“He tratado de olvidar ese nombre con todas mis fuerzas,
pero nadie manda en su memoria”
Philippe Claudel
Sería un error afirmar que psicoanálisis, historia y memoria son sinónimos, aunque quizá, enfocados de algún modo particular, cobren un parentesco íntimo y por un rato lo parezcan. En nuestra práctica hablamos de historizar y es posible pensar al psicoanálisis como una teoría de la memoria. Desde luego, memoria e historia no coinciden punto a punto; puede haber historia sin memoria, aunque no hay memoria sin historia. A su vez, Freud planteó múltiples memorias: el ello expresa la historia de la especie, el superyó la historia familiar y el yo la historia singular.
Podemos, además, preguntarnos por los aportes de la teoría freudiana a los estudios históricos. Un camino es el estudio de un personaje histórico, tal como lo emprendieron Freud (Moisés, Leonardo) y Kohut (Churchill), solo por mencionar tres ejemplos. Aquí se trata de la subjetividad como variable significativa en el análisis de un protagonista de la historia.
Otra alternativa considera los tipos de temporalidad; podemos diferenciar entre tiempos lógicos y cronológicos, o bien distinguir entre anticipación, repetición o retroacción. La significación singular también exhibe modos diversos de percibir el tiempo: el impaciente vivencia un tipo de temporalidad diversa de quien posterga; o bien, el pesimista da al tiempo una cualidad diferente de la que le da el nostálgico. Un breve comentario sobre la nostalgia: para Freud la nostalgia es el recuerdo de lo que no aconteció. ¿Qué significa recordar lo que nunca sucedió? ¿Qué condiciones tiene lo no ocurrido para que sea recordado como si hubiese sucedido? Por último, se dan situaciones en que un sujeto trata a su pasado como si fuera presente o, incluso, configura su futuro como mera repetición de su pasado, aunque no advierta esta operación.
Memoria e historia
La memoria, para Freud, siempre es memoria de sí, y por ello toda memoria presupone una historia aunque no es cierta la idea inversa: no toda historia está en la memoria. Por caso, yo no tengo memoria de Auschwitz, pero recuerdo lo que he leído y los diálogos con algún sobreviviente.
Para el saber popular, quien se quemó con leche ve una vaca y llora.¿Cómo es que llegamos a llorar ante la vaca por una vieja quemadura con leche? ¿Cuál es el nexo entre ambos sucesos? En efecto, el refrán conjuga cinco variables de nuestros procesos mnémicos: trauma, desfiguración del recuerdo, motricidad, percepción y afecto.
“La teoría psicoanalítica --dice Maldavsky-- propone un abordaje complejo de la memoria, en que diferentes tipos de recuerdos, que operan con lógicas diversas, entran en conflictos y coaliciones a veces inesperadas”.
Freud aludió a las “lagunas del recuerdo” y, a su vez, en lenguaje popular un olvido se dice“se me hizo una laguna”, ¿es que acaso los olvidos son líquidos? Recordemos la expresión “archipiélago de islas mnémicas” (Mahler) que describe ese momento constitutivo en que las impresiones psíquicas se encuentran ligadas por una sustancia intersticial, líquida. Freud, además, expuso metáforas marinas cuando examinó el sentimiento oceánico o bien cuando aludió al irse a pique para referirse al sepultamiento del Complejo de Edipo. Los recuerdos parecen ser trozos de un territorio, mientras que los olvidos se constituyen como líquido, o bien los recuerdos pueden hundirse en la masa líquida. No obstante, no estamos tratando con términos antagónicos, al menos si consideramos que la materia acuática hace de puente unificador de los signos de memoria.
Algo parcialmente similar describe Agamben cuando examina la función del testigo en los campos de exterminio nazis. Sostiene que la verdad de lo que sucedió es “irreductible a los elementos reales que la constituyen [...] La aporía de Auschwitz es, en rigor, la misma aporía del conocimiento histórico: la no coincidencia entre hechos y verdad”. Agrega: “...se ha revelado como evidente que el testimonio incluía como parte esencial una laguna, es decir, que los supervivientes daban testimonio de algo que no podía ser testimoniado, comentar sus testimonios ha significado de forma necesaria interrogar a aquella laguna o, mejor dicho, tratar de escucharla”.
La memoria, entonces, es múltiple, aunque lo esencial no son los registros que se van sumando en el tiempo sino su reordenamiento, la retranscripción de ellos. Es decir, las inscripciones se ligan y modifican a través de nuevos nexos. Dichas traducciones y nuevos nexos incluyen, invariablemente, el displacer, pues algo se pierde en ese proceso. La traducción, pues, siempre es pérdida. Sobre una mujer que ha perdido a su enamorado en un tsunami, E. Carrèrre hace decir al protagonista de su novela De vidas ajenas: “Se niega a creer en su muerte, pero dice: He was a carpenter. El imperfecto empieza a roer sus frases”.
