Ideado por el médico español Antonio Palau, un abril pero de 1880, abría sus puertas el Gran Hotel Termas de Rosario de la Frontera. La historia cuenta que el médico ibérico, al escuchar sobre las bondades de las vertientes que manaban en la zona, fue en búsqueda de su estudio.
Al comprobar fehacientemente las propiedades naturales de las fuentes que surgen desde 4.000 metros de profundidad con temperaturas que superan los 100 grados, en la imponente vegetación de la región, Palau decide adquirir las tierras pertenecientes a Melchora Figueroa de Cornejo.
A partir de allí, le esperaba un arduo trabajo de apertura de caminos, accesibilidad, construcción del edificio y reacondicionamiento de la zona. Todo esto en una Argentina que apenas vivía los albores de la unificación nacional, luego de guerras internas.
En este marco, el 1 de abril de 1880 se inauguraría el lujoso hotel, en el lugar mismo donde las aguas termales surgían. El recinto será señero en su tipo, y convertirá tempranamente a la ciudad de Rosario de la Frontera en una de las primeras localidades balnearias con estas características.
Por aquellas instalaciones pasaron, en sus 143 años de vida, cantidad de familias influyentes y personalidades de todo tipo: Domingo Faustino Sarmiento, Bartolomé Mitre, Hipólito Irigoyen, Victorino de la Plaza, Nicolás Avellaneda, José F. Uriburu, Julio Argentino Roca, entre las pertenecientes al arco político, y artistas tales como Lola Mora, Victoria Ocampo, Arturo Capdevila y Belisario Roldán, entre tantos y tantas.
Una vida en el hotel
Hoy quien ingresa al hotel puede apreciar en el aire de sus pasillos, salones y estructura, algo de todo aquel pasado que guarda secretos de estado en las entrañas mismas de su arquitectura. Sin embargo, lejos de aquellos personajes destacados que concurrían casi estrictamente con fines terapéuticos, hoy el hotel funciona como lugar de esparcimiento familiar.
En esta nueva versión de la estadía en el establecimiento, uno de los grandes valores destacados es el humano, ya que su personal sobresale por el trato amable y cercano, mostrando un oficio construido durante largas temporadas en el ejercicio diario de la atención a todo tipo de público.
Uno de los tantos anónimos que caminan a diario por el hotel, es David Mansilla, quien con sus 65 años de edad y 48 años de trabajo, puede dar cuenta de gran parte de la historia de aquellas piezas y galerías. Hoy, pronto a jubilarse y siendo el más antiguo de todo el personal, lo invade una sensación de tarea cumplida junto a la añoranza de un lugar que le dio, a fuerza de trabajo y constancia, mucho de lo que pudo construir en la vida.
“Nací acá en Rosario y entré a trabajar al hotel a los 18 años, muy jovencito. Nos tomaban en aquel momento con un contrato por tres meses, pero al segundo contrato ya quedábamos en planta permanente. Ese mismo año me tocó hacer el servicio militar y por suerte también me contó como trabajado”, recuerda Mansilla.
Una vez de regreso al hotel, el joven rosarino tendrá que comenzar bien de abajo en sus tareas. “Cuando vuelvo empiezo como peón de piso, como ayudante de mucama, porque cada piso tenía su mucama, y cada mucama tenía su ayudante. Era un trabajo muy duro porque todo el piso era de parqué y había que rasquetear. Entonces ese trabajo lo hacíamos los varones. Además, todas las camas eran de bronce y las teníamos que lustrar una por una. En ese momento eran 10 mucamas con sus ayudantes”.
Esa tarea duró aproximadamente tres años, para luego comenzar a transitar por otros sectores del añoso hotel. “De ahí pasé al sector de cafeterías como lavacopas; luego como ayudante de mozo, y después con el tiempo pasé a la recepción. También estuve en la parte donde se distribuía la mercadería, y en algún momento también hice de chofer. Digamos que recorrí todos los sectores”, recuerda el experimentado trabajador del hotel, quien hoy está encargado de la biblioteca donde se guardan algunas de las joyas centenarias del edificio.
Un tiempo pasado
Mansilla recuerda sus primeros momentos, cuando todavía el hotel guardaba la idea iniciática de ser un lugar centralmente terapéutico. “La gente venía por salud, y sobre todo era gente mayor. Por ejemplo, en el hotel no había cama matrimonial, la habitación era con dos camas porque, por ejemplo, el esposo tenía un turno para pasar por un masaje o para baño, y la señora tenía otro turno distinto de horario. Entonces, para no molestarse en los descansos, había dos camas. Era netamente terapéutico, y por eso es el aspecto del hotel, si uno lo mira por afuera, da la impresión de ser un hospital”, remarca el trabajador rosarino.
Claro que el hotel guarda muchos otros secretos más allá de las terapias termales, ya que, por ejemplo, un casino funcionó durante todo el año hasta cerca de la década del 80. “Dijeron que lo llevaron a Cafayate pero escuché también que podría ser a Tartagal, lo cierto es que ahí se fueron todas las mesas y todo el mobiliario. Yo lo vi funcionando, llegaba mucha gente”.
