Durante el Mundial de México 1986, el ex secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, gran aficionado al fútbol, publicó un artículo en un medio español en el que afirmaba que cada selección respondía al patrón de conducta de la nación que representaba.
Los alemanes reflejaban la contundencia física, el fútbol pragmático, preciso. Italia la convicción nacional, forjada por vicisitudes de la historia, donde el esfuerzo por sobrevivir debía estar basado en el ahorro: con poco ser más. De Francia manifestó que le resultaba el país con el fútbol más elegante de Europa, algo que lo definía en su sello de identidad. Consideraba a Inglaterra demasiada sujeta al orgullo insular, lo que le impedía mejorar sus condiciones debido a la falta de influencias exteriores.
En el artículo afirmaba, además, que ningún país comunista alcanzaría la final, porque las sociedades planificadas destruyen la creatividad. El gran hechicero de la política internacional se convertía así, por un momento, en analista del fútbol mundial.
De Argentina no decía nada. De Maradona tampoco. Los borró de todo análisis. Con el tiempo se supo que aquella ausencia estaba particularmente calculada. Era lógico. Se venía de Malvinas, y de su apoyo efusivo e incondicional a la Dama de Hierro. Además, estamos hablando de un hombre que decía esto en 1976: "Nosotros deseamos lo mejor para el nuevo Gobierno. Nosotros deseamos su éxito. Nosotros haremos lo que podamos por ayudar a ese éxito. Si hay cosas que hacer, ustedes deben hacerlas rápido. Pero deben volver rápido a los procedimientos normales".
Esto le decía Henry Kissinger al vicealmirante César Guzzetti, interventor del Ministerio de Exteriores de la dictadura militar argentina, el 10 de junio de 1976 cuando ambos se reunieron en Santiago de Chile. El contenido de la reunión fue recogido en documentos desclasificados en Washington a petición de la National Security Archives, ONG que ya en 2002 había revisado los informes enviados desde la Embajada de Estados Unidos antes y después del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976.
La suma de documentos confirma que el Gobierno de EEUU disponía de información privilegiada sobre la represión ilegal y el secuestro y desaparición masiva de personas. Dos meses y medio después del golpe de Estado, en el primer encuentro oficial entre funcionarios de ambos países, Kissinger no hizo ninguna mención a las denuncias de los familiares sobre los ciudadanos desaparecidos que recogía la Embajada de EEUU en Buenos Aires ni reclamó la libertad de tres ciudadanas norteamericanas, Elida Messina, Gwenda Loken López y Mercedes Naveiro Bender, que en ese momento eran torturadas en los campos de concentración del régimen.
Un personaje para la Divina Comedia. En 1976 "borraba" a los desaparecidos, diez años después lo borraba a Maradona. En mayo, Henry Kissinger cumple 100 años. Larga vida para un hombre que estuvo metido en todos los fregados: Watergate, Golpe de Estado en Chile y Argentina, Guerra de los seis días y Yom Kipur, Vietnam, Camboya, Indonesia, etc. Un hombre demasiado ocupado para perder el tiempo con las sensibilidades del mundo.
Premio Nobel de la Paz (si leyó bien) y amigo personal de Pinochet, según sus propias palabras, acaba de publicar un libro con el nombre de Liderazgo, donde destaca a sus seis estadistas más importantes: Richard Nixon, Margaret Thatcher, Anwar el Sadat, Lee Kuan Yew, Konrad Adenauer y Charles De Gaulle. Una elección para pensar y pensarse.
El ex secretario de Estado norteamericano nos veía futbolísticamente en 1986 como nos veía en el ámbito político: un “patio trasero”. Diego le enseñó otra realidad.
La única forma de hacer algo útil con el futuro es tener el pasado siempre presente. Kissinger debe saber que la muerte definitiva solo acontece con el olvido. Y en su caso no hay olvido, ni perdón.
(*) Ex jugador de Vélez, campeón Mundial Tokio 1979.