Las cicatrices que le dejó la dictadura chilena son “feroces”, como él mismo las define. Raúl Zurita, entonces estudiante de la carrera de ingeniería civil, tenía 23 años, tres hijos y estaba separado. En la madrugada del día del golpe de Estado, el 11 de septiembre de 1973, fue detenido en Valparaíso, encerrado y torturado en una de las bodegas del carguero Maipo, donde estuvo tres meses, junto a numerosas personas. “Tenía las manos en la nuca y cuando a culatazos me obligaron a pararme, las piernas se me doblaron”, escribió en esa obra monumental titulada con su apellido: Zurita. El poeta chileno leerá uno de sus poemarios más emblemáticos, Canto a su amor desaparecido, este sábado a las 18 horas en sala Tulio Halperin Donghi de la Feria del Libro. Una denuncia, un grito, un canto fúnebre, una resistencia a las dictaduras que sufrió América Latina en las décadas del 70 y 80. De trata ese poemario publicado en 1985, pero hay mucho más porque también aparece el dolor en carne viva del sobreviviente.
“Fue el tormento, los golpes y en pedazos nos rompimos. Yo alcancé a oírte pero la luz se iba. Te busqué entre los destrozados, hablé contigo. Tus restos me miraron y yo te abracé. Todo acabó No queda nada. Pero muerta te amo y nos amamos, aunque esto nadie pueda entenderlo”, dice el poeta muy al comienzo de Canto a su amor desparecido. Zurita integró el grupo CADA (Colectivo de Acciones de Arte) con el que realizó performances de gran formato para resistir la dictadura pinochetista, usando los espacios de la ciudad, pero también su propio cuerpo: se quemó su mejilla con un fierro, se masturbó públicamente ante una pintura de Juan Dávila y se arrojó amoníaco en los ojos. El Premio Nacional de Literatura de Chile (2000) publicó Purgatorio (1979), Anteparaíso (1982), Canto a su amor desaparecido (1985), La vida nueva (1994), El día más blanco (2000) y Los países muertos (2006), entre otros poemarios.
Defender el pasado
“La dictadura me dejó marcas feroces”, susurra Zurita a Página/12 con una voz que parece hundirse en los laberintos del dolor. “Tengo la imagen de las botas negras golpeando mi cabeza”, recuerda con la mirada nublada por la violencia de esas patadas. La voz le tiembla y no es una metáfora; hace más de veinte años que padece el mal de Parkinson, un mal que cree que podría estar relacionado con las torturas a las que fue sometido al comienzo de la dictadura pinochetista; una época en la que estuvo al borde de una crisis psiquiátrica.
“Uno, en el fondo, lo que tiene que defender es el pasado, esas imágenes fugaces que hay que resguardar para que no se las devore el olvido. El futuro no me corresponde. El futuro es para otros y esos otros tendrán sus nuevas derrotas. Y de nuevo tendrán que defender el pasado y será así hasta el fin del mundo”, plantea el poeta que ha recibido destacados reconocimientos como el Premio Reina Sofía, el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, el Premio Nacional de Literatura y el Premio José Donoso.
Le gusta la “poesía minimalista” de Alejandro Zambra y cuenta que está escribiendo unos poemas que no sabe bien hacia dónde irán, pero cree que se transformarán en canciones. En un momento de su vida, reveló en el pasado, tuvo el sueño de que escribir era una especie de exorcismo. “El único sentido que tiene la escritura es la relación arte-vida, literatura-vida, una relación finalmente posible. No porque crea que mi vida tiene algo especial, sino porque es un dato de mi existencia. Los seres humanos no somos más que distintas metáforas de lo mismo. Todos somos más o menos semejantes en nuestros sueños, en nuestras pesadillas, en nuestra necesidad de amor, en nuestra despedida frente a la muerte. Incluso nuestros hermanos monstruosos. En teoría, si uno pudiese llegar al fondo de sí mismo, sin autocompasión y sin falsa solidaridad, es posible que esté tocando el fondo de la humanidad entera”, sugiere Zurita. “Yo quise que en mi poesía estén las marcas de lo personal y lo colectivo”, analiza en retrospectiva una obra fundamental para la poesía chilena y latinoamericana.
La ferocidad de la derecha
“La situación fue tan distinta acá en comparación con Chile. Yo vi la película Argentina, 1985. El Juicio a las Juntas fue un proceso increíble. En Chile el dictador Pinochet fue comandante en Jefe, después fue al senado y después lo trajeron de Londres; es una historia muy turbia donde no hubo justicia”, compara el poeta. A cincuenta años del golpe cree que emergió una sociedad chilena que, estallido mediante, tuvo “cosas maravillosas” como “el ambiente de libertad que se respiraba”, destaca Zurita. “Por eso resulta tan doloroso que se haya rechazado la nueva Constitución. Las marcas de la dictadura siguen estando en la política chilena. El nuevo proceso constituyente es bastante desangelado, no entusiasma porque se puso mucho en lo otro, se apostó por ampliar los derechos a las minorías sexuales y étnicas, pero la campaña de terror fue muy fuerte. Esa fue la razón principal por la que fue rechazada”, explica el poeta que apoya al actual presidente Gabriel Boric porque es “un hombre bueno” que está lidiando “con una derecha que le hace una oposición feroz”. Se toma una pausa, Zurita, y eleva apenas el tono de su voz. “La derecha siempre fue feroz”, afirma.
“Hay que defender los sueños de justicia, de igualdad, como quería Salvador Allende, un socialismo sin armas, sin violencia”, postula Zurita. “Las injusticias sociales en el mundo son más profundas; estamos haciendo pedazos la tierra y estamos contaminando los mares. ‘El desierto avanza’, decía Nietzsche. Algún día esta tierra seguirá sin nosotros y a lo mejor encontrarán rastros insignificantes de nuestros huesitos. Es tan corta la humanidad como hecho presente en la tierra; somos apenas un parpadeo”. Le preocupan las víctimas en Palestina y Ucrania. “Hay una escena conmovedora de una mujer que emerge de una ruina que había sido su casa. Uno de los socorristas le toma la mano y le dice que tiene que irse y ella le pide que por favor no le suelte la mano porque cuando él se vaya a ella le espera la oscuridad y el terror de las bombas”, describe esa escena como si el socorrista fuera él.
“La verdad es la mentira más peligrosa. En nombre de la poesía tú no puedes ni siquiera tocarle la pestaña a alguien. En nombre de la verdad se mata”, enfatiza el poeta. “La poesía surgió con el descubrimiento de la muerte, cuando los hombres y mujeres andaban corriendo por ahí en una cacería y alguno murió porque lo mató un animal. La poesía es la primera respuesta a la muerte. El amor es el primer grito frente a la angustia del que va a morirse. Después empezamos a hablar, a articular palabras, con las que nunca seremos felices, pero por lo menos nos liberan del caos”.