Entre las tantas cosas que perdimos, y que olvidamos enseguida luego de perderlas y por eso ya no notamos su ausencia, está o estaba la imaginación en la literatura. Ese tesoro se fue por algún desagüe, ahuyentado por una crítica normativa que clama por realismo, haciéndose eco del largamente muerto Lukács; la pereza hizo el resto. Hace poco, más exactamente en febrero, un poeta sorprendió como revelación al público de Buenos Aires que se congregaba en el festival Poesía Ya. No era un poeta joven. Es más: cargaba sobre sus hombros flacos un pasado casi mítico de cineasta en Roma, gestor y periodista cultural en Santa Fe, bailarín aficionado a donde lo inviten y autor de libros premiados en cuento y novela, tanto para público juvenil como adulto. Enrique Butti, que de él estamos hablando, escribe con humor y con imaginación. Nació y vive en Santa Fe, donde ha publicado un nuevo libro: Cuentos con y sin pintores (Palabrava).

Cuentos con y sin pintores se divide en dos secciones: "Cuentos con pintores" y "Cuentos sin pintores". La preposición "con", usada de esa forma, era común en los títulos de obras de arte de otros tiempos; designaba el contenido inesperado en la obra de género. Son pintores -es decir, artistas a la antigua- quienes protagonizan la primera sección. La comedia de Butti se nutre de toda una tradición de comedia italiana que se remonta al Decamerón, de Bocaccio. Provoca risa y regocijo desde la picaresca, el disparate, el grotesco, el erotismo, la sátira de costumbres y para causar más gracia aún, sazona los relatos con ingredientes sobrenaturales o de realismo fantástico. Sus antiheroicos personajes suelen oficiar como actores improvisados que en su afán de dañar o de ayudar al prójimo se montan sus propias comedias en el interior del cuento.

De modo que no solo es imaginativo Butti, sino sus personajes. La imaginación se hace extensiva al uso del lenguaje y de las referencias. Soltar la carcajada ante estas páginas requiere, y valga la advertencia, cierto saber previo. Se disfrutan mucho más si se está al tanto del ambiente provinciano en que las ambienta. Si bien son ficciones disparatadas que no podrían -por lo inverosímil- tener un modelo exacto en la realidad, los pecados de sus personajes -entre los cuales la vanidad es el principal- son bien reales. El ego del artista se presenta aquí como un mal que para los demás (lectores incluidos) es preciso padecer antes de gozar, al fin, de la venganza. La perversión retorcida del vengador se halla a la altura de lo más carnavalesco de Poe, pero sin su tragedia. Nadie muere del todo en estos cuentos: se pervive y reviene en manchas de humedad, chismes, obras supuestamente maestras que van a parar al carro del botellero. El entorno devalúa el arte y a los artistas en forma despiadada y Butti nos hace reír de esa crueldad excesiva para con una clase de objetos que se fantasea divinos. Si Oscar Wilde hubiera seguido escribiendo comedias en la cárcel, sumando un sabor amargo a su ironía y sin perder un ápice de elegancia, habría escrito así. Artes olvidadas como la de la invectiva, que tantas páginas llenó de esgrima entre colegas, son hermosamente parodiadas aquí.

"Era rencorosa. Se creía que yo rivalizaba con el hermano que se la pasaba copiando los cuadraditos de tela de un tal Mondrian. Por favor...". Así habla Osvaldito, viudo reciente, envenenado con su mujer y su yerno. En una proeza de narrador no confiable, el pintor ensalza su propio gusto y el autor logra que imaginemos un montón de adefesios: "la muñeca española haciendo equilibrio en la columna corintia"; "un paisaje isleño con la perspectiva del agua que se te venía encima". El narrador, un lobo con piel de cordero, lo escucha y cree ver visiones de su suicidio, en una imagen morbosa que le recuerda a Frida Kahlo:  "Busqué en la mente el nombre de una mexicana que se mostraba con ortopedias y sangrías, pero esta vez el fósforo no respondió y no pude lucirme". No espoilearemos el final de "El relojeado", el primer cuento. El segundo, el muy barroco y preciosista "La ciudad de los templos", parece una parodia de "Las mil y una noches".  

Lo fantástico irrumpirá entre el tedio en la redacción de un diario en "Vanagloria", donde unos críticos literarios con ambiciones trasnochadas de novelistas exitosos se burlan de un tal Sotelo, mejor escritor que ellos, miembros todos de "esas asociaciones literarias enemigas e igualmente inútiles y pomposas, con sus patriarcas y solteronas y mausoleos y adolescentes rebeldes, que para armar cada año sus comisiones directivas tenían que recorrer la ciudad recolectando desquiciados que se consideraban escritores porque en el diario le habíamos publicado alguna carta quejosa o algún poema de efemérides". Los poderes mágicos ocultos de uno de los críticos lo llevarán a la gloria.

"Triángulo amoroso con perro" constituye un cuento erótico de excelencia sin dejar de ser un cuento cómico, con elementos grotescos. "Las artes plásticas en los albores del siglo XXI" deleita con citas de Lope de Vega y Apollinaire, en un drama sobrenatural y satírico donde los galeristas reniegan con los nuevos ricos del mercado local: "Cuando pienso que antes, para venderles a estos petits arrivés un cuadro había que regatear como regatean con sus toneladas de maíz o soja...". La solución, también, es mágica.

Una bella casadera evangelista, la ternura del primer poema de amor, la triste historia de una familia dividida de inmigrantes y sus "Tesoros"; una supuestamente terapéutica "Asociación holística" que suena a "Asociación ilícita" y otra vuelta de tuerca sobre el tema del doble completan los "Cuentos sin pintores", pero con no menos creativos personajes. Enrique Butti también es autor de las novelas Aiaiay (1986), Carnavalito (1996), Indí (1998) y El Novio (2008) y los libros de cuentos Solfeo (1993) y La daga latente (Premio Fondo Nacional de las Artes, 2006) y de obras de teatro y novelas de aventuras, como La fruta de la perdición, Espina de diamantes, No me digan que no, El Fantasma del Teatro Municipal, Sin cabeza y encapuchados y Cada casa, un mundo.