--En el pueblito salteño Santa Rosa de Tastil, donde vivo a los pies de las ruinas de una ciudad originaria que tuvo 3.000 habitantes, las 18 familias estábamos en contra de que el Qhapaq Ñan –el sistema vial andino que va desde Perú por Bolivia, Ecuador, Colombia, Argentina y Chile-- sea declarado patrimonio mundial. La UNESCO nos decía que iba a venir el turismo y les preguntábamos “¿cómo lo vamos a atender si no tenemos sanitarios ni agua, salvo la acequia?”. Pero eso generó que la provincia nos trajera el agua y muy buenos sanitarios. La ciudad antigua de piedra la tenemos justo arriba de nuestras casas en un cerro; ahí íbamos a buscar las ovejas de chicos; los abuelos nos decían que no teníamos que tocar nada, que eso era sagrado. No sabíamos qué era, pero lo sentíamos nuestro; ahí están mis antepasados. Cuando nos explicaron lo qué fueron esas construcciones, las empezamos a mirar de otra manera. Nos fue quedando claro que con la declaratoria de UNESCO, las íbamos a poder cuidar mejor. Y fuimos cambiando la perspectiva, al ver que nos venían a consultar antes de hacer nada: eso cambió todo. Ahora soy un militante del proyecto Qhapaq Ñan, que generó que nos regularizaran la titularidad comunitaria de las tierras –dice Manolo Copa, un maestro pronto a jubilarse, referente de la Mesa de Pueblos Indígenas del Qhapaq Ñan Argentina.
Manolo Copa y Claudia Herrera –ella de la comunidad Huarpe Guaytamari en Mendoza-- han venido a La Rioja a la Primera Caminata Federal –22 de junio-- entre las sierras de Famatina a 3100 msnm por un tramo del Qhapaq Ñan, junto con directores de patrimonio provinciales y municipales y arqueólogos de las siete provincias argentinas con segmentos elegidos por UNESCO para su preservación: Salta, La Rioja, Jujuy, Mendoza, San Juan, Catamarca y Tucumán. Y están los directivos del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano (INAPL) --dependencia del Ministerio de Cultura de la Nación-- quienes vienen impulsando de este proyecto desde 2009 --la declaratoria se consiguió en 2014-- y avanzan en acondicionar todo para la llegada de un turismo responsable, que aquí en La Rioja ya ha comenzado desde la ciudad de Famatina.
Caminata ancestral
El plan para hoy –el lector lo podría repetir con un guía habilitado por la Dirección de Turismo Municipal-- es caminar 3,5 kilómetros por este camino venal de América Latina. El punto de partida es pasando Tres Piedras a la vera de la RP 78 --28 Km de Famatina-- por un camino de montaña en camioneta 4x4 al pie de la cadena montañosa del Famatina, pródiga en oro. Allí, los dos representantes de la Mesa de Pueblos Indígenas, acompañados por Roberto Chumbicha –cacique diaguita riojano-, lideran el ritual previo de sahumar el ambiente con hojas de coca humeantes en una vasija: “Levantamos las manos al este; para que nos iluminen en esta Caminata Federal, le estamos pidiendo permiso a los guardianes de este lugar para caminar su senda”, recita Claudia Herrera.
Abierto el nexo con la Pachamama y el camino en sí –que también es un sujeto animado en la cosmovisión andina— comienza la caminata cuesta abajo.
Manolo Copa avanza como si nada, a pesar de los 3100 metros de altura: “¡Es que yo toda la vida caminé por el Qhapaq Ñan! Este es un camino vivo: acá está presente el alma de nuestros abuelos; acá todo tiene vida, también el camino; antes de entrar le hemos pedido permiso; uno le habla, tenemos buena interrelación con los espíritus”.
--El Qhapaq Ñan nunca dejó de usarse --dice Copa-- los venimos manteniendo desde antes de la llegada del Inca. No lo llamamos “camino inca”: ya estaba mucho antes de que ellos llegaran a esta zona hacia el año 1450; nosotros no somos kollas --kollasuyu fue el nombre que nos puso el inca a la parte sur de su Estado— sino tastiles. Los incas se apropiaron y mejoraron estos senderos. Pero ellos estuvieron menos de un siglo acá, o sea nada. Yo sigo caminando el Qhapaq Ñan desde Tastil hasta La Mesada a visitar familiares, una jornada de 7 horas con mulas, llevando mercaderías. Y conocemos las técnicas de pircado para mantener el camino. Una vez vino una experta del extranjero a restaurar nuestro segmento del Qhapaq Ñan. A los cinco días se fue: vio que estábamos arreglando todo mejor que ella y no tenía nada que aportar. ¡Nosotros hemos pirqueado toda la vida! Mirás la piedra y sabés si te sirve o no te sirve; las planas van “cara al sol de mañana” --son las primeras que se calientan y parten— y las más redondeadas son “cara interna”. Y hacemos corrales de piedra, acá no hay alambre.
