El estereotipo del artista solitario con su gato se hace cuerpo en Daniel Veronese. Yoda se llama el felino totalmente blanco, excedido de peso, al que da alimento dietético pero no adelgaza y que con él convive en el departamento de Colegiales. Un departamento que anuncia estar habitado por un artista, con pilas de libros en la mesa ratona y en el escritorio, enormes parlantes para escuchar vinilos, un televisor de tamaño considerable y ramas que su habitante cirujea de la calle simplemente porque cada una constituye una pieza única --como una obra de teatro que se repite cada fin de semana pero nunca es igual--. No es que el dramaturgo y director teatral sea otro fan de Star Wars. La razón del nombre de su mascota es más concreta: Veronese agarra las orejas de Yoda, las acomoda para abajo y ahora el gato se parece mucho al maestro Jedi. Cuatro años tiene. Su presencia en este hogar y el nombre que recibió parecen un presagio. Es que Veronese, quien este sábado estrenará una versión de Los padres terribles, de Jean Cocteau, acaricia un nuevo deseo: hacer cine.
Fue titiritero, mimo, probó la actuación y no le gustó; es hace tiempo un autor que dirige o un director que escribe. En esta etapa parece definirse más bien desde la indefinición; sentirse cómodo por fuera de las etiquetas. Tiene 67 años. Parece bastante más joven. Un piercing le da un aspecto canchero. Llena de preguntas al fotógrafo de Página/12 sobre su equipo, con la curiosidad de un niño. Cuenta que está pensando en comprarse una cámara de fotos. Revela su última obsesión.
"Volver a las bases", recuperar la "adrenalina", volver a "jugar", ir hacia lo "desconocido": razones que motivan el giro. En cuanto al teatro, este sábado el fundador del Periférico de Objetos estrenará una versión de Los padres terribles, un clásico de 1938, en el que actúan Luis Ziembrowski, Ana Katz, Sofia Gala Castiglione, Ana Garibaldi y Max Suen. Se trata de una "comedia negra, salvaje e impredecible, con un devenir feroz y por momentos hilarante", según adelanta la sinopsis. Las funciones serán de viernes a domingos a las 20 en Caras y Caretas 2037 (Sarmiento 2037).
Los padres terribles
--¿Cómo surge la idea de hacer esta obra?
--Esta obra yo la vi --te voy a decir el día exacto y en qué teatro-- en el Teatro El Cubo el 9 de julio de 2007. El día que nevó. Actuaban (Luis) Machín y Mirta Busnelli y dirigía Alejandra Ciurlanti, que siempre elegía obras que me gustaban. No conocía esta. La fui a ver y me encantó. Quedó ahí. Me pedían obras para hacer en Caras y Caretas, estuvimos con un par, no encontrábamos, iba a estar María Onetto .... Dije: "tengo esta que vi hace mucho". Igual le hice un cambiazo importante. La obra es insoportable hoy, no se puede hacer, es de una moralidad tonta y bastante imposible de actuar. Cambié cosas para que me resultara orgánico dirigirla, y para que a los actores les resultara orgánico actuarla.
La historia es esta: un padre se da cuenta de que está manteniendo una relación amorosa con la novia de su hijo, un joven mimado hasta la obsesión por su madre. Un nuevo orden se establece en la familia mediante el plan perverso que traza la hermana de ella, quien desea a su cuñado por sobre todas las cosas. Fiel a su estilo, Veronese alteró aspectos sustanciales del original, pero nada anticipa acerca de los cambios. "He cambiado obras, cambio finales... sé lo que necesita la escena. Puedo ver una versión que no ha cambiado mucho, pero si está bien hecha... es decir, no es que hay que cambiar. La obra es lo que la escena necesita, no lo que el autor escribió. Lo puedo decir porque soy autor. El texto está en el segundo escalón, no es tan importante como la dramaticidad que necesito en escena con esos actores en ese momento de mi vida", explica.
--¿Y qué es lo que te interesa de esta obra?
--Que pasan cosas divertidas.
