Hay historias que valen una película, que merecen que alguien le encuentre un destino en la pantalla. Algunas son obvias, universales, bigger than life y, por eso, fáciles de identificar. Otras son tan cercanas que la falta de distancia hace que sea difícil notarlas. Hasta que uno las ve en una sala, convertidas en cine, y se sorprende de que a nadie se le ocurriera contarlas antes. Eso ocurre con La vida a oscuras, de Enrique Ballande, uno de los últimos cuatro títulos que se vieron dentro de la Competencia Argentina del 24° Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires (Bafici).
Se trata de la historia de Fernando Martín Peña, figura familiar para quienes forman parte de la cinefilia nacional. Mejor dicho, una parte de su historia: es absurdo creer que vida y obra de alguien pueden caber en los módicos (pero generosos) 73 minutos de La vida a oscuras. La película revela de forma cariñosa algo que todos saben y pocos conocen, que es la intimidad del trabajo de Peña como coleccionista, investigador y rostro más visible en el área de la conservación de los archivos fílmicos en la Argentina.
Esa visibilidad tiene que ver con la forma en que Peña encara su objetivo, sin limitarse al mero acopio. Porque aunque las decenas de estanterías en las que amontona sus latas y rollos fílmicos recuerdan a las hileras de nichos en un cementerio, su labor no es para nada la del sepulturero, sino más bien la del reanimador. Además de preservar, Peña se ha dedicado a construir espacios en los que sus películas puedan seguir vivas, como los ciclos que programa en el Malba, en la Televisión Pública o en cualquier lugar donde lo dejen instalarse con su proyector y una pantalla.
La vida a oscuras es eficiente en el objetivo de presentar al personaje y revelar la dimensión de su tarea. Y, sobre todo, en su capacidad de transmitirle al público una parte mínima de la pasión que lo anima y empuja a asumir una misión casi pastoral. Como el misionero que se impone la empresa de llevar la palabra divina hasta dónde haga falta, del mismo modo Peña persevera en el empeño feliz de compartir sus rollos de película con otros, dándole a sus proyecciones una cálida atmósfera de ritual o ceremonia. La metáfora podría ser excesiva, pero el vitral religioso que convierte a su oficina casi en una catedral gótica la justifica de sobra.
A su modo, Los Bilbao, de Pedro Speroni, también es una de esas historias cotidianas que valen una película, aunque parezca provenir de una realidad paralela. De forma modesta, como la vida de sus personajes, se trata de una saga familiar, a la que no le faltan ni drama ni conflictos, pero tampoco épica y hasta alguna historia de amor conmovedora.
Iván Bilbao es un boxeador que estuvo preso y que ahora se ha convertido en el prestamista del barrio. Vive con su mujer y su hija, y mantiene una relación muy próxima con sus padres. La forma en que Iván habla a los gritos con su papá, juega con su hija y trabaja con su mujer pueden resultar enternecedoras, del mismo modo en que las discusiones con su madre o sus acercamientos a los morosos se desarrollen al filo de la violencia.
En la aproximación de Speroni a la realidad de la clase baja no hay rastros de miserabilismo ni romantización de la pobreza. Aún así es capaz de encontrar una belleza que es propia de los escenarios en los que transcurre la acción, haciendo que algunos planos se parezcan mucho a las fotos de Marcos López, por los colores saturados o el modo en que las cosas se apiñan dentro del cuadro. Los Bilbao realiza un retrato noble y vuelve a demostrar por qué el boxeo es el más cinematográfico de los deportes.
En su segunda película, Arturo a los 30, Martín Shanly confirma todo lo bueno que había mostrado en su ópera prima, Juana a los 12, también presentada en Bafici, en 2014. Como aquella, y como ambos títulos lo confirman, el director vuelve a ofrecer un retrato en el que los protagonistas se encuentran atravesados no sólo por circunstancias vinculadas a las particularidades de sus vidas, sino a las de dos edades bien concretas, de esas que establecen fronteras biológicas muy claras. Porque si en Juana a los 12 Shanly abordaba el difícil período del final de la infancia, en Arturo a los 30 se ocupa de algo así como el comienzo tardío de la vida adulta, un síndrome que enfrentan las nuevas generaciones cada vez más.
Arturo no logra poner en marcha su vida, aún sigue preso en la dinámica familiar, y vive sus relaciones de amistad y sentimentales como si estuviera atrapado dentro de un capítulo de Pelito o de Verano del 98. Como en su debut, Shanly vuelve a mostrar un manejo del humor extraordinario, convirtiendo a su personaje, interpretado por él mismo, en una suerte de alter ego que recuerda a los trabajos de Woody Allen en sus propias películas. Otra virtud que el director confirma es su capacidad para retratar de forma impiadosa a su propia clase, la alta, riéndose de los aspectos más banales de la vida de los sectores acomodados. Un gesto que se percibe como parte de un espíritu crítico más que como una expresión de burla.
Por su parte, Los terrenos, último trabajo de Verónica Chen, resulta la aproximación más clara al cine de género dentro de la competencia. Se trata de un thriller oscuro, más bien clásico en su línea narrativa, pero que se permite algunos experimentos formales que buscan enrarecer el clima. Una mujer joven, esposa de un empresario, quiere comprar un terreno con salida a la playa en un pueblito costero en Uruguay, donde su marido tiene algunos negocios. Pero su relación con un desagradable agente inmobiliario la colocará en un inesperado lugar de peligro. Guiada por el espíritu de films como Perros de paja (Sam Peckinpah, 1971), y apoyada en los trabajos de Azul Fernández y César Troncoso, Chen transmite la tensión de una historia a la que, sin embargo, los juegos visuales distienden en lugar de terminar de ajustar la soga en el cuello del espectador.
La vida a oscuras se exhibe el sábado 29 a las 20:05 en el cine Monumental Lavalle.
Los terrenos se exhibe el domingo 30 a las 17:40 en el cine Monumental Lavalle.
Los Bilbao se exhibe el viernes 28 a las 14:40 en el Cultural San Martín y el domingo 30 a las 15:30 en el cine Monumental Lavalle.
Arturo a los 30 se exhibe el sábado 29 a las 14:00 y el domingo 30 a las 18:35, ambas funciones en el Cultural San Martín.