El mundo está inmerso en un rearme nuclear y convencional, como si líderes de distinto calibre oliesen aún más sangre. Rusia y China se acercan --Xi Jinping estuvo el mes pasado tres días en Moscú con Putin-- unidos por interés mutuo y el espanto al adversario común que avanza sobre continentes remotos. En Europa central, EE.UU. y socios van rodeando a Rusia: el reciente ingreso de Finlandia a la OTAN agregó 1340 kilómetros de frontera entre la alianza occidental y Rusia, profundizando el torpe reclamo de ésta sobre su seguridad.
La otra región por la que se desliza EE.UU. potenciando bases militares en Japón y Filipinas –aquí pasará de cuatro a nueve-- es la esfera de influencia de su desafiante: va cercando a China en los mares de Asia-Pacífico donde un fusible estallaría, si Xi invadiera Taiwán. Ambas líneas paralelas crecen en el mapamundi geopolítico tensando a dos bandas un planeta que no resistiría una Tercera Guerra Mundial.
Para EE.UU. hay dos puntos críticos: uno es Ucrania, donde la potencia vencida en la Guerra Fría lucha indirectamente con la OTAN. El otro es la isla de Taiwán, donde la semana pasada las fuerzas armadas chinas mostraron músculo por tierra, aire, mar y ciberespacio, simulando "crear una situación represiva en la cual la isla quede rodeada en las cuatro direcciones": movilizó sistemas de lanzamiento de misiles PHL-191, un navío destructor 052-C y cazas J-10C. En la provincia costera de Fujian hizo ejercicios acuáticos con fuego real y trasladó al portaviones Shandong.
El ya centenario Henry Kissinger sugirió en su libro China evitar la “trampa de Tucídides” –que llevó a Atenas y Esparta a la guerra por el ascenso de la primera jaqueando la hegemonía de la otra--, la misma que condujo al Reino Unido y la emergente Alemania a la Primera Guerra Mundial. Las dos grandes potencias de hoy --interdependientes, por ahora-- están lejos de un conflicto bélico, aunque las relaciones son tirantes y tienen a Taiwán como su fusible explosivo. Si China o EE.UU. buscaran una excusa, esta isla sería la perfecta.
Los nodos de Ucrania y Taiwán
EE.UU. es la potencia en decadencia económica ante el resurgir chino, pero en franca expansión militar: en la isla japonesa de Okinawa está ampliando sus 32 bases cercanas a Taiwán. Sus dos adversarios, China y Rusia, tienen rasgos e intereses distintos. Pero los puntos álgidos de Ucrania y Taiwán están conectados: lo que sucede en la guerra actual de Europa oriental es un laboratorio a futuro si China invadiese Taiwán, cuyas fuerzas armadas están en asimetría desfavorable, relativizada si EE.UU. interviniese con soldados, algo que no hizo en Ucrania por la Doctrina de Destrucción Mutua Asegurada. Esta evitó también que la Guerra Fría estallara. La duda es: ¿si los norteamericanos temen a Rusia por sus armas nucleares, se frenarán ante Xi Jinping?
Una lógica paralela diría que sí. Pero los presidentes de EE.UU. han afirmado siempre que se involucrarían de manera directa, al tiempo que mantienen una política de ambigüedad estratégica. La gran incógnita es ¿cuánto vale Taiwán para EE.UU.? ¿Justificaría a sus intereses una guerra con posible desenlace atómico? China es un desafío para EE.UU. en el plano económico y tecnológico –no aun militar-- pero no es una gran amenaza política: allí donde Mao exportaba comunismo, Xi Xinping enciende focos de capitalismo.
Entre los dos países hay competencia –cada vez menos libre--, pero no contradicción inconciliable: China y EE.UU. se necesitan, aunque se molesten. Nadie tiene certeza de hasta qué punto EE.UU. defendería a Taiwán. Pero su mera palabra disuasiva ya genera un efecto en el gobierno chino que, si invadiese, no podría descartar una guerra muy perjudicial a sus intereses.
La sobreactuada reacción china hace nueve meses ante la visita de Nancy Pelosi a Taiwán y semana pasada por el viaje de la presidenta taiwanesa Tsai Ing-wen a EE.UU. a reunirse con Kevin McCarthy --líder de la Cámara de Representantes-- es una simulación, un juego de guerra: nada sugiere intensión concreta de invadir a corto o mediano plazo. Al asumir su tercer mandato, Xi Jinping dijo “debemos resolver la situación de Taiwán… y avanzar de modo inquebrantable en la reunificación de la patria”. Terminar la autonomía de facto en la isla, sería para Xi un “legado personal”, una forma de “inscribir” su nombre en la historia coronando el ascenso a la cima económica y tecnológica con la conquista de la luna y Marte. El asunto es el cómo.
Putin –un líder con pensamiento racional europeo-- invadió al considerar amenazado su interés vital. Pero es probable que Xi –en el contexto de una cosmovisión taoísta-- actúe de otra manera.
El arte de la guerra
El gobierno chino viene aplicando en Taiwán, casi como un manual, el clásico de Sun Tzu, El arte de la guerra. El sinólogo Francois Jullien estudió ese libro y deduce dos concepciones de la eficacia: la griega y la china. Para los griegos, antes de la batalla se traza un plan hacia el objetivo, delimitando un campo de maniobras. Un general era un buen geómetra, garantizando la modelación perfecta con ángulos de ataque y formas de asedio.
