“Desde pequeña quise ser inventora. Tener un taller lleno de trastos en el que construir máquinas extrañas que sirviesen fundamentalmente para prepararme el desayuno. Con esa clase de pájaros en la cabeza crecí (no demasiado), haciendo dibujos en Paint y jugando a Indiana Jones”, reza la bío de Ángela Burón, artista española de treinta y pico que se dedica al diseño de software y, en su tiempo libre, hace fotografías. Imágenes que trastoca de modo tal que acaba reinventando la llamada máquina perfecta: el cuerpo humano; en muchos casos, el suyo propio, que retrata y edita conjurando anatomías imposibles, rematadamente surrealistas.

Contaba Burón a la revista Vice tiempo atrás que el puntapié de estas obras fue una pesadilla: Ángela soñó con una persona con manos en lugar de pies y despertó sudando frío. Quiso replicar este personaje del plano onírico y, al completar la pieza, sintió alivio al instante. De tan catártica la experiencia, continuó la serie; para ella, puramente terapéutica: son obras que la motivan y empoderan al permitirle controlar cómo y cuándo aparecen las extrañas imágenes que configura su mente.

“La meta es traspasar mis propios límites y familiarizarme más con mi cuerpo. Antes de empezar este proyecto, no me sentía cómoda en mi propia piel, pero ahora no solo conozco de pé a pá mi cuerpo sino que lo amo”, subraya la artista, que deja cada obra a libre interpretación de quien mira sus peculiares experimentos anatómicos, donde todo es posible: tetas devienen codos; brazos extras brotan de lugares inusitados; piernas reemplazan la cabeza; hay una boca en la mano… Una distorsión azarosa, inquietante y, por qué no, lúdica, donde el juego lleva a alternativas impensadas.