“Hay un lugar entre las torres modernas de concreto. Que nadie quede afuera, debería ser un decreto”, Sara Hebe
¿Conseguiste alquiler? ¿cuándo se te vence el contrato? ¿ya te aumentaron? ¿cómo lo vas a pagar?, son algunas de las preguntas que circulan durante una sobremesa con amigues. De 6 personas dos buscan alquiler para junio y julio, por ahora sin éxito o a precios inalcanzables, entre 60 y 90 mil pesos un monoambiente, otre esta sin gas hace 3 meses y la administración le sigue cobrando más de 20 mil pesos de expensas, une se mudó a una casa comunitaria, convive con cuatro personas y tienen un contrato de comodato porque la propiedad está a la venta y otrxs dos deben afrontar un aumento cercano al 96% en mayo. La charla por la búsqueda de alquiler es protagonista entre preocupaciones y proyecciones de una vida fuera de la ciudad. Comprar un terreno, envejecer juntes ¿mientras tanto?, incertidumbre, falta de presupuesto, búsquedas de meses, precios por encima del salario, requisitos inaccesibles de las inmobiliarias y otras trabas que provocan ansiedad, miedo, tristeza, desesperación y también risas cuando alguien comenta “una lloradita y a seguir”.
Las complicaciones se profundizan para mujeres, lesbianas, travestis, trans, si tenés hijes, si convivís con animales, sos migrante o una persona con discapacidad. Las estrategias de búsqueda van desde hacer flyers para subir a redes, mensaje spam por whatsapp, visitas a inmobiliarias, las mil páginas que hay en internet, hasta el boca en boca: comentar en todos lados y todo el tiempo "me tengo que mudar".
Lo personal es político, las historias individuales reflejan un malestar colectivo que pone en el centro una disputa de intereses políticos y económicos, en el que el acceso a la vivienda es visto, por quiénes gobiernan, como una inversión más no como un derecho. En ese embrollo de emociones que genera mudarse, las dificultades hacen que ya casi no importe el barrio, se busca precio, cercanía al transporte, a plazas y el deseo de una terraza, un patio, balcón o al menos una ventana para ver el cielo y que entre luz. Las conversaciones sobre la falta de vivienda trascienden los encuentros sociales, te topas con ellas en el trabajo, en el transporte público y en los medios de comunicación. En esta crónica, conversamos con porteñas, jefas de hogar, trabajadoras independientes, comunitarias y jubiladas que buscan alquiler, narran en sus experiencias la crueldad del negocio inmobiliario en connivencia con un Gobierno local que prioriza la actividad privada sobre el acceso a la vivienda digna.
La odisea de encontrar casa
Alquilar en la Ciudad de Buenos Aires es un trabajo para el que no sólo se necesita mucho tiempo, sino dinero o un capital simbólico que te acerque a propietarixs. Para quiénes carecen de esas “ventajas”, es una travesía estresante. Desde que se aprobó la nueva ley de alquileres, rechazada por gran parte de las organizaciones de inquilinos, los valores están atados a la inflación. El método de ajuste se apoya en el Índice de Contratos de Locación (ICL) que regula el Banco Central y las previsiones de inflación y remuneración promedio. Es por eso que hablamos de subas anuales que no bajan del 80/90 y hasta 100%, una suma que difícilmente se ve reflejada en el salario. Esto para quiénes cuentan con un contrato, sin embargo
el 50% de les inquilines del AMBA carece de contrato escrito y más del 60% asume aumentos por fuera de la ley, datos de la encuesta
“La situación de los hogares inquilinos en el AMBA”realizada por organizaciones como la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ), el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), el Centro de Estudios Urbanos y Regionales (CEUR/CONICET) entre otras.
“Es imposible, te piden garantía de propietario, un mes adelantado, en una inmobiliaria me pidieron tener tres recibos de sueldo, no tengo ni uno”, cuenta Micaela que vive en Constitución con sus tres hijes y es trabajadora de comedores comunitarios. Está buscando alquiler hace casi un año, durante la pandemia sufrió un desalojo en un Hotel Familiar y a partir de ahí circuló por casas de conocides que la sostuvieron esos meses de angustia y sus compañerxs de militancia que le brindaron trabajo. Hoy vive en un Hostel, una alternativa que encontró para que sus hijxs estén cerca de la escuela y ella de su trabajo “no tengo contrato y todo el tiempo estoy pensando en qué momento me van a decir que me vaya”. Paga 55 mil pesos por una habitación grande con baño y cocina compartida. Dividió el ambiente con unos muebles para que tanto ella como les niñes puedan tener intimidad.
