El mundo sin ojos

En los momentos más regocijantes de mi infancia siempre estaba mamá. Ella jugaba, me hacía cosquillas y me impulsaba a superarme. Los anteojos culo de botella eran un escarnio. Los pibes no perdonan esas limitaciones. Las pibas tampoco. En mis primeros asaltos no los llevaba, era difícil distinguir entre las chicas y las madres que las custodiaban.

El mundo sin anteojos

Fui uno de los primeros en usar lentes de contacto y la vida se abrió como el Mar Rojo a Moisés. Fútbol, bar, noche y dulces romances.

 

El mundo sin mundial

Mientras el hombre caminaba por la Luna, Cachito Ramírez hundía las esperanzas argentas en la Bombonera. El Mundial era de Pelé y todo quedaba muy lejos.

Luego, por esta aldea vino D10S y nos sacudió con sus goles a Inglaterra: gloria y loor. Antes y después, un par de ángeles derramaron arte, amor y felicidad. El pueblo no olvida y agradece. Vi a los tres en la cancha, soy un privilegiado.

 

El mundo sin Perón

18 meses le dio el cuero desde que Lanusse lo chuzó. Dicen que Perón le ganó la partida de ajedrez. Pero se murió y nos dejó en bolas. Luego vino la noche.

El gorila de Lanusse tenía razón; no toda, pero el cuero no le aguantó. Casi una existencia después, en el aniversario de los primeros 50 años del regreso de Perón, Mario Wainfeld reflexionó: “Si hubiera llegado 10 años antes, este país sería distinto”.

 

El fútbol sin Primera

Cuando nos fuimos al descenso me entristecí mucho. All Boys había coqueteado en el fondo por ocho temporadas. Treinta años después, casi de chiripa, pero heroicamente, volvimos. Estuvimos cuatro abriles con grandes triunfos. Fue muy lindo, pero lo nuestro es el ascenso.

 

El mundo sin Gas del Estado

Fue mi lugar. Allí crecí, aprendí, me desarrollé e incorporé el amor por el servicio público. Cuando me recibí de ingeniero no conseguía laburo y obtuve sendas becas en YPF y en Gas del Estado. Elegí la segunda porque me gustaban los fluidos compresibles.

Fue tan sentida su desaparición (se dividió en 10 empresas), tal el desamparo, que en un intento de ejemplificar, expresé que era semejante a la muerte de mi viejo. Exageré.

 

El mundo sin patria

Me fue muy bien desde que privatizaron Gas del Estado. Conseguí buen laburo, viajé a muchos países, aprendí otras cosas y tuve altos salarios y premios. Pero nunca me consolé. Trabajar en una corporación privada me quedaba largo de mangas. Mi compañera siempre me recuerda que un día entré en casa y le dije: “Yo no soy eso”.

Vivo un exilio interno.

 

El mundo sin mamá

Se fue yendo despacito. Olvidándose algo más todos los días durante veinte años con todos sus días. Papá me llamaba todas las noches y me contaba cada detalle que había extraviado y que él no se olvidaba. Sufría. Ella sufría porque sabía y yo sufría porque ambos sufrían.

En su peor momento me trataba de usted. Por fin gané su respeto, me dije para congelar las lágrimas. Y le cantaba canciones que me tallaron el alma en mi infancia: “Alirón, alirón, el Athletic es campeón”, ella sonreía y bailoteaba con esa misa pagana.

 

El mundo sin papá

No la pasó bien en su ancianidad. A la fragilidad mental de mamá se sumaba su insuficiencia cardíaca. El vasco cabezón no se dejaba ayudar. Era un tipazo.

Mirábamos el partido de Estudiantes y Barcelona en el sanatorio y me volvía a contar los goles de Lángara y cómo el Bilbao le ganaba las ligas a los chulos madrileños y a los avaros catalanes. Yo le contrabandeaba vino cuando no estaba en terapia y nos contábamos chistes.

Me enseñó casi todo. Lo extraño mucho.

 

El mundo sin salud

Cuando me cayó la ficha de su fragilidad, sentí que yo no estaba preparado para algo así y que todo lo que conocía no me servía de nada. Mi pibe enfermo que consumía drogas era algo fuera de escala. La tragedia revoloteó el aire que respiraba. Escalón por escalón la pelota de la vida iba acelerando gravitatoriamente hacia un desastre. Tuve que bordear situaciones límite y conocer ámbitos lúgubres. Asumir solitariamente riesgos y distinguir aquello que podía contribuir respecto de una industria preparada para la expoliación.

Hoy es un hombre sano.

No sé cómo hice, hicimos, para seguir con el resto de la familia, con mi matrimonio, con mi exigente laburo, no decirles a mis viejos enfermos y navegar en esas aguas turbulentas sin ahogarme.

También conocí bella gente que me ayudó, aunque ellos no lo sepan. Los sábados a la tarde mientras lo esperaba de un curso, me emocionaba y me elevaba con el programa de Apo. También recuerdo una reunión en la comunidad en la que estaba internado donde leyó un cuento Ariel Scher, el parroquiano mayor del Bar de los Sábados. Esas y otras luces me mejoraron como persona.

Algún día podré escribir sobre esto con más gala.

 

El mundo sin perros

Cuando murió Uma decidimos no tener más cachorros para no sufrir nuevas pérdidas y poder viajar sin pedir que los cuidaran. Hay tardes que nos pasamos viendo videos de mascotas haciendo travesuras.