Este 26 de abril se cumplieron diez años desde que una horda de policías armados hasta los dientes irrumpió en el predio del emblemático hospital neuropsiquiátrico José Tiburcio Borda para desatar una demencial represión contra pacientes, enfermeros, médicos, psicólogos, terapistas, trabajadores, periodistas, legisladores y cuanta persona se encontrara allí. En el colmo del cinismo, el entonces Jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires Mauricio Macri --de quien dependían las fuerzas de seguridad-- se limitó a decir: ¡Qué locura! El solo devenir de los acontecimientos ha hecho que esta misma persona hace pocos días propusiera ante los dueños de la tierra en la República Argentina: “hay que semidinamitar todo”. O sea: arrastrados por el discurso libertario y el avance de la ultraderecha en el mundo, a los referentes del neoliberalismo ya no les es necesario eufemismos, giros discursivos ni velo alguno con que disimular el ánimo violento y reaccionario que les empuja. Hoy la más beligerante verborrea se pasea exultante con el objetivo de captar la adhesión de una inquietante porción de la sociedad. De esta manera, por rara paradoja, este furioso desvarío que se incorpora al sentido común demuestra la arbitrariedad, el prejuicio y la ignorancia que se esconden tras la lógica manicomial. Una vez más, la locura demuestra habitar de este lado del muro.

Como no podía ser de otra manera, el cóctel de ajuste, megadevaluación, baja de salarios, jubilaciones, desempleo, dolarización y otros dislates apuntan contra los más vulnerables, esos que para el frío cálculo del Poder Real están demás, sobran. Así, en nombre de la libertad, la racionalidad y el orden (palabra elegida por Patricia Bullrich durante una alocución con empresarios), hoy la derecha se prepara con el fin de implementar un plan de exclusión y represión solo comparable con las dictaduras que asolaron nuestro país. En este contexto, los diez años del ataque al Borda constituyen una marca cuyo trazo bien haríamos en leer e interpretar con premura bajo el sesgo que aporta el fenómeno que, como ningún otro, describe lo propiamente humano: la locura. Realidad intolerable para el narcisismo del ser hablante cuya constitutiva negación explica la necesidad de encerrar al “alienado”, al “enfermo”, al “trastornado”, detrás de un muro. Lo cierto es que esos cuerpos que deliran provienen de las contradicciones y encrucijadas de toda una comunidad hablante. De hecho, basta tomar nota de la disparatada exaltación del discurso libertario para corroborar que --tal como afirma Lacan--: “... la locura. Lejos, pues, de ser un insulto para la libertad, es su más fiel compañera; sigue como una sombra su movimiento”[1].

Esta racionalidad desvariada tiene una larga historia cuyos efectos se remontan al auge de la articulación entre ciencia y capitalismo. Aquí la separación entre la res cogitans y la res extensa que Descartes instauraba a mediados del siglo XVII sirve de fundamento al delirante proyecto que hace de la libertad el cancerbero del ser hablante. En su texto Mi enseñanza Lacan lo describe de manera muy precisa cuando señala: “Todo eso de lo que habíamos creído que teníamos que (...) liberarnos, para aislar el proceso de pensamiento, a saber, nuestras pasiones, nuestros deseos, nuestras angustias, hasta nuestros cólicos, nuestros miedos, nuestras locuras, todo eso parecía ser testigo en nosotros de la intrusión de lo que Descartes llama el cuerpo”[2]. De hecho, civilización o barbarie mediante, todo el racismo, el rechazo y el desprecio que el Poder real profesa hacia lo popular y autóctono que palpita en nuestra nacionalidad (desde “los negros de mierda” hasta “este país de mierda”) se apoya en el rechazo al cuerpo que la articulación entre ciencia y capitalismo ha tejido durante centurias y por la que, entre otras cuestiones, se encerró a la locura dentro de los muros. La mención de la palabra mierda no es casual. La misma refiere una acción cuya eminente operatoria corporal se encuentra por demás imbricada en el pensamiento. Al respecto Lacan advierte: “ A diferencia de lo que ocurre en todos los niveles del reino animal (...) el hombre se caracteriza en la naturaleza por el extraordinario embarazo que le produce --¿cómo llamarlo, Dios mío, de la manera más simple?-- la evacuación de la mierda”[3] . No en vano Freud articula el eminente lugar que el objeto anal ocupa en el aparato anímico con la avaricia, el odio y el resentimiento. Es decir: la mierda --el malestar-- que portamos en el pensamiento necesitamos evacuarla en el semejante. Por algo se dice que el gran triunfo de la derecha es --vía la identificación con el poderoso-- generar pobres de derecha. Esto es: sujetos desclasados que odian la condición de sus propios pares. El sentido común cooptado por la locura. Sin embargo, a diferencia de Descartes, “Psique es extensa y nada sabe de eso”[4], recuerda Freud, como para concluir una vez más en que la pasión por la ignorancia es la que determina el desvarío de la experiencia humana. De esta manera el discurso libertario que hoy los referentes de la derecha intentan emular para así ganar adeptos no es más que la incentivación de este odio constipado con que el ser hablante satisface los impulsos más arcaicos e inmediatos del Yo.