La tarde que charlamos tuvo una jornada larga en Balvanera llevando viandas a personas en situación de calle, también realiza tareas en un comedor y un merendero, esa tarde va a descansar su plan es “quedarse en casa”. Ser trabajadora comunitaria y madre soltera, es una traba para las inmobiliarias “ya me da vergüenza, me preguntan si tengo pareja o me juzgan por mi empleo, estoy cansada de dar explicaciones”, comenta harta.
El PRO gobierna la Ciudad de Buenos Aires desde 2007, casi 16 años de una gestión que pone en el centro los negocios privados, desplaza a las clases populares a la periferia bajo el nombre de “urbanización” y prioriza el mercado inmobiliario por sobre lxs inquilinxs. Hace unas semanas, Larreta, uno de los precandidatos a presidentes de Juntos por que lleva 8 años en la gestión porteña, anunció una serie de medidas a las que llamó beneficios para alquilar. En la conferencia de prensa el actual Jefe de Gobierno, dejó en claro que busca que lxs jóvenes se independicen, ya lo vimos con discursos similares cuando ofrecían pasantías, que eran mano de obra barata para adolescentes de escuelas de la Ciudad. En esta oportunidad el precandidato no dice nada que no sepamos: la plata no alcanza, la inflación es desmedida y el tema que inquieta a “los vecinos” es que no llegan a pagar el alquiler. Ante ese panorama el alivio que propone es más endeudamiento. Políticas públicas que ponen la responsabilidad de la situación de crisis sobre lxs ciudadanxs. Más del 63% de les inquilines ya está endeudado, preocupa que un Estado funcione de manera usurera, como un Banco que ofrece créditos para pagar la tarjeta de crédito y así iniciar un círculo vicioso interminable. Incluso, según la encuesta citada anteriormente, los hogares sostenidos por mujeres se encuentran en una peor situación financiera que los sostenidos por varones. Están más atrasados tanto en el pago de impuestos y servicios como de tarjetas de crédito, fiado en comercios, préstamos bancarios e informales.
Cansancio, desesperación, incertidumbre y miedo son algunas de las sensaciones que lxs entrevistados manifiestan sobre la situación habitacional. “Ya me pasó de estar en la calle, buscar y no encontrar, te cobran más por tener hijxs y en los hoteles familiares hay muchos requisitos como las visitas, que lxs niñxs no hagan ruido, no tener animales, casi siempre es un mismo dueño que tiene dos o tres hoteles y trabajan así con el amparo del gobierno”, critica Micaela.
¿Cómo se paga el alquiler?
El pago del alquiler se lleva una porción cada vez más grande de los ingresos mensuales, así lo aseguran lxs entrevistadxs y lo reafirman las encuestas: más de la mitad del salario está destinado a la renta. “Es imposible proyectar para quiénes somos trabajadores independientes y alquilamos a través de inmobiliaria, con los valores que se manejan y los aumentos desproporcionados respecto a nuestros ingresos”, dice María Eugenia que es profesora de yoga y trabaja de manera independiente, da clases en la casa en la que vive hace 5 años.
María Eugenia tiene dos hijos y hace unos meses el propietario le avisó que quiere vender la propiedad, desde ese entonces busca con urgencia, aún sin suerte. Mientras tanto recibe visitas de personas interesadas en comprar la casa que desfilan por el PH en el tetris de horarios que va organizando entre clases, actividades de sus hijes e imprevistos. Está buscando alquiler hace meses pero no logra conseguir una vivienda con los requisitos para que ella y sus hijes estén cómodxs, por el barrio o alguno cercano para no alejarse de la escuela, sus actividades y alumnos.
Vive en Colegiales y en estos años consiguió organizar trabajo y logística familiar por la zona, también hizo red con otrxs vecinos del barrio, es por eso que le genera mucha incertidumbre lo que pueda pasar si se cambia de barrio. En ese sentido, mudarse constantemente atenta contra la construcción de comunidad y por ende de la organización que pueda generarse en el barrio. “Desgasta desarmar una casa para volver a armar otra sin saber si vas a poder estar más de dos o 3 años”, reflexiona.
“Todos los días, todo el tiempo pienso en el alquiler”, protesta Carina Fernandez, colombiana, profesora de danza y empleada en una empresa como telemarketer. Destina casi todo el sueldo en alquilar, más ahora que tuvo que mudarse sola porque se serparó. Agradece que unxs amigxs le facilitaron una vivienda de forma temporal. “Es difícil proyectar a futuro cuando se está cambiando de vivienda una o dos veces por año. Antes podía ahorrar, ahora es imposible”.
