De viajes, miedos y pérdidas. Algunos de los temas que atraviesan los dos largometrajes presentados estos últimos días como parte de la Competencia Oficial Internacional del 24° Bafici, que ya ha transitado la mitad de su recorrido. Dos películas pequeñas, de producción realmente independiente, que abordan cuestiones tan diversas como lo son sus propias construcciones formales y narrativas. Es que si Muertes y maravillas, del chileno Diego Soto, emplaza la cámara para seguir a un grupo de jóvenes durante el período de receso veraniego y retratar así el final de una época, la española Upon Entry (el título en inglés no es casual, como se verá) se aferra inteligentemente al concepto de suspenso cinematográfico más clásico y, en este caso, sumamente efectivo.
Los directores de Upon Entry, ópera prima que tuvo un reciente paso por el festival South by Southwest, no nacieron sin embargo en el país europeo: tanto Alejandro Rojas como Juan Sebastián Vásquez son caraqueños, y seguramente algo de la experiencia inmigratoria se ve reflejada en uno de los dos protagonistas. Elena, una treintañera barcelonesa, y Diego, un venezolano que vive en España desde hace unos años, aplican a una visa de residencia en los Estados Unidos. La información es detallada por ellos mismos a bordo del taxi que los lleva al aeropuerto. Luego de una brevísima escena durante el vuelo transoceánico, el film no saltará los límites de un par de escenografías asfixiantes: la cola de migraciones, una salita de espera interior, dos oficinas desangeladas donde ambos son interrogados de manera inflexible, juntos y por separado. Por supuesto, las valijas son requisadas, los teléfonos celulares apagados y sus cuerpos y pertenencias olfateados por un perro entrenado en la detección de sustancias ilegales. Pero el problema no es de drogas: ni Diego ni Elena son mulas del narcotráfico. Hay algo más que genera la enfática persecución verbal de una empleada “latina”, ese término que engloba tanto que aprieta muy poco. Algo ligado simplemente a la consabida green card, al pasado sentimental de Diego, a la presencia de familiares ya establecidos en la tierra de las oportunidades.
Rojas y Vásquez construyen un ejercicio de tensiones y relajaciones tan preciso como un mecanismo de relojería, permitiendo que el espectador se identifique con unos y otras de manera alternada y a veces cruzada. Por momentos, la presión del interrogatorio es tal que la película parece encaramarse en la denuncia de la violencia institucional; en otros, la mesa se da vuelta y la pertinencia de las preguntas impacta en la apreciación de las intenciones de Diego. ¿Se trata de una (otra) simple víctima? ¿O acaso la víctima es Elena? Alberto Ammann y Bruna Cusí (la actriz adulta de Verano 1993) se entregan al juego actoral con un manejo expresivo perfecto y más de una gota de sudor en la frente para una película que, más allá de las apreciaciones en cuanto a la puesta en escena y montaje, “se pasa volando”. Teniendo en cuenta sus más que nobles intenciones genéricas, se trata de la mejor de las alabanzas imaginables.
En Muertes y maravillas, segundo largometraje de Diego Soto, que se presenta en el Bafici en calidad de estreno mundial, se cita bastante al poeta Jorge Teillier, de quien Neruda afirmó, luego de la publicación de sus Poemas del país de nunca jamás, que “podría sentarse a esperar tranquilamente el aplauso de la posteridad”. De hecho, el título remite a una antología del escritor, cuya portada es visible en más de una escena. Pero todo comienza con una salida al cine, a ver una de Bond, todavía con los barbijos en la cara, reflejo del período real del rodaje. Los tres amigos caminan por las calles de Santiago con un destino claro: visitar al cuarto compinche, un compañero de escuela, postrado en la cama por una enfermedad que no parece amable. Las altas dosis de “po, weón” en las conversaciones –siempre de a dos, como si fueran rigurosas citas obligadas por la fragilidad del doliente– señalan en la dirección de un naturalismo que la propia película quiebra rápidamente.
Es que Soto, lejos del coming-of-age tradicional, ofrece un retrato impresionista, empapado de subjetividades y una sensibilidad alejada del cliché. Es como si el realizador intentara (en varios momentos lo logra) reconstruir la sensación de ser adolescente, no tanto con las herramientas de los diálogos y las acciones sino a partir de climas y sensaciones. Entre los ensayos de la bandita de rock del trío y la sorpresiva recuperación del paciente, con el trasfondo de la lectura de poemas y el encuentro con conocidos y nuevas relaciones (la escena del protagonista con un falso cura es tan extraña como inquietante), Muertes y maravillas muestra una capacidad inesperada para recorrer cuestiones como el duelo y los dolores del crecimiento. Es una película pequeña, frágil, imperfecta tal vez, pero que demuestra que los caminos pueden volver a recorrerse. Que la misma historia puede contarse de nuevo, de manera diferente, casi como si fuera la primera vez.
- Upon Entry se exhibe el martes 25 a las 12 en el cine Gaumont y el viernes 28 a las 21.15 en el cine Lorca.
- Muertes y maravillas se exhibe el martes 25 a las 11.45 en el Centro Cultural San Martín.