Un vendedor ambulante fue asesinado al ser confundido con un ladrón. Le clavaron un cuchillo en el cuello. Fue una noticia que circuló en forma efímera por algunos portales. No hubo marchas. No fue la nota central de los noticieros. Fue otra víctima silenciosa de la violencia que sufren las personas en situación de pobreza. ¿Y si hubiera robado? Algunos, atravesados por los discursos punitivitas y violentos, hablarían de “Justicia por mano propia”, legitimarían el asesinato y asociarían la violencia a la justicia.

Estamos frente a miradas aporofóbicas que recorren nuestra sociedad y naturalizan el miedo y rechazo a las personas en situación de pobreza. Estos discursos racistas colocan a determinados colectivos en el lugar de subhumanos. Establecen una jerarquía en la sociedad, en la que no todos y todas podemos ejercer nuestros derechos de la misma manera.

Los medios de comunicación que ocupan posiciones dominantes reproducen, profundizan y retroalimentan las inequidades: prevalecen determinadas perspectivas de clase, con comentaristas mayormente varones y con noticias situadas en la Ciudad de Buenos Aires.

Paralelamente, los pueblos originarios, las personas migrantes de los países limítrofes y las personas en situación de pobreza tienden a ser invisibilizadas en la agenda mediática. No tienen voz propia. Estos sectores populares cobran visibilidad para ser asociados con situaciones de violencia, para responsabilizarlos de los conflictos, para colocarlos en el lugar de ese “otro” peligroso.

Según el sociólogo Ramón Grosfoguel, estamos atravesados por estructuras epistémicas racistas/sexistas creadas por los genocidios/epistemicidios que ocurrieron en nuestra historia. Tales estructuras de conocimiento eurocéntricas se volvieron parte del “sentido común”.

Las mismas categorías de conocimiento descritas por Grosfoguel, que no dejan de ser relaciones de poder, se “normalizan” y se fortalecen en los discursos mediáticos.

En ese sentido, los sectores privilegiados y que responden a las miradas hegemónicas tendrán más facilidad para exponer sus puntos de vista. Los medios de comunicación dominantes y los operadores de las plataformas digitales terminan funcionando como aparatos ideológicos que sostienen la desigualdad.

En la misma línea de pensamiento, las organizaciones de los trabajadores y trabajadoras también son estigmatizadas. Según el Observatorio de Prácticas Comunicacionales e Informativas sobre Organizaciones Sindicales de la Defensoría del Público en las agendas informativas prevalecen calificaciones positivas referidas a representantes del sector empleador y negativas referidas a organizaciones sindicales. El informe señala que “Las construcciones negativas de la práctica sindical y de sus representantes se realizan a través de dos operaciones centrales que, a su vez, están relacionadas entre sí: la criminalización y la estigmatización”.

Grosfoguel señala que se debe “cambiar la geografía de la razón o la geopolítica del conocimiento como ejercicio epistémico para ver cómo se vería el mismo sistema-mundo si, en lugar de asumir la posición estructural de un hombre europeo, asumimos la posición estructural de una mujer indígena en las Américas”.

El desafío también se aplica a nuestras formas de comunicarnos. Se requiere dejar de mirar, informar y problematizar la realidad desde los sectores privilegiados, para asumir las perspectivas de las mayorías históricamente silenciadas. Políticas públicas que fortalezcan los medios comunitarios, alternativos y de pueblos originarios. Pensarnos y comunicarnos desde otras categorías nos invitaría a construir una sociedad profundamente más justa y equitativa.

* Licenciado en Comunicación Social UNLZ. Especialista en Comunicación y Culturas UNCO. Profesor de la Universidad Nacional de Río Negro.