“La piel no se puede evitar”. Como si se tratara de una especie de grafiti lírico o de una epifanía, la oración se encuentra estampada en la pared de uno de los pasillos de Saldías Polo Cultural, a medio camino de varios búnkers artísticos. La frase también sirve de metáfora para describir la edición del Festival Cultural Saldías que se celebró este sábado último. Y es que se trató de un hervidero emocional, en el que músicos y público hilvanaron una dialéctica que decantó en manifiesto generacional. Por eso tomó un matiz simbólico que Bandalos Chinos, suerte de padrino del festival y acto convocante de la jornada, haya inaugurado su performance con “Mi fiesta”. Aunque la letra apunta hacia un vaivén fantasioso, en ese momento se transformó en un himno colectivo. De hecho, una vez que terminó, Goyo Degano, frontman del grupo, dijo: “Qué alegría estar en casa”.

Al borde de la medianoche, la banda insignia del nuevo pop argentino se subió al Escenario Temple, que desde la tarde recibió a algunos de los artistas consagrados de la actual escena musical independiente local. Si bien se encuentran por todo el continente americano presentando su más reciente álbum, El Big Blue (2022), los de la zona norte del Conurbano hicieron un hiato en este trajín para presentar frente a una audiencia fiel y emocionada no sólo su novel repertorio, sino también algunos de los temas icónicos de una obra sustanciosa. Aparte de su hit “Vámonos de viaje”, el sexteto llevó adelante un compendio de canciones que abarcó uno de los mejores discos nacionales de la década pasada: Bach. A los que sumó un poco de Paranoia pop. Sin embargo, en el medio de su show desenvainaron su single “Departamento”, ajeno a sus larga duraciones.

“¿Estamos con ganas? ¿Estamos preparados?”, preguntó un Degano inspirado antes de que con los suyos hiciera “Una promesa”, funk con sabor a Raffaella Carra de vacaciones en México. Si un rasgo destaca de Bandalos Chinos es que no se guarda nada al momento de presentarse en vivo. Y esta vez no fue la excepción, por más que la propuesta del festival apuntara al showcase, formato que invita a que las actuaciones sean más cortas. Pero esto no restó en la contundencia de la puesta en escena de los grupos y solistas que pasaron por ahí. Es más, Silvestre y la Naranja, otro artífice del nuevo pop argentino, aprovechó la ocasión para anunciar su debut en el estadio Obras Sanitarias el venidero 15 de septiembre. Todo esto a propósito de la salida de su nuevo álbum, Sueño cítrico, lanzado el pasado 21 de abril y del que tocaron, por ejemplo, “Fiebre atemporal”.

Bándalos chinos

Esta edición del Festival Cultural Saldías sirvió igualmente para que Neo Pistea (pionero del trap de manufactura argentina) presentara un abreboca de su nuevo álbum, Neo. Afín a su sorpresiva encarnación rockera: con un pie en el punk y con el otro en el grunge. Se suele decir que el trap es el punk de esta época, pero el álter ego de Sebastián Chinellato naturaliza esa sensación de tal manera que pareciera haber sido concebida por él. O al menos fue lo que despertó esa actuación volátil, acompañada por un cuarteto rotundo y que por momentos evocaba la oscura virulencia de Tricky en escena. Mientras que abajo el pogo lo articulaba espontáneamente un puñado de chicos uniformados con buzos verdes con capucha. Folklore que quedó en evidencia en “Campeón”, partícipe de las canciones de esta etapa y una de las polaroids más viscerales que tuvo la noche.

Amén del rapero de Merlo, Muerejoven y Saramalacara (ambos del colectivo RipGang) representaron a la música urbana en el Escenario Temple. El primero lo hizo en el ocaso de la tarde, y tuvo como invitado a la nueva gran figura del movimiento: Dillom. En tanto que la cantante demostró que lo suyo ahora no es el trap, sino que está más bien sumergida en las mieles del hyperpop. Y la verdad es que le sienta muy bien. Al mismo tiempo que eso sucedía en esa calle lindante a Saldías Polo Cultural, a unos pocos metros de ahí, en un espacio cerrado, pero igualmente al aire libre, el mendocino Joven Breakfast y Klan (campeón de la versión argentina de la Batalla de los Gallos en 2021, y que en esta ocasión se mostró con banda y presentó su faceta más rapera) se convirtieron en los bastiones del hip hop en el Escenario Red Bull: la otra vitrina del festival.

Ahí también se presentó Broke Carrey, componente de RipGang, protagonizando uno de las convocatorias más rotundas del Escenario Red Bull. El MC, dueño de una estética sonora tanto oscura como variopinta (con el dembow alienado por la música electrónica como caballito de batalla), repasó los temas de uno de los mejores discos nacionales de este año: Buenos Aires Motel. A continuación, se subió la puntaltense Blair, cantante notablemente influida por la particular manera de entender el pop de la canadiense Grimes. Y vaya que se encuentra en un muy buen momento, porque no cabía ni un alfiler durante su recital. Ambos artistas son una justa muestra de lo que significó ese espacio para esta edición del festival. Algo así como un santuario para nuevos artistas y sonidos de la actual movida musical local.

Por su condición de oráculo de la novedad, en el Escenario Red Bull, desde comienzos de la tarde, sobresalieron asimismo el pop trapeado de Plastilina, la intención festiva de Mompox, el R&B de Kiefa y el riesgo dance de Gumbo y Chilly. Mucho antes de que el tándem actuara, el Escenario Temple recibió a los rosarinos Killer Burrito. Por más que en los papeles fueran los veteranos de la grilla, en los hechos se comportaron con la solvencia de 1915, Connie Isla o El Zar. Esta última dupla, que viene de su primer Teatro Gran Rex, hizo hincapié en el espíritu festivo del evento. No exageró. Mientras la gente lo vivía al final de la jornada con la fiesta Polenta o con las DJs Franzisca y Anita B Queen, dentro del polo cultural ubicado detrás de Barrio Parque los músicos experimentaban una celebración alternativa: la de la camaradería. Y es que, tal como el festival lo advirtió en sus redes, eso se consigue con amor.