Fruto de un ejercicio de colaboración literaria gestado en el festival de novela policial Quais du Polar, La desconocida está escrita a dos manos por Rosa Montero (española) y Olivier Truc (francés), ambos con sólida experiencia en el género. Según explica la “Nota editorial”, cada uno de ellos escribió un capítulo por turno. El resultado es una novela sorprendentemente fluida, en la que, por lo menos a nivel del lenguaje, es imposible notar la doble autoría.
Como en tantas series y películas contemporáneas, la acción transcurre en más de un país e involucra a más de una cultura. Aunque la mayor parte de la acción ocurre en Barcelona, algunos personajes van y vienen entre Lyon y España, y la relación de la pareja principal de detectives (un francés y una española) sigue un esquema similar al de la “buddy movie”: un relato en el que, contra todo pronóstico, dos personas de temperamento y hasta lenguajes distintos terminan desarrollando una relación positiva. La buena traducción de Juan Carlos Durán Romero tiene un problema que no es nuevo para los lectores argentinos (y, en este caso, tal vez la dificultad provenga también de la escritura de Rosa Montero): el dialecto español utiliza palabras que nos son desconocidas (“mossos”, por ejemplo) y el nivel de lengua oral tiene expresiones que nos son totalmente ajenas. Sin embargo, el libro transmite con claridad el ritmo cada vez más rápido de la historia en una prosa clara y directa que hace fácil la lectura aunque el montaje y el punto de vista hagan bastante complejo el argumento.
A esta altura del siglo xxi, cuando se consumen constantemente series y películas a través del cable, las plataformas, los cines, la web, no puede negarse la influencia que tiene la narración audiovisual sobre la literaria (recordemos que, a comienzos de siglo xx, el camino iba en dirección contraria y eran el teatro y la literatura los que pesaban sobre el cine). Como suele pasar con mucha frecuencia en thrillers y películas de acción, La desconocida empieza con una escena violenta que sucede antes de la llegada de los dos detectives Erik Zapori (francés) y Anna Ripoll (española). Ese pequeño prólogo narrativo está protagonizado por un personaje secundario, un guardia que vigila contenedores en un puerto, y por Julieta, su perra pastora. Ellos dos, los contenedores y los barcos reaparecerán en la conclusión como “marca de final”. A partir del capítulo 1, la acción cambia con frecuencia de lugar y de punto de vista.
Otro de los tópicos del género policial (audiovisual sobre todo) es el de la amnesia. Los dos autores lo usan aquí con gran eficacia. El tercer personaje central es la mujer a la que encuentra la perra en un contenedor, personaje que cambia tres veces de nombre antes de reencontrarse a sí misma. La incógnita sobre su identidad se irá develando de a poco, lo mismo que sus relaciones con algunos de los hombres y mujeres que la rodean. El peligro y el miedo son una parte esencial de su estado de ánimo y por eso, tienen tanto sentido sus categóricas definiciones de la situación en que se encuentra: se siente “un bebé monstruoso”; afirma que es “difícil vivir sin poder ser” y entiende que recordar va a ser muy doloroso (por ejemplo, se pregunta: “¿A cuál de mis posibles infiernos elegiré volver?”). La forma en que los dos autores describen esa confusión desesperada es uno de los rasgos más logrados de la novela y tiene mucha importancia en el manejo del suspenso.
Tal vez porque se escribió a dos manos, tal vez porque los autores necesitan mostrar los pensamientos de sus personajes, la voz narradora en tercera persona no se identifica ni se relaciona con los lectores y es bastante parecida a los viejos narradores omniscientes del siglo xix. Pasa constantemente de la mente de un personaje a otro, sobre todo los dos policías y la mujer con amnesia. Eso permite que los lectores vean con claridad que cada uno de ellos tiene sus propios objetivos y un pasado que los lleva a actitudes, creencias y decisiones específicas. Lo más interesante, por supuesto, es lo que hace y piensa “María” (primer nombre que se le da a la chica del contenedor: “La llamaremos María” es el título del capítulo 1), sobre todo porque muchas veces actúa sin saber por qué y mientras actúa, se examina constantemente en busca de pistas sobre su vida anterior. Cada uno de los otros personajes mira y juzga desde su propia perspectiva: por ejemplo, el inspector francés nota con claridad una hermandad entre la víctima y la policía femenina, pero es un hombre conservador y no la comprende hasta el final.
Uno de los hilos del relato tiene que ver con el cuerpo desde una concepción femenina y feminista. El cuerpo de la víctima (las señales de quemaduras de cigarrillos en el brazo, las reacciones físicas de las que es capaz, su manejo experto de cierta técnica de lucha, su capacidad para tolerar el dolor) conoce perfectamente la experiencia que su mente olvidó y que vuelve a la superficie a través de músculos y reacciones casi automáticas. En los momentos de peligro extremo, es la memoria del cuerpo la que le dice a “María” qué debe hacer. En ese sentido, algunas escenas de violencia recuerdan al personaje de la película A History of Violence de David Cronenberg (representado por Viggo Mortensen), cuando su vida de hombre común de clase media se ve sacudida por un pasado que él creía haber dejado atrás. Como en las novelas de James Cain, aquí se afirma que la vida no se puede atravesar sin memoria.
Otro de los elementos del género policial tanto literario como cinematográfico es la cuestión de los mensajes encriptados que descifran los dos detectives. En cuanto a ese tema, Oliver Truc y Rosa Montero unen dos tiempos de la historia del género: hablan de “códigos” y “encriptado” en un sentido clásico (digamos, el del Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle) y también en uno mucho más contemporáneo, relacionado con la informática, los archivos, las claves, la nube.
Todos, desde los policías a los culpables, tienen motivos que van más allá del deseo de hacer justicia, ganar dinero, escapar de la cárcel o tomar venganza. Pero el libro está fuertemente asentado sobre una mirada binaria que divide entre “bien” y “mal”, es decir, la base del género en Occidente ya desde los cuentos de Edgar Allan Poe. Y en este “caso”, el “mal” roza la temática femenina a través de la cuestión de la trata de blancas. Pero las mujeres de La desconocida tienen poder. Son mucho más que víctimas. A pesar de su machismo, hasta Zapori, el policía, lo comprende al final.