Comenzó todo con el slogan clásico de un manipulador: “Hay que pasarla mal para estar mejor”. Me distrajo ese pensamiento, en la fila de una moratoria muy improvisada donde pude conocer varios puntos de vista respecto al abordaje de una tormenta grave. Esa situación transcurría con la serigrafía de fondo que daba un aire de esperanza, con la pintura “Manifestación”, del gran artista Antonio Berni. Se trata de una obra del año 1934 que representa un reclamo de “pan y trabajo” con la particularidad de encender un mensaje contrapuesto a la obra de otro creador. Me refiero a la pintura de Ernesto de la Carcova, “Sin pan y sin trabajo” que dejaba, en 1894, el testimonio de la angustia del hambre real.
De repente, durante la espera, un jubilado gritó desde el fondo:
--Mi padre decía que cuando hay hambre siempre hay pan duro, pero ese cuadro es falso y es más berreta que unas ojotas que compré en Santa Teresita--.
Con lo que ganan podrían tener un original, pensamos todos en silencio, y nos miramos como transportando un ataúd de lujo.
Allí imprevistamente recordé cuando acompañé a un amigo al velatorio de su abuelo en la provincia de La Pampa, y el hambre de las salas velatorias cuando el fallecido no es familiar ni amigo, sino alguien que ni siquiera viste una sola vez.
Mientras vas en la ruta, a encontrarte con ese escenario imaginario de personas que reciben el pésame, el hambre gana la batalla cuando pica el bagre y en ese momento, hasta la carnada improvisada puede ser la salvación de la capilla ardiente.
Con mi amigo nos miramos al final del cajón como si fuera un balcón en las afueras de Verona, y fue inevitable recordar la escena de la película “La sonrisa de mamá”, interpretada por la actriz Libertad Lamarque.
El personaje de la madre después de muerta se le aparece en forma onírica a su familia y deja el mensaje de un amor incondicional desde la explotación extraterrestre.
De repente, me trajo a tierra un llanto perdido que pedía sánguches de miga y el clásico café de velatorio.
Allí la mirada del instante mágico se fue con el féretro al más allá, pero quedó la sensación de lo que sucede. Simplemente un tul blanco, entre el olor a coronas y las franjas con letras doradas, como si fueran cinturones de box estelares.
Por eso las opciones tienen un esquema variopinto para frenar y es ahí donde sale a la luz el complejo asunto de esta época. Hay decisiones importantes que tomar cuando aparecen tentaciones de morder el anzuelo.
Es así que tanto la decisión como la confianza requieren una convivencia en el camino de la vida, que a veces las lleva a ser hienas bajo el mismo techo.
Esa reflexión me hace pensar en el lío de saber hacer buenas elecciones y en la libertad de confiar. Parece ser un desafío de introspección y autocritica, que tiene el ser humano mientras nace, vive y muere.
Por eso me quedó en la mirada la actitud de un baqueano de Tilisarao, en la provincia de San Luis. El hombre se puso un traje para tomar el ómnibus doble piso, larga distancia, con destino al microcentro, y mientras buscaba su asiento en el ticket dijo:
--Elegir con hambre es destruir la confianza-.
Se me ocurre entonces, que esa batalla interna desencadena un boicot para ser libre.
Esa frase que resonó hasta donde había una asamblea con ollas populares, marcó una síntesis de la nueva conflictividad de libertad.
Fue a metros de un monumento al bombero que tiene un puesto de chipa improvisado. En ese lugar, la gastronomía de la calle que no es con línea amarilla de precaución, te exige la intuición para lograr protección divina y saborear el aroma a castañas tostadas.
Es el caso de una sabiduría popular que dice “en un puesto con humo donde se ven camiones estacionados, la comida es buena”.
Y ahí la libertad se vende sin humo porque todo es una ceremonia para él hambre de la ruta, que es el hambre más sagrado y libre.
En cambio hay propagandas de la libertad que se montan en el look de las rebeldías y terminan dejando mucha hambre en las calles.
Cuando un líder no deja herencia de poder gobernar, los gritos de libertad vacía encienden proyectos de cárceles. En esos momentos todo se vuelve una especie de libertad insoportable para incendiar el proceso histórico de una nación que lleva claros y oscuros.
Tal vez, la libertad de la paciencia es la que uno, con el estómago satisfecho puede leer y escuchar. Aquella gran reflexión de un chino en su nación “400 años es demasiado poco tiempo para dar una opinión sobre ese tema”.
En ese sentido pienso que el hambre de las guerras hace que la libertad sea un tesoro para poder construir confianza y la vida pase a ser sólo ahora. Creer que la libertad se construye en una década, es llenarse de pan.
Lo que me enseñó el tío de un ex jugador de fútbol de Deportivo Armenio, que ahora vive cerca de dique Lujan y es utilero de la cancha, fue preciso. Mientras ordenaba el vestuario, dijo: -aquello que nos hace libres para jugar, es tener hambre y confianza-.
Hay que saber alimentar a la libertad que se manifiesta con fuerza y apetito natural.
Y su confianza le respondió: “La misma fuerza que en la ruta nos hace frenar en un puesto lleno de camiones para entrarle a un choripán y luego orinar en el pasto mirando las vacas”.
El romanticismo del cine italiano fue sublime en los años 50, pero en los ´90, un ex obrero del astillero que terminó manejando un motoflet, paró en un semáforo de avenida Corrientes. Miró el cielo y afirmó: “el romanticismo es conocer el amor de tu vida en un velatorio de un pariente lejano”.
Esa síntesis de la belleza en la tragedia, me hizo ver las crisis oscuras de otra forma.
En los túneles de la vida diaria puede haber muchos mensajes que esconden ventanas al “Jardín de las delicias”, que dejara en una pintura al óleo, en el Museo del Prado en Madrid, el gran pintor neerlandés, El Bosco.
Pero relacionándolo con la boleta a pagar de todos los lunes en la cola de una moratoria, el jubilado sacó callado una billetera vacía y desensilló un almanaque de bolsillo de los años 60.
Entre dientes habló con deseo desde el interior y me dijo:
--Siempre me quedaron ganas de más--, y siguió mientras la cola avanzaba --la recuerdo desde la época en que íbamos juntos con Libertad Leblanc al teatro y después salíamos a cenar--.
Todo concluye en los ruidos del estómago que se sienten a la hora de la verdad.
Aparentemente cuando la venta de una libertad imaginaria resuelve lo que nos frustra, siempre nos frustra más aún.
Finalmente, se escuchó el silencio frente a una voz que expresó: -Cuando te vendan felicidad con la libertad imaginaria, fíjate si te robaron la billetera-.