--¿En qué sentido resuena esta obra en esta época?
--Tiene algo que ver con el egoísmo del amor. El egoísmo con el cual nos movemos, creyendo que somos personas valiosas porque amamos ciegamente algo y lo respetamos, pero en realidad no respetamos ni a la familia ni a la persona amada ni a nuestros hijos. Es de un egoísmo atroz la obra. Habla del deseo de poseer a otro pero embanderado en una situación de "lo hago por el otro", o porque "amo a mi hijo"... es muy hipócrita. De gente hipócrita, tonta. Está lleno de esto, y de gente a la que no le gusta que el otro haga tal cosa y también la hace. Es estar desvinculado del sentimiento del otro pero haciendo creer que estás muy vinculado. Es algo actual.
--¿Lo ves también en el plano social?
--Político, sí. Pero yo los amo a estos personajes, les creo, los acompaño. No son ruines. Son gente que comete actos ruines, como cometeré yo también. Me gusta mostrar esto, me hace pensar sobre cuáles son mis actos ruines. Empecé a entender la obra cuando la escuché leída por los actores, a tener una visión más profunda de lo que está pasando.
--¿Cómo fue el trabajo con los actores?
--Tengo una virtud. A veces ha fallado, pero en el 99 por ciento de las veces elijo muy bien a la gente; es gente que puede trabajar como yo quiero que trabaje para el otro, y que se permita no saber. El no saber me hace sentir muy fuerte porque algo voy a saber en algún momento. No me sirve el razonamiento sobre cómo debería ser una obra, la realidad me dice que tiene que ir por un lado insospechado y nuevo para mí y para el actor. Necesito actores que soporten eso. El no saber y descubrir algo nuevo me hacen feliz.
Micropolítica de living
--Hay dos ejemplos recientes de obras tuyas sobre la temática familiar: Retorno al hogar, de Pinter, estrenada en España, y Otoño e invierno, de Lars Norén. ¿Por qué volvés a este tópico?
--Supongo que la familia como microsistema político me dejará hablar de cosas que no me interesa nombrar. Mujeres soñaron caballos, escrita en 2000, primera obra mía que dirigí, también era sobre una familia disfuncional, pero siento que hablaba de la sociedad. De lo político. Había cosas raras que se podían entremezclar con desapariciones, hurtos de bebés... pero no estaban dichas de frente. Otoño e invierno era termenda. Cada ensayo comprendíamos algo. Cuanto más la conocés más se expone lo bueno y lo malo de una familia, más te metés y empezás a entender más el pasado, intenciones, pulsiones. No se dice en el texto pero nosotros empezamos a armar relaciones interminables.
--El concepto de familia está en tensión, es un modelo en crisis, se habla de "nuevas familias". ¿Cómo dialoga tu teatro con esta cuestión?
--Todavía estoy con la tradición. El modelo se rompe porque hay algo que no funciona. El teatro se puede hacer cargo, yo creo, del pasado. No puede hacer futurología. No sé qué va a pasar. Para mí es material hablar de lo que pasó, de eso que nos hace felices e infelices, que por momentos funcionó y ya se resquebraja y se crean nuevas formas. No tengo ganas de hablar de las nuevas formas. Tengo ganas de ver por qué esto se resquebrajó. Será que las formas novedosas no las viví y no me producen conflictos.
--No sos un director que hable mucho de lo político en relación a tu obra ni que dé su opinión al respecto en entrevistas. Pero lo que estás diciendo es clave: la familia es metáfora de algo más global.
