Es complicado definir qué fueron las tres noches de Bizarrap en el Hipódromo de Palermo. Era esperable, si se tiene en cuenta que es un productor y no un músico de escenario, y que estas fueron sus primeras presentaciones en solitario a esta escala, festivales al margen.
Es complicado definir el fenómeno de Bizarrap en sí mismo. No había texto o tradición oral capaz de preverlo. Hace 5 años, Gonzalo Conde era un pibe que empezaba a subir a YouTube videos ocurrentes sobre El Quinto Escalón. Hoy, difunde la jactancia de los melómanos: conocer al productor tan bien como al músico. Las noches del último fin de semana fueron una celebración pública de ese fenómeno.
► El concepto BZRP Live Tour
El conflicto para evaluar estos sets como un show de música tradicional se divisaba desde gacetillas -que más tarde fueron noticias- que mucho hablaban de kilos y kilos de fierros para pantallas, sonido y efectos (más streaming el viernes), pero poco de la propuesta artística de la gira BZRP LIVE TOUR.
Finalmente, el jueves se juntó la primera de tres tandas de 20 mil personas en un recinto montado como una suerte de coliseo. Disposición circular que, equipada con altas sumas de técnica, ofrecía el tipo de experiencia inmersiva tan buscada hoy, cuando los fuegos dan calor, la sonoridad y la visual te embuten, y la nieve de imitación te salpica la cara.
Para ese teatro multimedial, que denotaba mucho trabajo e inversión, había una sola figura posible. Fue así que Bizarrap apenas compartió tablas con Duki por el transcurrir de temas como Bottas, Sin Frenos, Givenchy y, claro, la BZRP Music Sessions #50, lo que desarmó la hipótesis de que se trataría de un vodevil de invitados.
Se celebró entonces a Bizarrap como concepto casi unipersonal. Fenómeno que, a su vez, cuenta con ciertas particularidades de una época: viralidad, talento joven, atracción por lo argentino, exageración, aspiracionalidad, culto del mérito, el rap como partida para la exploración de otros sonidos y la ilusión de que, dado el recorrido del artista, cualquiera podría haber estado en ese lugar.
La espiral de éxito hizo también del evento una fuente casi irresistible de capital simbólico tanto para dirigentes políticos y personajes públicos como para grandes marcas de target medio y alto, cuyos distintivos tuvieron alta presencia por el predio.
► Autor, director y protagonista
Además de la puesta en escena y la lista de invitados de una línea, estaban a la vista la constitución del repertorio, su ejecución, y la narrativa del artista respecto de sí mismo. Y si bien agradeció a quienes lo acompañaron desde sus inicios, el set se concentró en su etapa más exitosa -la más abundante-, con la sesión de Nicki Nicole como parteaguas de viralidad. El elemento originario del freestyle quedó completamente descartado.
Por otro lado, al no incluir ningún otro tipo de músico sobre la escena, ni mucho menos armar una banda de acompañamiento, Bizarrap se diferenció de gran parte de los de su generación y dejó en claro que su intención es inclinarse hacia la práctica de un dj.
En ese punto, si bien las sesiones se presentaron con cambios -mayormente atravesadas por una columna techno y siempre al palo-, pareció poca la influencia de su mano sobre el pulso del vivo en relación a la preproducción. Como un set de probeta, entendible para alguien cuyo hábitat natural todavía es el estudio, y no el escenario. De hecho, pese a la cantidad de cámaras, no era posible ver su trabajo: se lo adivinaba moviendo potes, pero no se develaba cuáles. Algo similar a no ver nunca los dedos de un pianista durante un concierto. Quizá por eso lo pantagruélico de la propuesta, fuera de lo estrictamente musical.
Al margen de estas impresiones, la sensación general parecía de felicidad. Amigos, parejas, padres, hijos… esas canciones atravesaron a la gente en su crecimiento, en pandemia, en sus relaciones. Las escucharon más de una vez, las cantaron y compartieron. Los shows del Hipódromo fueron una ceremonia para esas relaciones también.
Acaso el cartel de BOSS en fileteado, que lo subtituló para Malbec, cerca del cierre, fue la exposición estética de una obra que se expande y latinoamericaniza desde un cierto acervo nacional. De El Quinto Escalón al mundo, una vez más. El toque final con la BZRP Music Sessions #52, de Quevedo, puso a cantar hasta a los cocacoleros, dejó buenas vibras en el ambiente y, como se debe, más preguntas que certezas para lo que viene.