Aún tiemblo de la emoción al recordar la mañana en la que la patrona me despertó con la noticia: “¿Te enteraste, gordo, que inventaron una máquina que va a pensar por nosotros?”. “Al fin”, fueron mis primeras palabras luego del shock y mientras estiraba la mano para agarrar el mate. “Qué lástima que nunca va a aprender a cebar mate”, agregué, “si no sería una esposa perfecta”.

Una máquina que decida por uno. ¿Se dan cuenta de la importancia de ese invento? Basta de tomar decisiones, decidir a quién votar, elegir la ropa, adónde vacacionar. Y sobre todo basta de la obligación de tener ideas sobre todas las cosas de la tierra. Te levantás a la mañana, encendés la máquina y listo. A la noche te acostás con menos colesterol y menos panza porque la máquina te guía en la vida sana, feliz de no haber metido la pata al opinar sobre nada porque todo lo hizo la máquina, y sabiendo que el día siguiente ya está planificado.

Es verdad que no tomé mate por unos días. La patrona se enojó y dejó de cebarme y la máquina no entiende de esas cosas. Es bastante buena para definir palabras, personas o decirte qué diferencia hay entre capitalismo, neocapitalismo y neoliberalismo, pero se le complica el algoritmo (que vendría a ser como el apéndice) en el momento de agregarle cascaritas de limón al mate.

El mundo se sacudió por esta noticia. Algunos empezaron a temer perder el trabajo y otros comenzaron a hacer trabajar la máquina para ahorrarse el esfuerzo. Después estaban a los que hubo que explicarles lo que era inteligencia y lo que era artificial. “Ahora no vas a tener que pensar más”, le dije a un amigo. Por su cara me di cuenta de que hacía rato no lo hacía. Debe haberse enterado de que se venía la I.A. y puso a descansar el cerebro antes.

Qué gran idea fabricar una máquina que piense más y mejor que uno. Que resuelva qué comer cada día según peso, tamaño, que nos diga si los que tocan la puerta son Testigos de Jehová o ladrones. Que nos cante las direcciones de las verdulerías donde te dan perejil gratis y cosas así de relevantes. Y las ideologías. Uff… qué felicidad que alguien me diga qué pensar sobre el regreso del fascismo sin tener que decir lo que pienso yo y ganarme un montón de enemigos.

Bueno, al fin no fue tan bueno como pensábamos. La máquina llamada inteligencia artificial, o I.A., está fabricada por nosotros y la pifia tanto como nosotros. No es grave. Quiero decir que no es más grave que nuestros pifies. Y es que la gente no sólo empezó a pedirle datos al voleo y que escriba los exámenes de la facultad. Al rato ya le estaban preguntando cómo ganar el primer millón o con qué poemas podían levantarse a la vecinita.

Yo mismo me levanté esta mañana y le ordené que escribiera esta nota. Me contestó: “Esto es Inteligencia Artificial, no mano de obra gratis para planeros y vagos como el que suscribe”. Así que no me quedó otra que escribirla yo y, lo que es peor, sin que la patrona me cebe mate.

Parecía un buen invento, pero, como siempre, los hombres la arruinaron. Al rato era todo joda. Empezaron a tomarle prueba, como si fuera un chico. Que escriba como Borges, que pinte como Picasso, que componga como Bach. La pobre se esforzaba, hay que decirlo. Pero escribía como los malos imitadores de Borges y los palotes que hacía poco se parecían a los de Picasso. De Bach acertó con lo de las flores y nada más.

Y luego la máquina se largó a decir tonterías. Y cada vez que se equivocaba todos se burlaban. ¡Le hacían bullying a una máquina! La máquina contestaba a las puteadas. Lo divertido fue escuchar puteadas en todos los idiomas. Ahora, ¿no saben (¿no van al cine?) que si esta máquina se enoja de verdad va a terminar rompiendo todo, como la Skynet de Terminator?

Ni yo aguanté la tentación de para ponerla a prueba. Le pregunté cuál era la mejor fórmula presidencial para Argentina. Lo pensó dos días mientras se sacudía como lavarropa descentrado: “Chiabrando presidente, Abonizio vice”. Y aclaró, con voz Time New Roman 5 (lo que se dice la letra chica de un contrato): “La fórmula debe ser en ese orden, y el nombre del vice es intercambiable).

Algo bueno hay. Uno puede apagar la máquina, incluso insultarla o decirle que se deje de decir bobadas sin temor a ofender a nadie. lo único que faltaba era que inventaran una máquina “de cristal”, que se ofende como alma sensible del siglo XXI, y no te conteste cuando le hacés una pregunta inconveniente. Hasta hubo alguien que le preguntó si se percibía mujer o varón y ella contestó: “¿sos o te hacés?” y le dibujó el dedito medio en alto.

A pesar de todo, a mí este futuro que se avecina me encanta. Que otro tome las decisiones por mí, por favor. Así voy a tener a quién culpar cuando las cosas no se cumplan. La única duda que tengo es si la I.A. tendrá humor. Yo, por las dudas, hice testamento y le dejé mi cerebro a la ciencia. Un par de cables acá y un par de electrodos allá y juntos haremos historia. ¿Se imaginan? Ella mandando una idea detrás de la otra, como filósofo loco, y yo haciendo chistes malos a igual velocidad. ¿Qué puede salir mal?

 

[email protected]