Juntó peso por peso y fue poniendo todo debajo del magro colchón en el que dormía cada noche. Cuando Antonio Daniel Barijho firmó su primer contrato con Huracán, allá por la mitad de la década del 90, cubrió sus necesidades básicas sin derroches y se dedicó a ahorrar. No sacó a comer a nadie a un restaurante importante, ni pasó por las vidrieras de las agencias de autos, ni tampoco tanteó precios en una inmobiliaria, ni pagó la ronda en el boliche. Cuando el Chipi logró juntar su primer mango, fue a comprarse, por primera vez en su vida, una cama. Quería dejar de acostarse en el suelo. Quería levantarse.
En el medio de una mañana de lluvia, barro e invierno, en el predio “La Quemita” de Huracán, el Chipi busca devolverle al club aquello que obtuvo de pibe, ahora como entrenador de divisiones inferiores. Además de tener su primera cama, gracias al Globo conoció el mar en una pretemporada, dejó los pasillos de la Villa 21 de Barracas y aprendió que alimentarse era algo más que ese único sánguche de salame que comía en el día, para no gastar dinero y poder ir a practicar. Barijho le ganó a la injusticia y a la desigualdad con un fútbol apasionado y guerrero. Mientras se toma fotos en el medio de una cancha maltrecha por el clima, tal vez haya que darse cuenta que el bueno de Antonio peleaba en la cancha porque le estaba peleando a la vida.
-¿A qué te hace acordar cuando metés los pies en el barro?
-Me dan ganas de jugar a la pelota. El barro me hace acordar a una cualidad mía que era la agresividad en el juego. Y cuando veo el barro me hace acordar al potrero. También lo uso para mostrarle a los chicos lo que significa el fútbol, porque eso es lo que hago hoy. Trato de enseñarles.
-¿Cuánto te brindó el fútbol?
-Muchísimo. Casi todo. Gran parte de mi vida se la debo al fútbol. El fútbol me salvó la vida. Huracán, Boca, Banfield, todos. Los clubes de baby fútbol, Flecha de Oro y Biblioteca. A mi colegio, el Sagrado Corazón de Barracas. Ellos me salvaron.
-¿El fútbol fue tu escuela de vida?
-Sí, sin dudas. Yo me fui criando con el fútbol. A mí el fútbol me educó, me hizo aprender a alimentarme, a descansar, a hablar. Todo. Aprendí a tener disciplina y a respetar a los otros. Mirá si me habrá enseñado.
-¿Qué recordás de esos primeros tiempos?
-Que moría por llegar a Primera. Yo me quería salvar, porque en ese momento, mi situación económica era terrible. Espiritualmente mi vida era muy dura. Pasé pobreza. Dura pobreza. Viví cosas feas. Pero el fútbol me ayudó y me contuvo. Formé una familia, con mujer e hijos. Hoy tengo otra mentalidad. Yo gané.
Barijho creció en la 21 al calor de la soledad, porque, dice, sabe lo que se siente no comer. Te duele el cuerpo y la cabeza. Te duele el alma. Víctima de una crisis familiar temprana, comenzó a autogestionarse detrás de una pelota, casi lo único que tenía. Desde allí llegó a lo más alto del planeta fútbol. Fue parte de la gesta histórica ante el Real Madrid en la Intercontinental del 2000 y todavía dibuja una sonrisa al recordar la famosa cadena de oro que le arrebató al holandés Winston Bogarde, en el salto de un córner, en un amistoso que se jugó en 1999. Todavía la tiene. Se enamoró, tuvo cuatro hijos y volvió a jugar al fútbol luego de varias lesiones para mostrarle a uno de sus hermanos que con sacrificio podía salir del paco. Pasó mucho, pero no se olvidó de nada.
-¿Cómo era el pequeño Barijho?
-Terrible. Era un indio que no tenía reglas. No tenía respeto hacia nada. Era un loco. No respetaba al técnico de inferiores, ni al de infantiles. A nadie. Pero quería ganar y hacer goles. Y, te repito, salvarme. Tenía mucha agresividad en la cabeza y no acataba ninguna regla. No comía. No dormía. Nada.
-¿Qué le dirías ahora a ese pibe agresivo?
-De todo. Mil cosas. Era terrible. Pero quería llegar. Eso fue mi impulso.
-¿De dónde venías?
-Me crié solo desde los cinco o seis años. Andaba solo. Iba a todos lados solo. Así era mi vida. Andaba en los colectivos. Me iba al club de baby y siempre había alguno que me traía de nuevo a casa. Comía poco, muy poco. Tenía poca ropa, poca contención familiar, poco de todo. Y me rescató un montón de gente que me fue ayudando. Puse mi esfuerzo y acá estoy.
