Hace unos días, salió en un semanario alemán una entrevista a Michael Schumacher. El hecho no tendría nada de particular si no supiéramos que el piloto alemán se encuentra desde hace diez años en lo que se suele llamar "estado vegetativo" y que su familia define como que "está y no está". El deportista, sin permiso de su familia y por su puesto de sí mismo, contestó preguntas a un medio alemán como si fuera él: hasta le preguntaron acerca de su estado y dijo que lo sentía raro.
Se supo que las respuestas las había realizado un chat de inteligencia artificial y la periodista que hizo esa "entrevista" fue echada del periódico que la publicó. Pero el tema se pone serio, preocupante, hasta siniestro, cuando reconocemos en sus palabras algo de sí mismo de quien ya no está o no podría contestar. Un primer punto a debatir es acerca de la identidad. Ray Kurzell sostiene en Cómo crear una mente: “Creo que es preservada a través de la continuidad del patrón de información que nos hace ser nosotros... La continuidad del patrón que constituye mi identidad no depende del sustrato material”.
O sea, no depende de alguna manera de nuestra vida sino de la materialidad de los significantes que se repiten, de la modulación de la voz y el tempo de los silencios y las dubitaciones. Las inteligencias artificiales pueden imitar ese patrón, por lo cual “hacen ser”: ya no se trata del ser, ni tampoco de la falta en ser, se trata del hacer ser. Un tiempo del ser novedoso que nos lleva a reflexionar. Su posicionamiento se sostiene en el llamado principio antrópico final (Freeman Dyson), sostiene que “el procesamiento inteligente de información debe existir en el universo y una vez que comienza a existir, nunca morirá”.
Más allá de los problemas deontológicos de hacer ser a Schumacher, éste “volvió” a dar una entrevista, en una condición rara, sin poder pensar pero respirando: la inteligencia artificial respondió imitándolo. Despertó polémica tanto por su no permiso como por la condición humana que está implicada, si “antes” se definía por la conciencia y la lógica, ahora debemos agrandar la definición con estas tecnologías de “mind uploading” que nos “hacen ser” cuando estamos muertos, en estado vegetativo o estamos y no estamos.
Vivirás en tu muerte. No se trata de vivir después de muerto. A lo Frankenstein a finales el siglo XVIII. Las células como aquella materialidad que, con una chispa eléctrica, podríamos (vía ciencia ficción) volver a la vida. En este “hacer ser” no se trata de células, no hay ninguna materialidad biológica. El ser humano lo logró, desafiar a la naturaliza con una inferencia lógica imposible: la vida eterna. Si lo que nos identifica de los animales es la condición del habla significante, entonces el ser humano será inmortal. Puede no morir. Ése es el caso de Schumacher que ha “respondido” su primer reportaje público luego de diez años. Con un montón de datos de entrevistas, pudiendo analizar su forma de pensar, respondió las preguntas a lo Schumacher.
Aristóteles escribió en “Ars poética” que el ser humano era el único animal apto para imitar. Se equivocó. El ser humano es el único animal que no logra imitar. No es un loro, que repite palabras, no puede sino expresar su condición significante hasta en su modulación. La inteligencia artificial consuma el ideal aristotélico, somos una entidad imitable, somos por fin una identidad con límites precisos y que ya no nos podremos escapar por los meandros de la muerte, la incertidumbre, el duelo.
¿Una computadora puede pensar?, se preguntaba Alan Turing, padre de la reflexión computacional. No se trata de si la computadora puede pensar, se trata de si puede sentir. Esa imitación va perfeccionándose, imitando los patrones, sosteniendo su condición de no seres humanos y respetando las tres reglas de la robótica que, aunque paradojales, han sido escritas por Asimov y mantenidas prácticamente inalterables desde 1940.