--No se puede hacer teatro con la política, no me interesa. Sí soy un ser sufriente de este presente político. Miro, digo, "qué mundo". Puedo decir "qué Argentina"... pero ¿qué mundo dejo para mi hija de 26 y otra de 14? ¿Qué futuro tienen? No sé cómo resolverlo más que preguntándome cosas en el teatro. Ahora estoy totalmente superado por todo lo político. No puedo entender por qué la gente reacciona de alguna manera, por qué es más fácil convocar gente para destruir que para construir. Me dan miedo el avance del fascismo, los avances neoliberales. Los golpes de Estado no se van a producir porque ya hay golpes económicos. La economía gobernando... ¿cómo llevo eso al teatro? Tengo ganas de hacer algo con esto (señala el libro Discurso sobre la servidumbre voluntaria, de Étienne de La Boétie). Algo sobre cómo somos fácilmente llevados a sentirnos cómodos en el nivel siervos. Son tantos los sometidos que si dijeran "basta" se podría acabar con esto. Sin embargo no hay organización, hay una mentalidad creada en el individuo para que diga "me interesa mi casa, voy a cuidar lo mío, no me voy a preocupar por el otro". Vengo de una familia socialista, comunista, con todo lo que pueda representar hoy; a mí me dijeron que el otro interesa, tengo sensibilidad social por ese lado. Pero es muy difícil hacer teatro con eso. Estas familias, estas micropolíticas teatrales que armo, hablan del lugar nefasto del hombre, del odio hacia el otro, del egoísmo en esta obra. No digo que todas las familias son como estas. Pero esto me quita el sueño. Me lleva a querer generar teatro. En las familias está todo. Las puedo manejar. No puedo manejar palacios. Puedo manejar un living comedor.
Volver a jugar
Como director de piezas ajenas Veronese nunca tuvo problemas en faltar el respeto al texto y hasta ha hablado de "asesinar" al autor. A él, en cambio, no le pasaba lo mismo. "Mujeres soñaron caballos fue fundante en un tipo de dirección: con esa obra me di cuenta de que mi sistema de escritura es incompleto para el teatro. Cuando me la puse a dirigir entendí los secretos que escondía. No la conocía en profundidad hasta que la desmoldé cuando la dirigí y me dije, 'el teatro es esto, no la escritura'. Yo tenía unas 30 obras escritas, las pasaba a directores. Siempre fui muy respetado como autor, me han dirigido grandes directores y actores, sin embargo no tocaban mis obras, tenían mucho prurito. Mucho respeto. Yo veía los resultados y decía 'a esto le falta una horneada'. Me decían 'no te toqué una coma'; y yo pensaba 'tendrías que haberlo hecho'. Pocas veces la obra superaba a la obra escrita, pero tiene que ser así. Como no me pasaba empecé a dirigir mis textos. Yo generé un brote y sé como quiero que sea el tallo. El otro puede llegar a no entender lo que sembré."
Mujeres... fue tan importante en su trayectoria que es precisamente el material elegido para dar el giro al cine. Sobre este texto está construyendo un guión. "Sos un artista en cualquier disciplina. Escritor, pintor, músico, teatrista. ¿Podés decir que no te interesa el público? Todo el mundo quiere ser gustado y querido, pero no puede ser el motor de fabricación. La elaboración tiene que pasar por otro lado. Cuando escribo y dirijo soy el primer espectador", contesta cuando se le pregunta por qué quiere hacer cine. Se trata de "volver a las bases", pero también, parece, de volver a sí mismo, a su propio deseo, corriéndose de la expectativa del afuera.
Ya se compró una cámara para filmar. "Tengo algunas obras que no sé cómo hacerlas. Son hermosas, pero no teatrales, necesitan otro tratamiento, un plano, un actor hablando a cámara. Para mí es un terreno totalmente virgen, fértil. No tengo intención de hacer cine y salir en Netflix. Tengo intención de encontrarme con objetos puros para mí. Por ahí para un cineasta son una boludez. Voy a estar entre el teatro y el cine, tampoco un teatro filmado, una actuación para cámara con determinado contenido. Estoy escribiendo un par de cosas que pueden ir para allá", cuenta. Casas quemadas, por ejemplo, es un proyecto de documental sobre la emoción de actores y actrices. "Quiero crear una maquinaria de dirección que ponga al actor en una situación en la que no pueda expresar, que llegue a la contradicción, al límite de su expresión. Una cosa un poquito perversa", anticipa, entre risas y con entusiasmo.
