En las redes sociales circula un meme en el que Robert Smith, mandamás de The Cure, le pregunta a David Bowie si hoy es viernes (como humorada a su hit “Friday I’m in Love”). El desaparecido icono musical le contesta: “No sé qué día es” (por su otrora fama de fiestero). Según Paul Stanley, cantante, guitarrista y fundador de Kiss, el viernes que pasó fue el “último show" del grupo, al menos en Buenos Aires. Lo repitió un par de veces a lo largo de la performance de su banda, por si alguien dudaba del tenor de la ceremonia que se consumaba en ese instante. La sensación que emanó de entre el público es que no había conciencia de que el grupo realmente se estaba despidiendo de los escenarios. O quizá no se quería aceptarlo. También es cierto que tantos artistas dijeron adiós y al rato ya preparaban una gira de reunión que la nostalgia comenzó a responder con escepticismo a cualquier conato de abandono. Es que con los sentimientos no se jode. Y mucho menos en el rock.
“End of the Road World Tour” es el nombre de la gira (el grupo pretende extenderla hasta 2024) que trajo de regreso a Kiss a los escenarios porteños, justo ahora que se cumplen 50 años de su creación. Sin embargo, esta vez lo hizo en calidad de cabeza de cartel de Masters of Rock, multitudinario evento que recuperó al Parque de la Ciudad como predio festivalero. Y al parecer los vecinos de Villa Soldati lo celebraron, porque fueron ellos los que guiaron a la horda de remeras negras, que arribaron al barrio a pie, en bondi o en Premetro, hasta la Avenida Roca. Cerca de la puerta de ingreso, ya se escuchaban los acordes de Helloween, los alemanes Avantasia o los locales Horcas, que fueron los primeros grupos en tocar.
Tal como lo sugería su nombre, la propuesta del festival era una cátedra de hard rock y heavy metal. Es por eso que Helloween hizo valer su chapa de leyenda alemana de la escena, revisitando un repertorio en cuyo tramo final destacaron clásicos de los '80 como “How Many Tears”, alternado con temas recientes del calibre de “Best Time”. Alrededor de 35 mil personas esperaron Deep Purple. Y esperaron un buen rato: en el Masters of Rock había sólo un escenario y los artistas tocaban lo que suele durar un recital suyo en una sala (alrededor de una hora y media), entonces el ritmo era más lento.
En el ocaso de la tarde, y desde el inicio de su perfomance, Deep Purple pareció un camión sin frenos. ¡Cuánto poder mostraron! ¡Y cuánta elegancia! El equilibrio perfecto. Si bien es cierto que por su condición de leyenda viviente del rock están más allá del bien y del mal, la banda encabezada por el cantante Ian Gillan repartió tanta frescura que estaba a la par de cualquier grupo contemporáneo. Curiosamente, otro rasgo que aunó a los artistas del evento es que no dejaron de producir discos en los últimos años, con excepción de Kiss (Monster data de 2012). Incluso el grupo inglés sumó en su set algo de cosecha nueva, “Uncommon Man”, tema dedicado a su tecladista John Lord (falleció en 2012). El alud arrancó con “Highway Star”, y terminó de llevarse todo por delante con “Smoke on the Water”, “Hush” y “Black Night”. De entre los músicos, destacó la actuación de su nueva adquisición: el violero norirlandés Simon McBride. Pura vitalidad.
Si Gillan no podía contener su felicidad por la devolución del público, mucho menos lo hicieron los integrantes de Scorpions, a quienes no se les veía por esta parte del mundo hace ya unos años. Sin embargo, a pesar del tiempo y la distancia, su cancionero se sigue manteniendo inoxidable. Y vaya que lo demostraron. Pero iniciaron su show poniéndose al día con la audiencia local, por lo que eligieron “Gas in the Tank”, de su nuevo álbum, Rock Believer (2022). De ahí también escogieron “Pacemaker” y el tema que titula al disco. Lo demás fue un desenvaine de hits: desde “Coast to Coast” hasta “The Zoo”, en los que el violero Mathias Jabb dejó constancia de su solvencia y contundencia, pasando por “Blackout” y “Big City Nights”. El dato de color se lo llevó su power ballad “Wind of Change”. Si inicialmente la letra aludía a la reunificación alemana y a la perestroika, ahora la canción la transformaron en un himno para Ucrania.
Kiss tocó lo mismo que en su anterior visita a Buenos Aires. Largó con “Detroit Rock City”, siguió con “Shout it Loud” y a continuación vino “Deuce”. Quizá lo que pudo haber cambiado es la perspectiva de su puesta en escena. Cuando cayó el telón, Paul Stanley, Gene Simmons y Tommy Thayer estaban montados sobre unas plataformas que los bajaron desde el techo al escenario. Y que luego dispararon con sus instrumentos y destruyeron. El poder del rock.
“No hablo español, pero mi sentimiento es tuyo”, dijo un Stanley en estado de gracia. Lo mínimo que hacía era mucho: groovear el rock con el cuerpo, hacer un mano a mano de guitarras con Singer para luego chocar puños en el aire o pedirle al público que cantaran juntos “Say Yeah”. También recordó que ésta era su duodécima vez en la Argentina, pero el “sentimiento era animal”. La gente respondió con un “Yo soy kissero, es un sentimiento…”. Para redoblar la apuesta, el músico de 71 años preguntó: “¿Están cansados?”. Tras el solo de batería de Eric Singer, Stanley amagó con bajar entre la gente. Pero hizo rafting hasta un mini escenario ubicado en el medio del predio, lo que aprovechó para saludar a los que estaban bien atrás. Ahí cantó “Love Gun”, y volvió locos a todos con “I Was Made for Lovin’ You”. Aún quedaban por hacer “Beth”, “Do You Love Me” y “Rock and Roll All Nite”. Pero algunos empezaron a irse: estaban al borde de una sobredosis de actitud rock.