Eran tantos barcos que los sacaban de ese lugar de espantos llamado Europa. En las Américas podía no haber oro tirado por las calles, ni utopía, ni patrones generosos. Pero tampoco había señores feudales, cosacos, castas inamovibles, guerra permanente, caprichosos con corona. Por eso solo valía la pena el viaje, el trauma, la lejanía, la nueva vida.
Y sin embargo, cuando Europa decidió autodestruirse en agosto de 1914 y cuando Italia entró a la masacre en 1915, una cantidad sorprendente de inmigrantes y de sus hijos escucharon el llamado de las patrias viejas. Se acercaron a un consulado, presentaron la papeleta, descubrieron que hasta les pagaban el pasaje, el mismo que antes no les pagaron y que habían pagado juntando moneditas o con ayuda argentina.
Es notable, porque los países que allá tenían servicio militar no tenían cómo hacerlo cumplir en Tapalqué o Bahía Blanca, en Nueve de Julio o Zárate, y por caso en cualquiera de los muchos pueblos y ciudades argentinas llenos de inmigrantes. Sólo a los golondrina, los que pasaban una temporada de trabajo por acá y volvía con buenos pesos oro en el bolsillo, les preocupaba este orsay legal. Muchos golondrinas hicieron nido criollo y no volvieron.
Con lo que queda una explicación difícil de aceptar, la del patriotismo hacia el país de antes. En 1914 casi la última cosa que te podía pasar en Argentina era que te cayera una bomba encima, pero decenas de miles de inmigrantes volvieron y unos cuantos de sus hijos, ya criollos, fueron y se pusieron un uniforme.
El historiador Hernán Otero detalla que 4852 británicos y angloargentinos combatieron, junto a 5800 franceses y francoargentinos, y a 32.430 italianos e italoargentinos. Es una cifra enorme, sobre todo si se empieza a ver qué proporción de cada comunidad representan estos números. Por ejemplo, los italianos mandaron el mayor número pero la menor proporción: por cada británico había treinta y tres italianos, por cada francés había más de once.
Esto significa que cada estancia inglesa o administrada por ingleses en estas anchas pampas mandó un hijo, que en los nacientes suburbios del AMBA -Claypole, Temperly, el barrio inglés de Lomas de Zamora y tantos otros- hubo despedidas terribles al pie del tren. Nunca sabremos cuántos eran argentinos, porque el gobierno británico no distinguía como nunca distinguió quién nacía allá y quién acá: un británico era un británico naciera donde naciera.
Y esta es la cuenta de los que combatieron, porque una proporción importante fue exceptuada por una razón u otra. Al contingente de 5800 franceses o francoargentinos que tomaron un arma hay que agregarle 2834 que sirvieron en otra categoría o fueron rechazados. Sumados, equivalen a uno de cada tres franceses o francoargentinos en el país, y a más de la mitad de los que estaban registrados en los consulados como residentes o hijos de ultramar. Nuestros compatriotas murieron en las trincheras en una proporción menor que los franceses, que tuvieron un 17 por ciento de muertes. Son 380 morts pour la France conectados con nuestro país.
Los consulados aliados consideraron la movilización en Argentina como un fracaso. Las potencias centrales ni hablar: por cada alemán o austríaco en estos pagos había nueve italianos, franceses e ingleses, y además era casi imposible viajar y presentarse a filas. Hubo, después de 1919, una pequeña asociación llamada Cascos de Acero que testimonia que algunos argentinos lograron servir al Kaiser o al Emperador y volvieron para contarla. Pero nada en comparación a los Reduci di Guerra o a los Ancient Combatants que afloraron por todas partes. Hasta los ingleses, tan discretos, tenían sus clubes de viejos soldados.
Felix Luna contó intrigado el caso de un señor F.H.Mathews que a fines de 1915 comenzó una colecta en la comunidad británica para mandarle yerba y mates a los paisanos que servían al rey. Luna nunca pudo averiguar a qué se dedicaba el hombre, cuánto llevaba en el país, si era aquí nacido. Se sabe que vivía en el Tigre, que su idea prendió tanto que el diario The Buenos Aires Herald comenzó un "Herald Mate Fund" y que en marzo de 1916 partieron rumbo a Southampton 300 bultos con tres paquetes de yerba, un mate y una bombilla cada uno. Iban en el carguero Araguaya, de bandera argentina, que tal vez por eso logró pasar el cerco de submarinos alemanes.
Los paquetes se regalaron a quien los pidiera y la oferta se anunciaba en los diarios británicos, incluyendo el envío al lugar donde el angloargentino estuviera combatiendo. En 1918, la compañía británica La Industrial Argentina donó otros 250 kilos de yerba del Alto Paraná, que fueron transportados gratis por la Royal Mail Steam Packet Co.
¿Quién tendrá la foto de estos británicos acriollados tomando mate en Flandes o Gallipolli?
No los corresponsales de la prensa argentina, que se concentraban en lugares "habituales" de nuestra oligarquía, como Biarritz y Ostende, que les quedaban cerca de las trincheras belgas y francesas. Los diarios de la época reflejan bien la presencia de argentinos en los ejércitos británico y francés, hasta el detalle de que los francoargentinos no eran bien tratados. Parece que nadie entendía qué catzo hacían por ahí, si podían quedarse por acá...
La siguiente ola de voluntarios argentinos fue completamente distinta y misteriosa en sus números. La Guerra Civil Española electrizó a toda Latinoamérica y muchos acudieron al llamado, casi unánimemente a defender la República. El problema con hacer la cuenta es que los latinoamericanos no eran tomados como extranjeros, no iban a ninguna Brigada Internacional. Simplemente eran incluidos en el Ejército de la República, el legítimo ejército español, como si fueran españoles, y si alguien llevó la cuenta, se perdió en la guerra. El mito es de miles, la única cuenta disponible dice quinientos argentinos, como mínimo.
El episodio final fue apenas un eco. En 1939 un pequeño número de argentinos de ascendencia británica se ofrecieron de voluntarios para combatir a los nazis. Los franceses ni tuvieron tiempo, los italianos no tenían ganas. Curiosamente, esta última tanda incluía pilotos o gente con madera de pilotos, con lo que la Real Fuerza Aérea terminó teniendo escuadrillas de Hurricanes y de Spitfires con pilotos que sabían de polo y hablaban en lunfardo por la radio para despistar a los alemanes.
Les decían las escuadrillas pampa. A veces "la de los Argentinian". Un viejo chalet en Lomas guarda todavía una hélice enemiga, souvenir de esos tiempos, colgada sobre una chimenea. El living supo ser un club de pilotos que se juntaron por décadas.