-¿Sufriste de pibe?
-Cuando era chico le preguntaba a Dios por qué me pasaba todo eso. No entendía. Era pobre y a los pobres en Argentina no les da bola nadie. Con los años fui entendiendo. Hoy le hablo a Dios y le agradezco, porque todas las adversidades que pasé me llevaron a otras cosas hermosas. Si pongo en la balanza mi vida, es positiva. Empezó todo muy mal, es cierto. Pero hoy soy un tipo feliz.
-¿Qué fue lo peor?
-Lo que más me costó fue que me faltaba todo. Todo lo que te puedas imaginar. Lo único que tenía era la pelota y el baby. Y hubo gente con la que me fui cruzando y que me dio amor. Y después aparecieron Huracán, Boca y Banfield y cambió mi vida.
-Nombraste la palabra amor. Vos eras un chico con problemas, como muchos de esos para los que hoy se pide mucho más palo que amor, afecto o contención. ¿Qué pensás de eso?
-Que hoy lo quiero devolver y darles a los pibes eso. Los pibes necesitan amor. Necesitan ayuda. Hay que acompañarlos. Yo dirijo inferiores, por ejemplo, que es un lugar en el que los técnicos se están matando por los resultados. Mi experiencia me dice que eso no indica nada, porque salí último en novena y anteúltimo en octava. Después, segundo en séptima y me fui para la Primera. Pero no me acuerdo ni cómo salían los partidos. Hoy me tengo que encargar de formar deportistas, no de ganar dos partidos de cualquier manera. Los técnicos tienen que dejar el ego de lado.
-¿Cuánto tuvo que ver Carlos Bianchi en tu maduración?
-Bianchi fue un maestro, un formador. Le agradezco todos los días de mi vida. Me agarró en un momento en el que necesitaba crecer y no solamente me dio lugar: me enseñó. Tiene muy merecido que le hayan hecho una estatua y para mí es de las mejores personas que conocí. No sólo por lo ganador, aunque lo que logró él no lo logró nadie. Por todo lo otro. Le debo muchísimo. Ahora me doy cuenta de muchas cosas que me explicaba y las uso con los chicos.
-¿Es cierta aquella historia que decía que cuando llegaste a Boca te retó por ir a entrenar con chofer?
-Yo venía de la pobreza extrema y, te digo la verdad, no me interesaba tener auto, porque nunca tuve y porque no estaba en mis planes de vida. Cuando debuté, en un momento, se hizo necesario para trasladarme a los entrenamientos y yo no sabía ni manejar, ni nada. Pero compré un coche. Y entonces me llevaba un amigo, que me manejaba el auto. Al tercer día me agarró Bianchi y me dijo que tenía que aprender a manejar. Que no podía andar con un chofer. Hoy lo veo a la distancia y me doy cuenta que fue una lección importante. Con el correr del tiempo fui aprendiendo a manejar y pude ir solo.
-¿El Chipi nene de la Villa 21 hubiera creído si le decían que iba a ser campeón del mundo contra el Real Madrid y que iba a dar la vuelta al planeta jugando al fútbol?
-La verdad es que quería llegar a eso. Y me llevó mi amor por el fútbol. Eso siempre pasó todo por arriba. Yo escucho jugadores que se quejan y no lo puedo creer. A nosotros nos sirven la comida, nos hacen la cama, nos ponen toallas secas, nos llevan a los mejores hoteles, te tratan bien, te regalan todo, ropa, celulares, zapatillas... No entiendo cómo algunos se quejan. Yo lo disfruté muchísimo. No comprendo a los jugadores profesionales que no disfrutan del fútbol. De pibe fui un soñador, que confiaba en sí mismo. Y con eso fui para adelante.
-¿Qué fue todo eso? ¿Un cuento de hadas o una historia de sacrificio?
-Fue una historia de un pibe humilde al que le faltó todo. Que tuvo pobreza y desarraigo, pero que con sacrificio tocó el cielo con las manos. Mi mayor éxito es haber formado una familia. Y ahora estoy armando una fundación en Bajo Flores, para poder ayudar a los pibes que están en la pobreza.
-¿Hay muchos Chipi Barijho esperando una mano?
-Sí, yo quiero estar para eso. Para ayudar. Le voy a dar una mano al que se deje dar una mano. Ahí va a tener una rueda de auxilio que lo puede sacar adelante.
-¿Qué es el fútbol, entonces?
-Es lo más lindo que me pudo pasar.