En el discurso de Cristina coexisten al menos dos sentidos diferentes de su locución. Obviamente aquí no pretendemos presentar un análisis exhaustivo de su clase magistral.
Pero una primera aproximación permite señalar lo siguiente. La Vicepresidenta presenta en primer lugar un minucioso análisis de las estructuras de poder en Argentina, la condición criminal que supone la deuda contraída por Macri con el Fondo y luego como desenlace el apunte inevitable sobre su condición singular: ser la única política proscripta a la que se ha intentado asesinar sin que esto tenga las consecuencias que corresponden para un hecho de semejante gravedad.
La lectura inmediata que surge de este análisis es que en este estado de cosas no se puede hablar de que exista una verdadera democracia en Argentina. Presentarse como candidata, en principio, sería simular que existe una realidad que está perforada por todos lados y que no se puede avalar con su candidatura. La democracia en Argentina está intervenida y condicionada, y si esto no es todavía un hecho absoluto es gracias a las diferentes formas de militancia que funcionan en el espacio de los contrapoderes.
En un sentido diferente, y dada la grave fragilidad estructural del país, Cristina convoca a un acuerdo fundacional que establezca, más allá de las diferencias puntuales, una voluntad de país que permita instituir las condiciones mínimas que son indispensables para el devenir de la Nación. Es evidente, en primer lugar, que esto no se resuelve en una campaña electoral. Y este es el aspecto más enigmático de su discurso.
Mientras la primera parte, en su análisis político-económico de los poderes argentinos era asertivo y combativo, propio del sentir kirchnerista más puro, surge ahora un segundo tiempo en la narrativa de su clase magistral que merece ser interrogado.
Es el que se refiere al Acuerdo, un acuerdo que no parece tener nada que ver con una coalición electoral y que tendría como propósito nada menos que establecer una base programática de supervivencia real de la Argentina
Aquí inevitablemente surgen las preguntas: ¿este acuerdo exige una movilización popular sostenida o es una convocatoria superestructural? ¿Quiénes serían los actores privilegiados de ese acuerdo? ¿Políticos y empresarios que no pertenecen al mundo del Frente de Todos? ¿El larretismo, por ejemplo? ¿Un fortalecimiento estratégico de las relaciones con China? ¿La participación de nuevos sectores en la negociación de un nuevo programa con el Fondo?
Estas respuestas no tienen, por ahora, a un sujeto particular que responda sobre estos interrogantes solo pueden hablar los acontecimientos por venir.