Por el mundo diaguita
Al avanzar por estas montañas hoy riojanas que fueron el mundo propio de los diaguitas, Manolo cuenta que en Salta, él sigue plantando igual que sus antepasados, los mismos papines andinos: “empezamos a regar en julio y dejamos mucha agua para que a la noche se congele; así matamos todos los bichos sin herbicidas”.
--¿Usted siempre se sintió Tastil?
--Yo no decía “soy Tastil”, como ahora. A medida que hemos ido creciendo, nos dimos cuenta que éramos pueblos originarios.
--¿Y tenía conciencia de ser originario?
--No, no pensaba esas cosas. Yo simplemente era, vivía. Luego nos fuimos dando cuenta que nuestra manera de sembrar era distinta, también la forma de pensar y vivir. Y la relación con la tierra; nuestra vida es muy simple, distinta a la de ustedes.
La palabra del arqueólogo
A los 20 minutos de caminata, el arqueólogo Sergio Martin frena al grupo y da una clase magistral en medio de un anfiteatro de montañas semiocultas en nubes bajas:
--El fragmento del Qhapaq Ñan que recorremos mide solo 3 metros de ancho, pero los hay de hasta 14 metros en otros lugares. No hay calzadas acá: despejaron vegetación y rocas, y delimitaron el camino con dos líneas paralelas de piedras. Nuestra hipótesis es que este segmento se hizo para conectar dos adoratorios de alta montaña que tienen plataformas rituales, donde se hacían peregrinaciones, ofrendas y sacrificios.
El científico pide que lo sigan 500 metros más y se detiene en un lugar desde donde se ven los dos cerros sagrados, el Overo –5.971 metros– y el General Belgrano –6.050 metros--:
--Fíjense que acá aparece una nueva tipología, un camino doble, dos sendas paralelas, una junto a la otra, que no parecen tener una lógica utilitaria. ¿Para qué construir dos caminos, uno al lado del otro, siguiendo el mismo curso? La hipótesis es que son senderos rituales donde los caminantes se detenían a hacer rogativas, previas al ascenso a los dos adoratorios de altura. En muy pocos lugares del Qhapaq Ñan existen caminos dobles y aquí hay otra singularidad: entre los 228 santuarios de altura identificados en el Tawantinsuyu, no existen dos tan cercanos entre sí, separados por apenas 10 kilómetros.
Este sector de la caminata es por un plano entre dos cadenas de montaña, siempre en línea recta. El arqueólogo señala una huanca, una roca rosácea colocada en el centro del camino como un mojón, rodeada en círculo por otras más pequeñas. Serían estaciones de la peregrinación donde los caminantes que iban hacia lo alto, se detenían a ofrendar: “desde acá vemos la cumbre de Negro Overo”.
Más adelante, Martin señala un talud, una nivelación artificial de la pendiente para atenuarla, una técnica usada también cerca de la cima de las montañas sagradas para facilitar el caminar, allí donde hay mucho frío y poco oxígeno. En el suelo aparecen piezas de cerámica inca y el arqueólogo advierte no tocar nada. La kilométrica recta se vuelve sinuosa y se topa con el curso de un arroyito seco que revive con la lluvia, donde los incas armaron un pedraplén pircado de un metro de largo, una acumulación de piedras encastradas entre las que se filtraba el agua: sirve para caminarle por encima sin mojarse y lleva medio milenio en pie, sin argamasa.
El sendero bordea el río Achavil y una quebrada entre rocas gigantes. El arqueólogo identifica en el suelo lascas –cuchillas pétreas-- y un artefacto de piedra negra dentada, camuflados en los pastos ralos de altura. Por aquí trasegaron, durante milenios, decenas de miles de personas.
Los incas caminaban por la altura
Cerca del final de la caminata, el arqueólogo Christian Vitry --Director General de Preservación e Investigación de Salta-- explica que la concepción espacial inca era distinta a la del Occidente que hacía caminos en la parte baja de los valles desde el Imperio Romano, que los pensó para el caballo y el carruaje. En el mundo europeo se tendía a vivir y cultivar en el “bajo”: los conquistadores veían a la montaña como obstáculo.
En los Andes –explica Vitry-- esto les jugó en contra: “transitaban por abajo y los aborígenes atacaban desde arriba. Por eso resultó difícil conquistarlos en ciertos lugares del noroeste con resistencias de más de un siglo. En la cosmovisión originaria, la parte baja y los llanos --el tinku-- eran más un lugar de intercambio y aprovisionamiento, donde crecían algarrobos y chañares que daban madera y frutos. Cultivaban en las laderas nivelando el terreno con andenes de cultivo. Era más sacrificado hacer caminos en altura, pero en la parte baja los destruían las lluvias y derrumbes: gracias a eso duran hasta hoy. Estas piedras a nuestros pies, fueron colocadas hace 500 años y no las han movido nunca”.
Para el arquitecto italiano Francesco Careri, el sendero es la arquitectura más perfecta, la ideal: "desaparece cuando se deja de usarla". No es el caso del Qhapaq Ñan: al ser un camino de altura, la vegetación casi nunca lo tapa. Y es tan simple y complejo a la vez, que a menos que haya una vocación expresa de borrarlo --arduo trabajo por cierto-- parece diseñado para durar por siempre.