Un autorretrato implica abrir el cuerpo y dejar que el espíritu ande solo. Romper la carne y realizar una autopsia pública, ceremoniosa, ritual y osada. El autorretrato puede ser un género agónico porque obliga a mirarse como si unx no se reconociera, a contar la propia vida bajo un efecto de síntesis.

Cuando lo que tiene lugar es una serie de autorretratos que suceden en loop, a partir de una suma de videos de artistas de las artes escénicas, la música y la plástica, se genera un relato que permite pensar la dinámica del autorretrato como una estética demasiado asimilada, una instancia común en una época de redes sociales. Si el título de esta muestra, Vampiros … y mañana? sugiere una posición gótica y fantástica, una resolución que no tiene por qué medirse en los términos del estricto realismo, entendemos que el concepto de autorretrato es sometido a un proceso desafiante y crítico, a un impulso fantasmal que llama a entender la vida desde una dimensión donde el tiempo es pura construcción.

Para el colectivo Entresuturas (integrado por Valeria Budasoff, Myriam Jawerbaum y Viviana Romay) una mujer que camina por la calle con un vestido blanco (a la que siempre vemos de espalda) encarna los nombres de todas las mujeres. El retrato es colectivo, en ella habitan una sucesión de nombres.

La propuesta de Maricel Álvarez se centra en el rostro, casi en un diálogo conflictivo o complementario con el dispositivo anterior. El rostro, en palabras de Emmanuel Lévinas (el filósofo lituano que inspiró el trabajo de la actriz) es lo que no se puede matar. En silencio, las dimensiones de esa cara, sus gestos mínimos, nos permiten acceder a una interioridad precisa. Una lágrima, una leve sonrisa adquieren un valor metafísico. El rostro puede ser también una totalidad, el punto de condensación de todas las posibilidades. El lugar del cuerpo de mayor exposición que se ofrece al espacio de lo social aquí está sacralizado, aislado como materia de observación microscópica.

Para Mayra Bonard el autorretrato es un instante de puro presente. La bailarina parte de un drama inmediato, de un conflicto que la transforma. Aquí hay un cuerpo completo, contado desde la sinceridad más contundente. No hay nada de ese cuerpo que no se sepa. Se lo ve desnudo, se relatan algunos padecimientos del orden de lo fisiológico. Bonard está herida pero la línea narrativa se expone con una inteligencia cautelosa. El pasado, lo que desea y ama, lo que ya no tiene, lo que sabe, marcan una discontinuidad. Lo que viene después tendrá otro escenario, no ya esa casa luminosa donde ella emerge de una pileta manchada de flores y hojas.

Victoria Pagani hace del autorretrato algo monstruoso, una mutación desde las formas robóticas, casi desde una lejanía. Retrato kafkiano de una cabeza hecha de resina. En un contraste no buscado, Agustina Sario va hacia la naturaleza. El rostro pintado como en un devenir salvaje mientras las voces de sus hijos en off se preguntan de dónde surgió la primera madre. Aquí la idea de simultaneidad, de mundos yuxtapuestos, se expresa en algunos test que la bailarina utiliza como preguntas, datos clasificatorios sobre sí misma, una forma de desmembrarse como si se convirtiera en su propio material de análisis. La imagen donde se la ve desnuda y su cuerpo recibe un chorro de arena, como si se hubiera convertido en uno de esos relojes que se vacían y se dan vuelta, funciona como una síntesis poética de ese entorno demandante al que ella le responde con una danza siempre en tensión, con un cuerpo tironeado pero que se las ingenia para seguir bailando.

Como el concepto de autorretrato también puede propiciar las variantes de la ficción, Pablo Rotemberg deambula en un montaje vertiginoso, en una sucesión de planos rápidos con un personaje alocado salido del infierno. Como un yegua del apocalipsis establece un cántico donde señala lo que no tiene “no tengo gramática, ni sintaxis, no puedo armar una frase”, la pura negatividad de ese ser errático, que podría ser el maestro de ceremonia de la película Cabaret como la protagonista de Sunset Boulevard, es una parodia de la acción misma de autorretratarse, ruptura con la noción que lo encuadra, risa volcánica sobre sí mismo.

La muestra Vampiros … y mañana? puede visitarse de miércoles a sábados de 16 a 20 en la Fundación Cazadores