoop, una de las tercerizadas de Ostramar, hace 22 años y cuando tenía catorce. Era 2001 y no quería estudiar porque “veía que la gente con título también la pasaba mal”.

Se corre el nylon que hace de puerta y se asoma Cristian Barrera, otro filetero que empezó a los trece y tiene 22 años de antigüedad. Bromea con una costilla de ballena que consiguió en una cirujeada: la colgó en el pequeño ambiente a modo de decoración. “Me llamaron para limpiar un garage de una casa de gente de plata, en la zona de Pringles y Juan B. Justo. Había de todo, billetes viejos, monedas y medallas del Mundial 78, revistas francesas”, relata entusiasmado. Con algunas cosas se quedó, la gran mesa de jardín que luce en el patio de su casa, por ejemplo, y otras las vendió al “Gordo Conti”, un chatarrero de la zona.

Que los chicos trabajen es una de las irregularidades habituales del puerto de Mar del Plata. Por lo general son los que se encargan de quitar las protuberancias carnosas que la merluza tiene en la parte inferior de la cabeza, las cocochas, un alimento apreciado por su sabor y valor proteico, sobre todo en Europa, donde pagan 53.90 euros el kilo. 

Otra tradición del puerto son las listas negras, que arrancaron en dictadura y siguen hoy. Daniel Alaniz, filetero desde hace más de 40 años y en edad de jubilarse, explica que la justicia local hasta inventó la figura de Turbación de la propiedad para punir las protestas. "La policía viene dos o tres veces por día a sacarnos fotos". 

Según Alaniz, en el puerto abundan las plantas clandestinas que reciben la pesca directo de los barcos y la procesan con mano de obra en negro que trabaja en malas condiciones. Es el resultado de la dictadura, que desapareció a 42 trabajadores del sector, y de las "cooperativas" de los noventa, que permitieron precarizar la mano de obra. De quince mil trabajadores en blanco que había en 1975, quedan dos mil. El resto no tiene obra social, aportes, vacaciones o aguinaldos.

La incertidumbre llega a ni saber cuándo se entra a trabajar ni por cuánto. Llegan mensajes de whatsapp o avisos en la radio, muy temprano. Pueden ser convocados a las tres de la mañana, trabajar muchas o pocas horas, cobrar sesenta pesos por kilo faenado. El trabajo es siempre en frío, parados sobre agua heladas, manipulando hielo. El equipo lo tienen que comprar los trabajadores: tabla de cortar, goma para apoyarla, guantes, delantales, cuchillo, piedra de afilar, chaira. Son unos cincuenta mil pesos por persona que no paga la empresa.

Raúl Calamante, Delegado Regional del Ministerio de Trabajo cuenta que inspeccionaron 16 plantas de pescado del Puerto y del Parque Industrial y encontraron 245 trabajadores sin registrar. “Hay mucha informalidad, es un panorama conocido en Mar del Plata, de un sector que exporta en dólares y que tiene altísimos niveles de rentabilidad pero que no deja de precarizar y evadir”. En una de las inspecciones, escondieron a los peones en contenedores y no dejaron ingresar a los agentes del Ministerio. En 2015, AFIP y Gendarmería Nacional realizaron siete allanamientos simultáneos en las empresas de Luis Caputo (fallecido en 2018) y su hija Marcela, al frente de Ostramar en la actualidad, tras una denuncia por evasión fiscal y contrabando. En esa oportunidad se los investigó por subfacturar y triangular con empresas fantasma en Uruguay.

La misma etiqueta de cooperativa es falsa, porque no hay ni asambleas de socios, ni reparto de excedentes, como ordena la figura legal. El historiador y fundador del Grupo de Estudios Sociales Marítimos (GESMar) de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata, Agustín Nieto, señala otra fuerte ironía. "Lo que otrora fuera una herramienta de resistencia y lucha obrera contra su explotación por parte del capital haya mutado hoy día en instrumento de súper-explotación obrera en manos capitalistas, pasando a integrar el listado de formas de precarización laboral”. En rigor, en lugar de cooperativistas, son monotributistas.

Otro hito, más trágico, es el hundimiento del pesquero El Repunte en 2017. La Junta de Seguridad en el Transporte hizo un estudio de 107 páginas y concluyó que la empresa de los Caputo adaptó el barco para cambiar de la pesca de la merluza a la mucho más rentable del langostino, y lo hizo mal: “se detectaron fallas en la estabilidad de la embarcación a raíz de las reformas hechas”.

Gabriela Sánchez, integrante del colectivo Ningún Hundimiento Más y hermana del capitán, uno de los hombres que desapareció en el mar, sostiene que la investigación confirmó lo que habían dicho durante casi cinco años: “Que el barco tenía problemas de estabilidad, por los cambios que se le hicieron en 2006. Las mismas causas que llevaron al hundimiento de El Repunte, que nosotros denunciamos, son las que permiten que barcos que no están en condiciones salgan, que continúen las maniobras fraudulentas”.