“A los 18 años empecé a volar”, arranca apasionada Karina Contini hablando sobre una profesión que amaba y abandonó por un amor infinitamente más grande. En ese barajar y dar de nuevo se topó con la arcilla, un material que no sólo la sanó a través de lo terapéutico que es el trabajo con las manos, sino que le permitió reinventarse a través de una bellísima línea de platos, tazas, portavelas, fuentes, de estilo ultra femenino y romántico.
–¿Cómo empezaste?
–Yo era azafata en Dinar. Trabajé en esa empresa que ya no existe más, un montón de años. Cuando se estaba por fundir, vinieron de Qatar Airways, a buscar argentinos para ir a volar allá. Me presenté, me contrataron y estuve viviendo en Doha. Otro mundo, otra cultura, una experiencia maravillosa. Volé a todas partes del mundo, realmente un regalo de la vida para los que amamos volar. Después, cuando empezó la guerra, como la base estaba en Doha me dio un poco de miedo y volví a la Argentina. Me casé, tuve un hijo y empecé a volar para un grupo de empresarios muy importante, de forma privada. Fue ahí cuando a Tomi, mi hijo, le descubrieron que tenía autismo. Absolutamente todas mis prioridades y vida cambiaron. Tuve que dejar de volar, mi pasión. Fue duro porque yo quise ser azafata desde que recuerdo. Al poco tiempo, en el trámite de remodelar la casa donde vivíamos, di con un volante que anunciaba clases de cerámica y empecé a estudiar en el taller de alfarería Fango. Ahí estuve varios años y empecé a hacer y a acumular piezas que no vendía. Hasta que empecé a diseñar y producir mis propias piezas e ir a ferias. Al poco tiempo me hicieron una entrevista y me empezaron a llegar mensajes de personas que les pasaba o pasó lo mismo que a mí, que tenía un hijo con alguna discapacidad o enfermedad y que eso había transformado sus vidas. Fue muy movilizador.
–¿Empezaste con la cerámica como algo terapéutico?
–Sí, tenía que hacer algo de mi vida. De volar, no tener horarios, no tener rutinas, a estar todo el día encerrada en mi casa y con todo lo doloroso que me atravesaba, era terrible. En ese momento a casa se mudó un querido amigo, el mejor amigo de mi marido, que tenía cáncer con 33 años, y al que quisimos del modo que podíamos reconfortar en los últimos meses de vida porque teníamos una casa con jardín donde él podía estar mejor. Su mujer era azafata. Entonces ella se iba a volar y yo me quedaba con todo. Un momento muy duro. Mi único contacto con algo que me hiciera sentir bien era la cerámica. Empecé a ir por placer. Necesitaba conectarme conmigo misma.
–¿Volar es algo muy particular?
–Yo me iba todas las navidades, fiestas. Me encantaba la sensación de volar. Yo vengo de una familia de pilotos. El tío de mi papá, mi papá, mi hermano. Todos lo son. Y me encantaba la sensación, el hecho de irte y no saber cuándo volvés. En realidad en una aerolínea tenés una programación pero la meteorología te puede cambiar la rutina. Nunca sabes donde vas a terminar. Eso me encanta. Yo ahora me subo a un avión y me encuentro ayudando a los pasajeros. Ahora cambió mucho pero yo lo añoro. Retomando con la alfarería y mis piezas, al tiempo me llaman las dueñas de una tienda hermosa, Salmón, y me encargan varias piezas y así empezó a arrancar la rueda.
–Tus piezas son muy femeninas…
–Las trabajo a mano, en pastillaje y con plancha, usando sobre todo puntillas y encajes antiguos. La verdad me fui perfeccionando y generando mi propio estilo. Siempre que viajo a cualquier parte del mundo investigo, busco. Hoy hay gente que hasta me hace llegar puntillas de sus abuelas. También hago velas junto a la gente de Bohemia.
–¿Hoy cómo son tus días?
–Trabajo sola en mi taller. Sobre todo a la noche cuando mis hijos duermen. A través de unos amigos de mis suegros conocí a una super productora y vestuarista, muy reconocida en el medio, Ana Markarian. Comencé ofreciéndole mis piezas para sus producciones y me fui quedando y aprendiendo de su ojo, modos, mirada, así que también colaboro en eso. Después dedico mucho tiempo a las redes, a las fotos que saco. Hoy todo suma en inspiración y para comunicar lo que uno hace.
–¿Qué tiene de la azafata, la alfarera?
–Sin dudas la pasión que le pongo. Tal vez el hecho de que no tengo una rutina en mi trabajo, no tengo horarios. Y lo que pueden aportarme los viajes. Siempre me busco una excusa, para salir a buscar cosas interesantes e inspirarme. Voy alimentándome de las imágenes que voy viendo.
–¿Tu hijo trabaja con cerámica?
–No le gusta al tacto, pero pinta re bien Tomi y todo el mundo le pide cuadros. Ama a Miró y todo el tiempo esta mirando sus cuadros.
–¿Cómo describirías el trabajar con las manos?
–Para mí te conecta con vos mismo. Si vos te sentás al torno, y no estas centrada, la pieza se arruina. Es una técnica que te obliga a sentir, conectar, estar en el presente. En lo personal me dio la posibilidad de entender que siempre se puede. Y que más allá del problema que tengas podés encontrar en lo que te hace feliz, una salida para resurgir.