“A penas cobro lo primero que pago es el alquiler, eso me da tranquilidad. Después con los chicos solemos comer en comedores. También hago changas para poder llegar a fin de mes”, expresa Micaela que se levanta temprano para preparar a sus hijxs para la escuela, lxs acompaña hasta la avenida y van caminando.
Una Buenos Aires xenófoba
Carina vive hace 12 años en Buenos Aires y desde el primer día se dió cuenta que ser migrante iba a ser un obstáculo en la búsqueda de alquiler. En primer lugar por uno de los requisitos: tener garantía de CABA, por otro lado la discriminación constante que recibe desde inmobiliarias y propietarios por ser de Colombia. “Me di cuenta que te cobran más por ser extranjero, el momento más complicado es cuando recién llegás que no conocés mucha gente, tampoco tenés recibo de sueldo o trabajo formal y en muchos casos te faltan papeles”, dice. En estos meses de búsqueda se encontró con anuncios que directamente decían: se aceptan solo argentinxs, “la xenofobia se siente mucho acá, no solo si sos de otro país, inclusive hay mucha gente de capital que te discriminan si sos del conurbano, eso se traslada a los propietarios”, lamenta.
Carina nota una marcada diferencia entre el mandato de Cristina, en el que dentro de todo podía mantenerse bien, y los años de macrismo, cuando tuvo que pedir un préstamo al banco que todavía está pagando. “De un momento a otro subieron muchísimo las expensas y era eso o no comer. En ese entonces elegía desayuno o almuerzo. Ahora volví a una situación similar, me organizo para comprar por mayor para que me dure mucho tiempo”, cuenta.
¿Qué pasa en las villas?
Más de la mitad de los hogares inquilinos del AMBA se encuentran hacinados, es decir, en una vivienda demasiado chica para la cantidad de personas que viven allí, y casi un tercio registra más de tres personas por ambiente.
Las vecinas consultadas transmiten desesperación y cansancio, nadie les quiere alquilar, menos si conviven con niñes, además el requisito de recibo de sueldo y la garantía las excluye definitivamente.
Pamela, vive en el Barrio Mujica, ex Villa 31, cuenta que a los 18 comenzó una búsqueda que duró casi un año “me pedían muchos requisitos, un mes adelantado, garantía, un aval y por lugares que ni siquiera cumplen con condiciones dignas de vivienda”. Una problemática es el miedo de lxs propietarios a las tomas, con ese fundamento no alquilan sumado a que las casas en alquiler o habitaciones, suelen estar en mal estado, son inseguras para los niños o te obliga a vivir hacinados.
“Volví de Paraguay hace dos meses y no encuentro casa”, comienza Maricela que tiene 36 años y es madre de 5 hijos, vive en villa 20. Una conocida la hospeda mientras camina el barrio para conseguir alquiler, explica que cuando dice que tiene 5 hijos miran para un costado o ponen excusas. M. sufrió violencia de género y hace tres años que se ocupa de las tareas de cuidado tanto en su casa, con la crianza de sus hijxs y en su trabajo de cocinera comunitaria. “El espacio en el que estoy es muy pequeño y varias veces tengo que mandar a mis hijxs mas grandes a la casa de amiguitxs para que duerman”, relata que sumada a estas preocupaciones la semana pasada encontró un lugar, sin embargo el propietario le dijo que para alquilarle tenia que tener relaciones con él, ese día volvió a su casa muy cansada y enojada, no sabe cuándo terminará la búsqueda.
N. describe su búsqueda como “caótica”, la quisieron estafar varias veces y de muchas maneras: pidiendo adelantos, citándola en lugares donde no había nadie “una vez un hombre me mandó fotos íntimas sin mi consentimiento, me acosó”. Vive en Fátima, Villa Soldati, estas semanas decidió frenar un poco y apostar por el boca en boca a ver si funciona.
“Soy mamá soltera con tres hijos, hace meses que estoy buscando alquiler pero es imposible, nadie te alquila siendo soltera porque creen que no les vas a pagar”, dice S. de Zavaleta. Su situación es similar a la de muchas madres, el padre de les niñes no pasa la cuota alimentaria y debe con un salario sostener el cuidado de 4 personas. A esto que suma que mientras busca esta habitando una casa en la que no están cómodxs, eso urge la búsqueda y la estresa al punto de no poder dormir.
Los desalojos fueron una práctica repetida en los barrios porteños durante la pandemia. F. una vecina de Rodrigo Bueno, vive con una beba, perro y gato, fue víctima de esa práctica que dejó en la calle a muchas personas. Hace poco consiguió cobrar un subsidio habitacional que otorga el Gobiernos de la Ciudad de Buenos Aires, son 15 mil pesos mensuales, una falsa solución, un número risueño dentro del mercado inmobiliario. “Estoy muy cansada, seguimos esperando una respuesta sobre la urbanización del barrio”, reclama.