Luego: la exportación de los muros de la locura al seno de la polis. Calles bloqueadas. Barrios que expulsan a sus habitantes. Bolardos donde tropiezan los cuerpos. Vallas que impiden la manifestación de las diferencias. Renovación de cascos históricos que borran la historia. Como refiere Walter Benjamin en el Libro de los Pasajes, “fantasmagorías del mercado (...) constituidas por la imperiosa propensión del hombre a dejar en las habitaciones que habita la impronta de su existencia individual privada”[5]. En otros términos: una organización del espacio para seres encerrados en la satisfacción de sus pequeños goces: el celular, las redes sociales, las selfies, con el solo correlato que la depresión atestigua como resultado de esta racionalidad al servicio del orden y la libertad. De hecho, la orientación en Salud Mental del gobierno neoliberal de esta ciudad atenta contra la cura por medio de la palabra en los hospitales públicos. Se trata de acallar el dolor del cuerpo que habla por medio de la medicalización. Una vez más: la separación del pensamiento y la carne con el objetivo, entre otros, de eliminar la política, recurso privilegiado para tramitar el malestar por medio del diálogo.

La locura nos acecha. Queremos ser máquinas para así olvidar al cuerpo que habla. Allí está el Chat GTP de la IA. Se trata de tapar la falla que nos constituye en tanto seres humanos, esa misma por la cual necesitamos del Otro para experimentar el imprescindible fenómeno al que llamamos amor. Única vía por la cual la locura que nos habita se encauza hacia la creación, la imaginación, el trabajo, el humor, el estudio y el arte, allí donde “eso sueña, eso falla, eso ríe”[6].

26 de abril de 2013. Racionalidad, orden y libertad. Las fuerzas de seguridad de la Ciudad de Buenos Aires --capital de la República Argentina y teatro de operaciones de la barbarie neoliberal-- atacan un hospital que alberga personas cuyos cuerpos luchan para poder hablar. Recuerdo de un distópico futuro.

Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires.

Notas:

[1] Jacques Lacan (1946) “Acerca de la causalidad psíquica”, en Escritos 1, Buenos Aires, Siglo XXI, p. 166.

[2] Jacques Lacan (1967-1968) “Mi enseñanza y otras lecciones”, Buenos Aires, Paidós, 2022, p. 68.

[3] Jacques Lacan (1967-1968), “Mi enseñanza y otras lecciones”, op. cit., p. 48

[4] Sigmund Freud (1941 [1938]), “Conclusiones, ideas, problemas” en Obras Completas, Tomo XXIII, p. 302.

[5] Walter Benjamin, “París, capital del siglo XIX” en Libro de los Pasajes, Akal, Edición de RolfTiedemann, p. 50.

[6] Jacques Lacan (1967-1968), “Mi enseñanza y otras lecciones”, op. cit., pp. 55 y 56.