--¿Por qué es una vuelta a las bases hacer cine?
--Es dar un salto hacia un lugar desconocido, que no manejo.
--¿Volver a jugar?
--Sí. Les estoy proponiendo a actores hacer un espectáculo que sea un ensayo eterno. Empezar de cero, y que la gente venga a vernos. Que no tenga estreno. Sólo el ensayo, el ensayo. Hay obras que vos sentís que estás rascando, tenés más debajo, y podés seguir eternamente. Como la vida. Decís "hasta acá viví, no voy a sentir cosas", y al otro día sentís otra... Si encontrás actores que se enganchen en esa no sabés cuál es el techo de la obra. No digo el techo estético, sino de profundidad. Empezás a torcer la obra hacia algún lado y se empieza a desfigurar como se desfigura un cuerpo. Ese lugar me fascina. Si fuese pintor pintaría y no mostraría. Si fuese escritor escribiría y no editaría. Pero al ser teatrero necesito de otro, y ese otro es un actor que necesita mostrar su trabajo. Este es el problema en el que me encuentro.
--¿Sos cinéfilo?
--No... me gusta. Veo. No soy nada en concreto. Soy alguien que tiene una necesidad expresiva y busca dónde plasmar eso.
La pesadilla del director
--¿Qué otros lenguajes artísticos probaste en tu vida?
--Antes de meterme con los títeres, que fue lo primero en lo que entré y me quedé, durante diez años tuve una actividad de búsqueda de lugar, medio psicópata, de ir a cursos. Iba a una clase y no iba más. Estuve años así, con una frustración tremenda, hasta que empecé a hacer marionetas. Tenía una carpintería con mi padre, él la dejó, me quedé solo, no sabía qué hacer, no quería ser carpintero, industrial. Y alguien hacía unas marionetas que vendía en Parque Centenario, hablo del comienzo de la democracia, el '82. Y alguien me dijo estoy haciendo títeres con Ariel Bufano. Fui a ver un espectáculo de él que me encantó. Casi no iba al teatro. No me gustaba. Fui al otro día a una entrevista con él, le dije que necesitaba un lugar expresivo y no lo encontraba, me tomó en su curso, me vio tan desesperado... pasé a trabajar después en el teatro con los titiriteros del San Martín. Empecé a escribir. Tengo algo con la necesidad de resolver situaciones dramáticas. Cuando trabajaba en el escenario del San Martín soñaba que no encontraba las puertas. Y como director sueño que tengo que resolver algo y no sé resolverlo. Son sueños loopeados. Por ejemplo, con la obra que estoy haciendo ahora, sueño que de repente entra el coro, tienen que entrar todos arrodillados y tengo que ver cómo hacer llover... después me despierto y digo "¡no tiene que entrar ningún coro ni tiene que llover!". Mi pesadilla es encontrarme con algo que no pueda resolver en la dirección.
--¿Te pasa en la vida real?
--No, el teatro es uno de los pocos lugares en que encuentro solución a todo. Por ahi la solución a algunos les gusta y a otros no, pero la obra funciona. Si tengo una virtud es encontrar organicidad en lo que se necesita en el escenario. Me siento libre, tengo una confianza plena, sé que algo voy a lograr. No quiere decir que no me cueste, pero sé que voy a llegar a un puerto.
Regresos teatrales y el recuerdo de María Onetto
Pronto volverá a la cartelera Encuentros breves con hombres repulsivos, con Marcelo Subiotto y Luis Ziembrowski, segunda parte de la serie "Experiencias", sobre textos narrativos de David Foster Wallace. La fecha aún no está confirmada. La primera parte de aquella serie era la notable La persona deprimida, unipersonal de María Onetto. "Todos los días hablamos de ella en los ensayos (con los actores de Los padres...). No podemos creer la falta que nos hace", la recuerda Veronese. También dice que era la única actriz argentina capaz de hacer esa obra. La última sesión de Freud, de Mark St. Germain, volverá a verse en agosto, adelanta.