“Yo era muy chica cuando empecé a trabajar en la calle, tenía 14 o 15 años y vivía cerca de La Tablada. En 1976 o1977 fui llevada en un coche particular, yo era menor, lloraba, fui detenida a la fuerza. Fue la primera vez que me detuvieron. Me sacaron del auto a las patadas, me tiraron en un lugar que no se podría decir que era una celda. Nunca fui registrada. Había otras chicas, me decían no vayas a decir que sos menor porque es peor. Me sacaron los zapatos, me dejaron media desnuda. Para comer teníamos que pedirles que por favor nos dieran las sobras, y teníamos que pagarles con sexo. Si querés comer tenés que hacer eso. Hacer eso era chuparle el pene. A veces te daban un mate cocido o un pedazo de pan”, dijo por videoconferencia Fabiana Gutiérrez, la primera en declarar. Lo hizo desde Italia, donde vive desde hace más de 40 años.
Paola Leonor Alagastino, la segunda testigo en declarar, también lo hizo por videconferencia, también desde Italia. Paola tenía 17 años cuando la secuestraron en Camino de Cintura y la metieron adentro del baúl de un Ford Falcón Blanco; fue en el invierno de 1977. La llevaron a la Brigada de Banfield, donde funcionó un centro clandestino. “Cuando me bajaron, pensé que me iban a matar. Gracias a Dios no sucedió eso. Pero fui maltratada, violada, me pegaron con palos. Algunos estaban ahí de civil y algunos llevaban esas ropas no de policía, sino una ropa gris con botas negras. Teníamos miedo, nos trataban mal, nos insultaban, nos decían de todo. Querían sexo y si no había sexo, eran palos. Nos daban el borde de la pizza. Nos decían puto, maricón, ustedes tienen que morirse, los vamos a matar, los vamos a tirar por ahí y quién los va a buscar”, contó Paola con la voz entrecortada. “Nos dábamos cuenta cuando llegaban al lugar los militares por esas botas que hacían ruido. Pum, pum. Gritaban y le daban picana. Nosotras pensábamos que nos tocaba. Hubo palo, violaciones, hambre, frío, insultos. Horrible lo que pasamos. Escuchábamos la picana a las chicas y chicos en otro piso arriba. Era un infierno todo eso. No les importaba nada de nosotras, peor que un animal nos trataban”, agregó.
Sentada en el tribunal, con una bandera del Archivo de la Memoria Trans, Analía Velázquez, la tercera testigo, dijo: “Yo tenía 22 o 23 años. Fui secuestrada de la casa de mi familia y llevada al Pozo de Banfield, donde estuve en varias oportunidades. Por lo general siempre nos llevaban de madrugada. He pasado todo tipo de torturas, también psicológicas. Me han violado. He escuchado cosas muy horribles por las noches. Ellos decían “máquina”, se sabía que eso era picana, y advertían que en cualquier momento me podía pasar. En una oportunidad me hicieron desnudar, llegué a conocer una cama elástica, toda de metal. Decían que ya me iba a tocar. Cuando querían nos sacaban de la celda y nos hacían hacer strip tease, querían que bailáramos para ellos, a veces estaban alcoholizados. Recuerdo estar con una compañera y nos sacaban fotos y nos preguntaban cuál de las dos era más linda”.
Marcela Viegas Pedro, fue la cuarta en declarar. Lo hizo junto al equipo de Acompañamiento de Testigxs de la Secretaría de Derechos Humanos de la provincia, que también es querellante. “Fui detenida, desaparecida y después pude volver otra vez. Fue entre fines de 78 y principios del 79. Tuve que ir a trabajar a Camino de Cintura, por persecución en Rosario. Una de mis amigas en Florencio Varela, que colaboraba con la policía, me ofreció de ir a trabajar a su lugar. Era un lugar en la ruta donde había un montón de fábricas. Todas las noches tenías que pagar un canon al patrullero y cada tanto hacer favores sexuales. Cuando me agarraron yo dije: hoy me toca hacer el favor sexual”. Pero esa noche fue diferente para Marcela. “Cuando estoy adentro del patrullero me ponen unas bolsas de cebolla en la cabeza, me llevan no sé adónde, me entregan a otras personas no sé a quiénes. Termino en una celda. Y me acuerdo de todas las palabras: Ahora vas a saber lo que es bueno, puto. Al día siguiente empezó el calvario. Sistemática y metódicamente todos los días me venían a buscar. Me ponían una capucha. No sé adónde iba. Teníamos una venda y yo podía espiar por abajo. Me tiraban en una cama. Me ataban. Y me ponían 220 (electricidad)”.
La última en declarar fue Julieta Alejandra González: “Yo tendría 19 o 20 años, fue en 1977 o 1978. Nosotras en ese tiempo ejercíamos la prostitución en Acasusso, San Isidro. Nos dijeron que subiéramos a un auto, subimos, nos llevaron a San Martín. Ahora vas a ver, me decían. Me habían agarrado de los pelos. Te voy a pelar. Como a la madrugada viene un hombre. En el segundo calabozo, después del traslado, nos trajeron dos colchones azules de lana. Tenían pelos y coágulos de sangre. A la mañana nos sacan, estaba medio de noche aún, que hiciéramos el mate cocido. Nos preguntaron si sabíamos cocinar. A la mañana vemos que era grande el lugar. Tenían como dos fosas donde nos hacían lavar los autos. Tenían barro, pero adentro muchos tenían sangre. Siempre recuerdo mucha sangre en un Falcón amarillo. Nos hacían cocinar, lavar la ropa, lustrar borcegos. También abusaban sexualmente de nosotras”.