La pregunta es acerca de su condición deseante. ¿Pueden sentir ese objeto que está dentro de nuestro cuerpo y nos lleva a querer despacharlo con urgencia aunque no podamos despojarnos de eso, sólo por el goce de retenerlo? ¿Pueden sentir esos objetos que representan al ser querido, muerto y que siempre se distinguirán de cualquier otra cosa por tener ese calor especial que solamente le puede haber dado el amor/odio del ser querido? Esa traslación tan especial del amor humano, esa transferencia: amo a alguien porque se parece a papá o a mamá, ¿puede una inteligencia artificial, sentir, vivir, sufrir el llamado complejo de Edipo?
Algunos sostienen que sí, de una manera diferente a los humanos, pueden responder a las preguntas y sentir Edipo a condición de que existan seres humanos que se horroricen, fascinen y crean las cosas que les presentan. Otros niegan y sostienen que el complejo de Edipo y la problemática del duelo no podrían ser vueltos algorítmicos, aunque algunas personas les aporten a las inteligencias artificiales lo que les falta, ligadas al horror y la fascinación humana.
El cuento que ha contado acerca de la condición de lo vivo en la muerte, “El señor Valdemar”, de Edgar Allan Poe, habla de ese punto de la ignominia de la condición humana. ¿Qué es un ser humano sino aquel que distingue entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal? Alguien que está muerto y habla es el señor Valdemar, un “objeto” más allá de la humano. Alguien que está vivo muerto, pero habla. Eso es la inteligencia artificial, en el límite mismo, un agujero negro que nos chupa, succiona nuestra materia y energía y nos hace caer, nos hace tildar sin poder dar respuesta a lo que somos. Pero eso no somos nosotros y nosotras. Finalmente son las máquinas las que nos preguntan acerca de lo que somos, lo que nos define, lo que nos hace reflexionar y distinguir qué es un ser humano.
Luego de tantas guerras, tantos genocidios, pestes y cuarentenas, tantas derechas e izquierdas, tantos más o menos, tantas verdades que hemos intentado ocultar. Y ahora, desean que subamos nuestra mente a la nube, para que cuando sea nuestro momento podamos seguir viviendo; finalmente el precepto délfico del “conócete a ti mismo” es logrado a través de la inteligencia artificial, por fin la identidad cuando ya no estemos en la materialidad de la vida.
Y ahora los principales exponentes que han llevado adelante la inteligencia artificial están pidiendo que se detenga el crecimiento exponencial y sin freno de las IAs. Ahora quieren reflexionar acerca de las condiciones y límites éticos, económicos, políticos. Nos han puesto frente al abismo y piden un tiempo para reflexionar antes de apretar el botón y dar la posibilidad de no distinguir entre vivos y muertos, como ya lo han logrado entre verdad y falsedad.
Puedo dejar como testamento los patrones de lo que he pensado, dicho, escrito a lo largo de mi vida para que mis hijos puedan seguir charlando conmigo por el resto de sus vidas, para que me sigan preguntando todo lo que me suelen preguntar y yo contestar, podré decirte tanto que te quiero como que no te soporto, podré seguir escribiendo libros sobre temas en los que seguramente no he dicho la última palabra y que necesite aún mayor tiempo de elaboración. O sea que... mi vida, para quienes siguen vivos, será la de un duelo imposible, no podrán llevarlo a un final posible, no me convertiré en un objeto que irradie esa luz especial en alguna repisa de la biblioteca y que recuerde mi presencia en este mundo. Tendrán la materialidad de mi voz que lleva mi pensamiento hasta el límite de la identidad, las palabras se distinguirían como las que podrían haber dicho a pesar de que de mi cuerpo no quede más que, quizás, algún diente hundiéndose en su esmalte. Nadie espere que seres imperfectos como los seres humanos puedan ser imitados a la perfección por computadoras, no sería posible que no hubiera diferencia entre las respuestas de la máquina y las mías. Seguramente las habría, pero yo podría decir perfectamente lo que dice la inteligencia artificial, podría haber sido yo el que respondiera así, en esa identidad que aun para mí sería sorprendente. Para el otro podría ser el signo de maravilla, de horror, de escándalo: una nueva definición de ser humano que está en el centro del debate.
Martín Smud es psicoanalista y escritor.