David resalta cuestiones que hacen a la infraestructura de la que otrora disponía el hotel. “Se autoabastecía totalmente. Tenía su propia huerta con cabritos, lechones, pavos, gallinas. También tenía usina propia, imprenta, correo, lavandería, sastrería, remises y hasta una oficina que hacía de banco”.
“El Hotel era totalmente exclusivo, muchos de nuestros huéspedes venían directamente de Europa, se quedaban un mes o dos, y venían hasta con su propio personal, niñera, cocinero… eso fue hasta casi el año 80 aproximadamente. Ahí la gente empezó a ver otros puntos de termas y empezó a venir menos”.
Por otra parte, recuerda el empleado hotelero que “para el trato con estos huéspedes venía gente preparada desde Mar del Plata o desde la Termas de Río Hondo, gente que hablaba idiomas. Y como la temporada era netamente en invierno, después nosotros nos íbamos a trabajar en el verano a la costa, a San Bernardo, Santa Teresita o Mar del Plata y después ellos venían en invierno para Rosario”.
“Esto funcionó así hasta mediados de los años 90, donde nos dejaron de pagar el pasaje y la estadía, entonces dejamos de ir y venir. Ahí de a poco se fue terminando esa etapa”.
Un largo derrotero
En los 48 años de trabajo ininterrumpidos en el hotel, David Mansilla vivenció diferentes formas y gestiones que al mismo tiempo hablan de los vaivenes socio-políticos del país. “En el año 75, cuando entré, el hotel pertenecía a una cadena hotelera. Era gente que tenía hoteles en Mar de Plata, en la costa y también en Bariloche. Después el hotel pasó a distintos ministerios, al de salud, que no entendía nada de hotelería, después a economía, después a la municipalidad local, y luego se concesionó por unos años, en el año 1986, con la idea de tenerlo por 50 años. Pero bueno, luego de cinco o seis, comenzaron a tirarlo intencionalmente abajo con la idea de comprarlo barato… por suerte, con el tiempo, se recuperó, pasó a manos del Estado y hasta hoy sigue así, perteneciendo al Ministerio de Turismo”.
El casi medio siglo de vivencias en los pasillos del Gran Hotel, hace portador a David de muchos recuerdos: “anécdotas tengo un montón… trabajé en un video del Chaqueño Palavecino llamado la ley y la trampa, el video clip se filmo acá en el hotel, en la capilla. También acá se filmó la película La Niña Santa, de Lucrecia Martel, yo trabajé en esa película, tengo dos apariciones: en una aparezco en cámara y tengo voz, porque atiendo un teléfono y le comunico a la primera actriz, que era Mercedes Morán, que tenía un llamado, y luego otra escena de mozo”, la cual comparte con el actor Carlos Belloso, “también fui invitado al Shoping en Salta cuando fue el estreno”, remarca con orgullo Mansilla.
“El trato con Lucrecia Martel fue muy bueno, muy lindo, una experiencia hermosa para mí. Además, ellos estuvieron 120 días, filmaban una parte en el hotel y otra parte en Salta. La convivencia fue excelente, la gente muy buena, macanuda”.
En otro plano, David recuerda los gratos e inolvidables momentos compartidos con sus compañeros y colegas hoteleros. “Han pasado muchas cosas lindas, principalmente los festejos por el día del gastronómico el 2 de agosto. Hacíamos almuerzos y cenas muy lindas, también torneos de fútbol y de basket con otros hoteles de la provincia. Ellos nos visitaban, nosotros íbamos...”.
“Tengo mi familia en Rosario y dos hijos mayores que viven en Salta. El hotel me permitió que mis hijos puedan ir y estudiar, son profesionales. También me permitió tener mi casa, mi auto, e irme de vacaciones, esas cosas que los trabajadores tenemos que poder hacer y que yo hice gracias al hotel”.
Los días corren a un ritmo inusitado en 2023 para David. El momento de jubilarse, cada vez está más cerca.“En noviembre ya estoy jubilado, tengo ganas y no tengo ganas, tengo miedo porque ya cuando se va arrimando la fecha, me está costando, me está costando pensar que me tengo que ir… es toda una vida, son muchos, muchísimos los recuerdos”, comenta con evidente emoción.
Sus compañeros le hacen bromas a cada paso, como una manera fraterna y amistosa de quitarle presión al momento que, luego de 48 años de servicio, le tocará afrontar como una nueva enseñanza y etapa de la vida.
La historia de David Mansilla es simple, anónima y maravillosa justamente por esas cualidades. Un trabajador del interior del interior; una muestra cabal del ascenso social que puede lograr un asalariado cuando sus leyes de protección, son respetadas. Una vida más, una vida de tantas, una vida que por eso, vale la pena ser retratada.