Julieta hizo una pausa, tomó aire y agregó: “en un momento escuchábamos llorar a una chica. Y después escuchamos llorar a un bebé. Y después la chica no se escuchó mas y el bebé tampoco. Como que nació el bebé. ‘Pensar que nosotros estuvimos en ese”.
Etchecolatz y el terror
El silencio y la emoción llenaban en una misma medida la sala del juicio y las palabras de Julieta quedaron resonando en el aire: “una vez que estaba viendo la tele me pareció que había visto a uno de esos militares. La mirada era muy penetrante. Lo teníamos así enfrente la noche que llegamos. Y cuando lo enfoca la televisión, la mirada que vi era como volver el tiempo, lo estaban juzgando. Cuando dicen en la tele “el famoso Pozo de Banfield”, ahí me doy cuenta que estuve detenida ahí”.
“¿Sabes el nombre de esa persona?”, le preguntó la fiscal Ana Oberlin.
--Ellos decían que era Etchecolatz. Yo lo tuve ahí enfrente. Cuando lo enfocaban la mirada era la misma que cuando lo conocí. Para mí era la misma persona, pero ya vieja. La mirada era la misma.
La experiencia de Marlene Wayar
Como en noviembre de 2020, cuando declaró como testigo experta ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el histórico juicio de la activista trans hondureña Vicky Hernández, Marlene Wayar, activista trans, señaló: “tenemos que enmarcar esto, ver el sistema sexogenérico específico. Si no nos enmarcamos en esto, no vamos a poder analizar cuál es la pertinencia, la particularidad y la especificidad de este llamado proceso de reorganización nacional. Esta fuerza opresora busca sobre todo un hombre familiero, que vaya de casa al trabajo, que no haga juntas masivas y se entiende a disidencias sexuales en ejercicio de prostitución como una amenaza al sistema familiar cristiano”.
La estigmatización de entonces, sin embargo, señaló Wayar sigue hasta hoy: “lo que observamos en las estadísticas es que personas travestis y trans empiezan a ser expulsadas de su hogar ni bien asumen su identidad de género, en promedio a los 13 años. Empiezan a quedar en situación de calle. Esto es un efecto de toda esta propagando previa que se ha hecho con tanta crueldad durante el proceso genocida”.
Ante la sala llena y expectante, Marlene agregó: “con la idea de que nadie va a pedir explicaciones por ellas, se siembra que todas las personas que estén relacionadas con estos cuerpos también son juzgables y están contaminadas. Es importante que una travesti salga de un campo de concentración donde ha visto atrocidades y las cuente. Porque puede provocar un efecto. Después del proceso militar hemos tenido que escuchar miles de relatos. Pero una no ve que nuestros relatos interesen. Por eso la importancia trascendental histórica porque este juicio es de los primeros donde podemos escuchar estas voces. Nunca hemos tenido derecho a la verdad, a la justicia ni a la memoria, ni a sentir el respaldo de que nuestros cuerpos importan”.
“Es la primera vez que son escuchadas en el Poder Judicial en su carácter de personas victimizadas y no como acusadas o sospechadas o como testigos de delitos sino ellas en su carácter de personas victimizadas entonces creo que eso marca algo muy importante, incluso desde el punto de vista simbólico y político porque ese Poder Judicial que en muchos casos fue parte de la maquinaria de opresión, de persecución, de sanción, de castigo a quienes se salían de la hetero-normatividad, hoy las escucha y sus testimonios son clave”, dijo a Soy la fiscal Ana Oberlin que trabaja en esta investigación desde hace años como integrante de la Unidad Fiscal Especializada en Delitos de Lesa Humanidad de La Plata.
“Empezamos a trabajar porque había varios casos de mujeres trans que habían sido secuestradas en el Pozo de Banfield. Ahí había sido llevada Valeria del Mar, que fue el primer caso que se judicializó pero al principio se lo trataba como si hubiera sido un caso único, no como una práctica sistemática y generalizada de esos años. Entonces empezamos a contactar a muchas sobrevivientes, gracias también al Archivo de la Memoria Trans”, explicó Ana. Y destacó que sin sus testimonios “la investigación sobre lo que ocurrió durante el Terrorismo de Estado está incompleta. Me parece que hay que mirarlo también desde ese lugar no sólo desde el lado de que ellas por primera vez están prestando testimonio, que es fundamental y que esto es histórico y hay un antes y un después, sino también en que el proceso de Justicia está incompleto si no son incluidas ellas como víctimas porque también formaron parte de las personas perseguidas por el Terrorismo de Estado”.
En Argentina se están llevando adelante más de 15 juicios orales en diferentes provincias. Desde la vuelta de la democracia, ya fueron condenados por la justicia más de 1100 genocidas. La transmisión de los juicios, así como los que ya se hicieron, se pueden seguir por el canal de youtube La Retaguardia y Pulso Noticias.