“Siempre fue una problemática el alquiler para nosotras, más por ser chicas y señoras trans, en mi caso soy señora porque voy para los 60 años”, dice riendo Thamara Martinez, que hoy vive en Barrio Mujica (ex Villa 31) después de pasar por muchos barrios porteños, también en provincia “fui saltando en alquiler”, manifiesta. Thamara asegura que le suelen cobrar más por los prejuicios sobre su identidad y sus formas de vida, hoy el escenario es más complejo por la falta de empleo. Lo que es una “percepción” según ella, tiene datos concretos que lo sustentan: el 16% de lxs inquilinos asegura que a la hora de buscar alquiler fue discriminadx por su género, preferencias sexuales, cultura o país de origen. Entre las poblaciones más afectadas por estas situaciones están los hogares con personas a cargo, con jefaturas migrantes, mujeres o población LGBTI+.
Thamara se quedó en la 31 una vez que encontró un precio que le cerraba, primero estuvo en una pieza que describe “de dos por dos”. Más tarde, quedó a cargo de su nieto de 8 años y se vió obligada a averiguar por un ambiente más grande. La historia se repite, muchos propietarixs la rechazaban por convivir con un niño, “hace un año mi vida cambió y para mí lo principal es poder alimentar bien a mi nieto y darle lo que necesita. Apenas cobro la asignación que me corresponde pago parte del alquiler, más el crédito habitacional y las changas que consigo trato de salir adelante”, afirma. Además participa de la casa de la Diversidad Trans Villera, un espacio de contención y respaldo emocional que se volvió clave en su paso por la 31.
¿El contrato? Bien, gracias.
¿Te imaginás vivir 30 años en un departamento y que de un momento a otro te digan que te tenes que ir? Es el caso de Beba, jubilada, licenciada en Letras y docente, que vive en un edificio del viejo Recoleta desde los 50, se casó, tuvo hijes, acompañó la enfermedad de su marido durante la pandemia, entre muchas otras tareas de cuidado a las que dedicó su vida. A principio de año le anunciaron que debía irse.
Hay vecinos y vecinas que sospechan que quieren demoler el inmueble para construir unas torres, son hipótesis dada la falta de respuestas por parte de la administración que envió un mail anunciando que no iban a renovar, además de reclamar los alquileres y expensas adeudadas. Beba intenta hace meses comunicarse con la cara visible de la administración, pero no lo consigue, el mail estaba firmado por “un empleado de segunda línea”. Para ella es inaudito porque lo conoce hace muchos años, de hecho cuando se les cayó la garantía les permitieron continuar con el contrato.
Actualmente paga casi 70 mil pesos de alquiler, de los cuáles 32 corresponden a las expensas, no tiene contrato porque durante la pandemia “se complicó” y le propusieron acordar de palabra, ella confió por los años que hace que vive allí. “Hay gente que debe hasta 500 mil pesos de expensas”, reconoce Beba que trabajó toda su vida de docente en Río Negro. Hoy vende productos de Just y hace algunas correcciones académicas para no estar ajustada a fin de mes.
Está asustada y junto a su hija están buscando asesoramiento, sabe que la situación habitacional en la Ciudad es compleja, más para personas mayores que sobreviven con la jubilación. “No me imagino viviendo en otro lado, toda mi vida está acá, mis cosas, los recuerdos, tampoco sé cuánto me van a cobrar un nuevo alquiler con aumentos del 100%”, comenta y agrega que siempre tuvieron el sueño de tener una vivienda propia pero nunca lograron acceder a un crédito.
El sueño del techo propio se volvió inalcanzable, no obstante el reclamo por una ley de alquileres que esté del lado de inquilinos e inquilinas para que los requisitos no sean desopilantes como los precios, la exigencia de una regulación por parte del Estado para que lo que se paga por mes sea equitativo o que se revea un impuesto para las viviendas ociosas, son algunas salidas posibles. Mientras la especulación inmobiliaria se expande en forma de torres, parques lineales, plazas secas y propiedades destinadas a airbnb, quiénes no podemos acceder a la vivienda propia nos sostenemos construyendo redes, hospedando amigues, pasando datos de casas, habitaciones, facilidades económicas o subsidios, buscando estrategias para la gestión colectiva y creativa del malestar. Como propone Suelly Rolnik en el libro“Esferas de la insurrección”: “No basta con un combate por el poder micropolítico y contra aquellos que lo detentan, se debe librar igualmente un combate por la potencia afirmativa de una micropolítica activa sobre nuestras acciones cotidianas”.