La guerra de Sun Tzu deja de lado esas cuestiones: su eje es el “potencial de situación”. Ese estratega no modeliza: estudia el contexto en proceso. Como el agua, hay que encontrar la pendiente facilitadora. Las traducciones usan la palabra “plan” para “ji”, pero según Jullien, esa es la mirada europea: en chino significa “sopesar” los factores favorables para ambos lados: calidad y cantidad de tropas, su moral, competencia de los Generales, relación del Rey con su pueblo. Así elaboran un diagrama potencial sin quedar atrapados en un plan que caducará al fragor del combate. El tao cita la metáfora del agua amoldándose al objeto que entra en ella, así como las artes marciales usan la fuerza adversaria: no la detienen, la dejan pasar.
Para Clausewitz --teórico militar del siglo XIX-- la circunstancia es lo que puede desviar el curso de la guerra por fuera del plan: el soldado debe cumplirlo sin desaviarse, siempre por la vía corta a fuerza de voluntad. Sun Tzu teoriza otra lógica: en la guerra la victoria “no se desvía”, es la resultante del potencial de situación adaptado según se vaya renovando en el curso de las operaciones (un objetivo fijado sería un obstáculo). Si el enemigo está fresco, cansarlo; si ha comido, hambrearlo; si es compacto, fragmentarlo. Todo paulatinamente por el camino largo, evitando confrontar en situación desfavorable. El gran estratega identifica y detecta entre la multiplicidad de factores, incrementando los propicios para desgastar al otro, hasta que pierda su eje. Lo ataca cuando está vencido. Recoge el fruto si ha madurado: “Las tropas victoriosas vencen antes de entablar combate; las vencidas, buscan la victoria al momento del combate”. Todo sucede antes, en la paciente etapa de sopesar.
Un futuro incierto
¿Es posible que China invada Taiwán? Teóricamente, sí. Pero poco probable a corto y mediano plazo. ¿Volverá Taiwán a ser parte de China? Es una posibilidad, a largo plazo. China va horadando el terreno por diferentes flancos, no solo el militar: trabaja el potencial general para que sea propicio. Quizá aspire a que algún día, la situación sea tan irremontable para Taiwán –antes deberán asegurarse que EE.UU. no intervendrá— que el gobierno de la isla opte por una salida negociada, “un regreso a casa” en condiciones especiales de autonomía, distinto al caso Hong Kong donde existía un preacuerdo con Reino Unido: una “negociación a la fuerza” sin tocarles un pelo.
La gran mayoría de los taiwaneses rechaza un acuerdo de este tipo. El partido más cercano a una negociación es el nacionalista Kuomintang –el del General Chiang Kai-shek derrotado en la guerra civil por Mao-- hoy en la oposición. El expresidente del país Ma Ying-jeou de ese partido, declaró “somos conscientes de la necesidad de tener buenas relaciones con China”. El mes pasado hizo una histórica visita a China –la primera de un exmandatario de Taiwán-- y dijo “somos todos chinos”.
China abona el crecimiento de los mercados, eje de su status quo: la guerra sería pésimo negocio. El PCCH horada al adversario a la manera china, sin apuro y evitando el choque. Taiwán se preserva de la misma manera y evita declarar su independencia. Este mes, la cancillería china le quitó un voto más en la ONU, donde la isla reclama ser reconocida como país: Honduras cambió de bando y abrió una embajada en Beijing (la exigencia china a cambio es cerrarla en Taipéi).
La historia abierta
Hasta 1971 Taiwán era la única China en la ONU –sentada incluso en el Consejo de Seguridad— pero Nixon hizo las paces con Mao y EE.UU. reconfiguró su política de “una sola China” con capital en Beijing, cortando su nexo oficial con Taipéi. Taiwán habita un limbo diplomático, reconocida solo por 13 países: no existe legalmente, situación que comparte con Palestina y parece irremontable.
Todo proceso histórico en curso tiene final incierto. Quizá el ya centenario PCCH –dentro de una cultura que se piensa como civilización más allá de la ideología— esté abonando el terreno político en Taiwán de aquí a 100 años, inclinando el plano a nivel económico y político, hasta que un día la propensión cambie tanto desde la perspectiva de los taiwaneses, que la mayoría crea beneficioso volver a abrazarse con sus vecinos, en cuyas tierras continentales han invertido miles de millones de dólares: la taiwanesa Foxconn es la principal armadora de I-Phones para Apple en China. O quizá Taiwán logre ejercer el derecho a la autodeterminación y no se reunifiquen nunca.
Mark Twain mejoró una frase de Marx diciendo que “la historia no se repite, pero rima”. De ser así, el mundo iría, a largo plazo, hacia la “trampa de Tucídides”. En los últimos 500 años hubo 16 pujas por la hegemonía mundial y 12 terminaron en guerra. Sin embargo, lo más probable en el caso del fusible Taiwán, sea que el pragmatismo no esencialista del pensamiento chino –similar a cada lado del estrecho de Taiwán— sepa amoldarse a la circunstancia, convirtiendo a los opuestos en complementarios y evite activar la fatal trampa nuclear. Es necesario: una nueva “gran guerra” sería la última, cortando el ciclo del eterno retorno. No habría ya más farsa o tragedia. Ni nadie.