En 1881 se publicó en Giornale per i bambini, el primer episodio de Le avventure de Pinocchio. La storia di un burattino (La historia de un títere). Compilada luego en libro se convirtió en un clásico de la literatura infantil. Fue la obra que inmortalizó al florentino Carlo Collodi (1826-1890), periodista y narrador que mucho antes de la historia del muñeco-niño había publicado relatos y artículos para adultos. El interés por las narraciones para chicos se verifica en su traducción de los cuentos del francés Charles Perrault y en su serie Gianettino, Minuzzolo y Il viagio per l´Italia di Gianettino. Historias que aluden, en su peculiar formato, al proceso de unificación italiana. Como ha sucedido con otras obras, valga como ejemplo Los viajes de Gulliver del irlandés Johnatan Swift, en clave de novela de aventuras y acudiendo a los relatos maravillosos, se vehiculizan concepciones de sus autores, crítica social y posturas ideológicas. Desde esa perspectiva Collodi habría forjado su Pinocho, lo cual dio lugar a una gran cantidad de interpretaciones teóricas. Las posibilidades de análisis empezando por la entidad del muñeco, los ambientes que habita, los rasgos de otros personajes incluidos los pasajes en que Collodi parece contradecirse, han sido materia de interés para un ensayista cuyos temas habituales hacen que a primera vista, y no sin prejuicio, resulte un poco sorprendente que aborde un texto de este tipo. Sin embargo, a poco que se comienza a transitar su estudio, en el cual recorre minuciosamente toda la saga, muestra la complejidad de un cuento que pone en entredicho la difundida definición de que se trata de una ficción para chicos con moraleja incluida.
La reciente publicación de Giorgio Agamben lleva como subtítulo “Las aventuras de un títere dos veces comentadas y tres veces ilustradas”. Y efectivamente, en el volumen se incluyen ilustraciones, las de Enrico Mazzanti (en el relato por entregas entre 1881 y 1883); las de Carlo Chiostri (en libro y por primera vez en 1901) y los dibujos a color de A. Mussino en 1911. Agamben inicia su ensayo después de dos epígrafes, que no dejan de tener cierto contraste, el primero, del comediante griego Aristófanes del siglo IV a.C., el segundo, de Nietzsche. Esta suerte de diversidad de citas –tanto de autores como de épocas- va a ser una constante en todo el libro. En cuanto a las aventuras “dos veces comentadas”, se suman la de Giorgio Manganelli, Pinocchio: un libro parallelo, de 1977 y la del propio Agamben, que desde luego no deja de aludir a hipótesis de Manganelli, del mismo modo que refiere a varias exégesis –en clave esotérica, religiosa, alquímica- con las que polemiza, así por ejemplo con la interpretación religiosa que enlaza a los personajes del cuento con figuras bíblicas en una suerte de historia de salvación.
Agamben, en su enfoque preciso y minucioso comienza con una palabra que da pie a introducirse en todas esas lecturas: si según Manganelli, cuando en el inicio del cuento ve como errata que se hable de “una noche infernal” en lugar de “invernal”, sea probablemente para evitar interpretaciones esotéricas que un defensor de estas, Elémire Zolla, a su vez remite a la pertenencia de Collodi a la masonería, a partir de lo cual se leen como un conjunto de símbolos desde el nombre mismo del protagonista hasta lo que significarían muchos de los personajes. Para Agamben menos que un relato de iniciación como doctrina secreta para iniciados, Collodi “no aplica doctrinas masónicas” sino que “inventa poéticamente”. Emplaza un espacio que según el autor de Homo Saccer, apelando a Walter Benjamin, puede verse como la iluminación profana “en el cual cuerpo e imaginación se compenetran” y que toma como punto de partida para desencadenar su exposición: “Al igual que la iluminación profana, la imaginación no conoce jerarquías e ignora cándidamente cualquier distinción entre lo sagrado y lo profano, que no hace más que mezclar y confundir.”
Esto va a permitir una suerte de asombrosa expansión de referencias culturales en base a los cuantiosos y tan diversos episodios que integran la historia. Una de las preguntas tiene que ver con ubicar el texto dentro de un género. Si bien Agamben cita elogiosamente a Italo Calvino que lo definió como novela picaresca, va a ir más allá y lo hace porque tiene que ver con atisbar la significación de un relato donde prevaleció por sobre “storia”, la idea de “avventure”, así al examinar los sentidos de la palabra constata que remite “tanto a un evento cuanto la narración que lo transmite”, pero porta también el significado de “destino, suerte fatal” y aun que se personifique en frau Aventure, la niña que quiere contar cosas maravillosas al poeta, con lo cual a su vez es posible relacionar a la misteriosa hada (su condición de muerta y viva, sus transformaciones y sus actitudes positivas o negativas hacia Pinocho). Muy lejos de la imagen convencional del Hada buena que ayuda al muñeco-niño. Del mismo modo los otros y sobre todo los más conocidos personajes, el Grillo, el Gato, el Zorro, Tragafuego, los títeres, el Cazón, etc. sirven –por las relaciones que efectúa Agamben con otros textos de diversa procedencia- a mostrar facetas inesperadas, sorprendentes y agudas precisamente por la minuciosidad con que se detiene en detalles de las andanzas del personaje, sobre todo en cuanto a su propia identidad de títere-muñeco-niño, seguramente el núcleo más importante de toda esta indagación del filósofo italiano que no elude –en particular cuando trata el tema del asno a propósito de las orejas de burro que le crecen a Pinocho, la dimensión del misterio. Asimismo es inevitable considerar el crecimiento o no, desigual, de la nariz de Pinocho.
Por tanto, acudir a las fábulas como las de Esopo, a los filósofos griegos, al cuento de hadas, al folklore, a la novela picaresca, a la Biblia, a los relatos de metamorfosis como El asno de oro de Apuleyo, a historias de elfos y faunos, a la commedia dell arte, a Levy-Strauss, a un bestiario variopinto y aun a los cambios en Pinocho cuando está en tierra y cuando llega al mar; apuntan al tratamiento particular de temas como el bien y el mal, la paternidad, los dilemas y elecciones, la diferencia entre lo fabricado a partir de la naturaleza (la madera) y la condición humana, que van a permanecer separadas. El muñeco es entonces “un vacío, una brecha entre ellas” que se mantiene para nosotros, hasta hoy, como enigma para cuya definición “nos faltan los nombres y continuarán, -¿hasta cuándo aún?- faltándonos.”