Hay que pensar en una nena mirando las estrellas con su mamá. La nena absorve algunos conceptos básicos que la dejan ensoñada: que las estrellas están lejísimo, que lo que vemos es la luz que emitieron hace miles o decenas de miles o millones de años. La mamá es astrónoma aficionada, el papá un físico químico de la época heroica de YPF, un constructor de infraestructura que le enseña el valor del conocimiento. De chiquita, la nena declara que va a ser científica.
Y lo cumple, porque Norma Sánchez es ahora un nombre internacional en la astrofísica que vive más en París que otra cosa pero sigue teniendo casa en Ensenada, donde nació e hizo toda su educación hasta llegar a la Universidad Nacional de La Plata, donde se puso a estudiar astronomía y física. Terminó física porque "la astronomía es muy empírica" y ella ya le tironeaba ese enorme berenjenal que es la teoría. Se doctoró en 1975, junto a su marido Héctor de Vega que nunca pudo ir a retirar su medalla de oro: eran los tiempos en que la Triple A y la Corriente Nacionalista Universitaria andaba matando académicos.
La pareja tenía contactos en varios países, particularmente en Estados Unidos porque "la información viaja por los meridianos, nunca por los paralelos", pero se decidieron por Francia "por todo lo que significaba Francia en esa época". Sánchez comenzó en el Consejo Nacional de Investigación Científica, el prestigioso CNRS, del que hoy es directora de investigación, y en cuatro años logró algo que en general tomaba ocho, el Doctorado de Estado. En 1991, fundó la Escuela Internacional de Astrofísica Daniel Chalonge-Héctor de Vega, entre cuyos asociados ya lleva cuatro premios Nobel de Física. También se dio alguna vuelta por el CERN en Suiza y al Observatoire de París.
Pero si uno le anda preguntando, la doctora Sánchez se va a sonreír, va a agitar la mano donde lleva un hermoso reloj, mínimo y ruso, que le regaló su abuela y va a decir algo como que ella trabaja con una birome, un papelito y una computadora cualquiera. Como si teorizar sobre el origen y los resortes ocultos del mismo universo fuera una pavada...
El origen de todo
"Es algo que me preguntaba de pequeña, de dónde viene todo. Son problemas que están en la frontera del conocimiento y tratamos de resolverlos, los que vemos grandes. Para eso hay que salirse de la zona de confort, de los clubes y las comunidades, los lugares donde ya te conocen y saben qué hacés. Pero ir a competir afuera, salir de la superespecialización en una longitud de onda o un mecanismo, es difícil. Pero a mí siempre me interesó la visión del todo, aunque es lo más exigente".
Cuando empezó con los "aujeros negros", como dice bien criolla, la doctora se encontró con que los franceses encontraban el tema académico y nada más, algo no observable. "Pero mi papá siempre me decía que tuviera una usina propia, una mente independientes, para no estar a la sombra de nadie. Entonces empiezo a ver qué hay publicado y a descartar lo que no aporta, y descubro una publicación de Stephen Hawking, que en esos tiempos no era famoso como es hoy".
Sánchez terminó no sólo desarrollando la tesis del inglés, sino que la corrigió. La historia comienza con la tesis del doctorado de Estado, que le envía a Hawking. En esa época era todo por correo, con cartas de recomendación y un silencio desde Cambridge que se rompe sólo con una llamada. El 9 de mayo de 1979, Sánchez llega a la venerable universidad, llega a las oficinas de Hawking, la hacen pasar y le piden que espere al demorado profesor. "Tenía mi tesis sobre el escritorio". Hawking todavía podía hablar, aunque ya con dificultad, y le explicó que le había gustado su tesis y la invitó a dar un seminario sobre su trabajo al día siguiente.
Lo que quedó en claro es que la argentina había ido más allá y que al inglés le gustaba para dónde estaba yendo. La invitaron a un congreso en Trieste, donde terminó debatiendo con Hawking sobre su tesis de que la "información" de un agujero negro se pierde totalmente cuando éste muere o se degrada. "Usted está extrapolando desde la teoría cuántica, pero la teoría está incompleta... Cuando se complete, va a haber que la información no se pierde completamente". Hawking, "tal vez enamorado de sus teorías como le pasa a tantos", pensaba que el final del agujero negro era una explosión que todo destruía.
Pero resulta que lo que hace un agujero negro es ir achicándose y emitiendo calor, "y la temperatura es inversamente proporcional a la masa, con lo que cada vez se calienta más". El proceso se acelera, el agujero se achica y se calienta... pero no explota. En 1999, Sánchez publica lo que puede llamarse el capítulo específico de lo que para ella es una teoría del todo. Atacando el problema desde la teoría de las cuerdas, afirmando que el agujero negro llega a "una masa límite, pequeña y crítica, cuando se transforma en una partícula compuesta, pesada en comparación a otras, y que sigue emitiendo pero no ya calor sino gravitones y radiación". En 2005, Hawking anunció que Sánchez tenía razón.
La trilogía
En 2019, la doctora publica una trilogía de papers para unificar la teoría de Einstein de la gravedad con la cuántica, la del nivel microscópico, particular. "En los intentos de lograr esto, explicar la gravedad, siempre se partía de aplicarle al modelo clásico de Einstein el método de cuantificación que se aplica al espectro electromagnético. Yo misma estaba en eso, hasta que me dí cuenta que no andaba ni con la teoría de las cuerdas. Lo que hice fue no empezar por la gravedad, sino por la teoría cuántica, que engloba todo, todo, hasta a nosotros mismos".
"Había que extender la teoría porque se llega a un punto en el que el modelo necesita la gravedad para describir el fenómeno. La gravedad es fundamental. Empecé por la teoría cuántica, volví a los padres fundadores y extendí su trabajo rumbo a la gravedad. Esto me lleva a la trilogía, una nueva etapa de la teoría del universo, ir más allá de la inflación cósmica, la radiación de fondo. Los papers tuvieron mucho eco en mi mundo profesional".
Y, con una enorme satisfacción, la doctora cuenta que acaba de escribir un cuarto paper aquí mismo en Ensenada, provincia de Buenos Aires, con la satisfacción extra de que se origine en su pago chico. Lo escribió en la casa de sus padres, donde conserva muebles, un Mercedes Benz clásico que duerme bajo una lona y un regalo de los que le gustan a cualquiera, un banco de su escuela primaria que le regaló el gobierno de su provincia.
Sánchez tiene muy desarrollado el arte de hablar con claridad sobre temas increíblemente abstractos. Dio una charla en el parque de la Estación en La Plata que dejó al público pensando que entendía algo nuevo, y el martes habló en la Universidad Nacional de Avellaneda ante estudiantes y profesores.
Pero no le diga nada de que su nombre suena y suena para el Nobel.