Hay en “Funes el memorioso”, el cuento de Borges, un elemento que no suele ser destacado: el autor no solo describe la omnipotente capacidad evocativa de Funes sino que también subraya que “su percepción y su memoria eran infalibles”. He ahí su peculiaridad, la coexistencia sin fisuras de ambas funciones psíquicas, percepción y memoria. Recordemos que percepción y memoria son dos sistemas diferentes, ya que un mismo sistema no puede mantenerse abierto y receptivo y, simultáneamente, conservar las huellas mnémicas. La percepción recibe los estímulos pero no conserva nada de ellos, y la memoria no es receptiva pero sí conservativa. Asimismo, la memoria no es solo de contenidos sino, sobre todo, de ciertos enlaces entre ellos.
Esta diferenciación entre dos sistemas permite preguntarse: ¿qué ocurre cuando la memoria impide la receptividad de lo nuevo? O bien, ¿qué sucede cuando la percepción no decanta en memoria? El primer problema se da, por ejemplo, en los procesos alucinatorios; el segundo problema, en cambio, se da en ese tipo de apego a la realidad caracterizado por la percepción sin conciencia o en las situaciones en que los sujetos parecen vivir en una actualidad permanente.
Cuando Freud examina los motivos que conducen a la sofocación de lo sustantivo y su reemplazo por el recuerdo de lo indiferente, no se trata, solamente, de colocar un contenido en lugar de otro, sino que en esa operación lo esencial de lo tergiversado son los nexos causales que se establecieron a partir de aquellas vivencias que, ahora, son objeto de su alteración.
Interpretar o construir
Hay un antiguo debate sobre la relación entre hechos e interpretación. ¿Hay hechos o solo nos quedan interpretaciones?
En Construcciones en el análisis, Freud distinguió entre a) verdad histórica, que llamó “acontecer histórico” (historia real y objetiva), b) verdad subjetiva, lo que sucedió según lo que ha significado para los actores implicados, a la que llamó “histórico vivencial”, y c) verdad conjetural o “historia conjetural”, esto es, lo que debió ocurrir necesariamente, lo sepamos o no. Si la historia real-objetiva refiere a los hechos, lo histórico vivencial está cercano a la interpretación y la historia conjetural nos conduce a la construcción.
Vale recurrir a este texto no solo por la distinción mencionada, sino por su final: “Si uno toma a la humanidad como un todo y la pone en lugar del individuo humano aislado, halla que también ella ha desarrollado formaciones delirantes inasequibles a la crítica lógica y que contradicen la realidad efectiva. Si, no obstante, han podido exteriorizar un poder tan extraordinario sobre los hombres, la indagación lleva a la misma conclusión que en el caso del individuo: deben su poder a su peso de verdad histórico-vivencial, que ellas han recogido de la represión de épocas primordiales olvidadas”.
Freud examina el concepto de construcción y lo distingue de la interpretación. La construcción, dice, consiste en “colegir lo olvidado desde los indicios que esto ha dejado tras sí”. ¿Cómo colige el analista? A partir del completamiento y ensambladura de los restos conservados. En efecto, completar y ensamblar son las dos operaciones fundamentales de la construcción. En cambio, en la interpretación el analista no completa ni ensambla, sino que considera un elemento singular (un lapsus, por ejemplo). Si se quiere, cuando se trata de una interpretación, la pregunta es ¿qué significa?, mientras que cuando se trata de una construcción, la pregunta es ¿qué ocurrió?
Particular importancia tiene la relación, de semejanza y diferencia, entre construcción y delirio. Estos últimos poseen un fragmento de verdad histórico-vivencial, solo que por su desfiguración ese pasado es vivido como presente. En tanto poseen un núcleo de verdad histórico vivencial, los delirios se asemejan a la construcción, aunque poseen una diferencia: los delirios resultan de la desestimación de un fragmento de la realidad objetiva del presente, lo cual no ocurre cuando se trata de una construcción.
En suma, las interpretaciones de un hecho pueden variar, ya que dependen del contexto, de los deseos e ideales de quien habla, entre otros factores más. En cambio, la construcción requiere de una serie de criterios de completamiento y ensambladura para escribir la historia, para decir qué es lo que ocurrió. Umberto Eco explica sobre su novela El nombre de la rosa:“...yo quería escribir una novela histórica, y no porque Ubertino y Michele hayan existido de verdad y digan más o menos lo que de verdad dijeron, sino porque todo lo que dicen los personajes ficticios como Guillermo es lo que habrían tenido que decir si realmente hubieran vivido en aquella época”.
Cierre
El trabajo para nosotros y como legado para las nuevas generaciones debe ser construir la historia para que devenga en memoria fecunda. Ambas, historia y memoria, no solo reúnen contenidos, hitos y fechas, sino, sobre todo, nexos y enlaces causales, y allí radica el valor de la construcción que, a su vez, impone un límite a la interpretación. En todo caso, la construcción exige una tarea de completamiento y ensambladura que, además, se distinga de los delirios y falsedades, cuya función solo es desestimar el presente.
Sebastián Plut es doctor en Psicología. Psicoanalista.